Tu Sonrisa

Su risa inunda el lugar. Él ha vuelto nuevamente. Este verano ha sido de dulce y agraz, dulce por los besos, los minutos compartidos, las caricias y los besos y amargo, porque, bueno la vida es asi, constantemente.

Ella quiere abrazarlo fuertemente y sentir su respiración entrecortada, escuchar su voz inteligente y sonora y dejarse llevar por lo que sea:

«No me importa no verte nunca más, pero necesito este ahora. Este minuto en que somos uno, este tiempo, este espíritu que mora entre nosotros, porque aquí está, yo lo siento y sé que tú también.

Quiero tus sonrisas, quiero tus besos, quiero tu piel recortada en mi ventana, quiero tu calor que envuelva mis sábanas y mis noches estrelladas…»

Se dicen frases que jamás debieron pronunciarse, en silencio y en secreto, en la complicidad de la existencia y del calor.

Amiga, dice él temprano en la mañana, con la bandeja del desayuno y una flor, ¡buenos días!. Amiga, repite ella silenciosa, suena a piedra, a desierto, a arena seca…

Sin embargo, ambos comprenden, sin decir nada, que esa palabra lo es todo. Que lo han sido, lo son y lo serán, porque están unidos, porque son parte de un mismo todo.

Se verán en el futuro, como se ven hoy y ahora. Sin tiempo ni edad. Con la suave luz de una mañana de verano, felices, sonriendo,por lo que son, por lo que fueron y por lo que van a ser.

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Antes de Olvidar

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Ximena hace un gesto al garzón. Pide otro té. Luce agotada, envejecida incluso, para su edad. Confrontacional y locuaz, jamás pierde un argumento con nadie en la oficina. Se ha acostumbrado a luchar de tú a tú en un ambiente muy masculino, muy visceral y muy distinto a nada que haya visto antes.

Antonio, su ex marido, la ha vuelto a llamar, para fastidiar sus planes de fin de semana. Ha sido tan exhaustiva esta batalla, tan con sabor precisamente a eso: BATALLA. Sin descanso, sin tregua, desde el minuto que ella decidió que él se fuera y cerrara la puerta por fuera a 10 años de matrimonio que se habían convertido, sin que nadie se lo propusiera, en un calvario.

¿Tanto habían cambiado? ¿tan distintos eran? ¿tanto tiempo les llevó darse cuenta? Consulta con su amiga, sentada frente a ella en este pequeño café, pero no suena a consulta, suena a cavilación, suena a duda, suena a despertar del sueño.

Era tan maravilloso al principio, tan fundamental, tan casi inocente. Los niños fueron creciendo y de la mano fueron creciendo, también, los defectos de Antonio. Sus constantes borracheras, sus llamadas perturbadoras a las horas más inesperadas. Su pasión alcoholizada que se había tornado repugnante. Su persecusión, sus celos enfermizos. Todo junto apareció de pronto, como una mala broma del destino. No, porque no era mi Toño, se decía ella, era un ser inventado, abjecto y vil, sacado de los lugares arruinados que solía visitar en su trabajo voluntario.

Ahora, después de haberse separado, veía con claridad cada uno de estos hechos, veía cada error y escuchaba cada palabra en retrospectiva y entendía que había sido tan ciega, sorda, indolente y cobarde. Sí, también cobarde.

Había algo, sin embargo, que no estaba tan claro, ella sabía ciertamente que había amado a este hombre a pesar de todo, porque, a pesar de todo, no era totalmente una ruina y finalmente era el padre de sus hijos. Pero tanto amor, ¿dónde estaba? ¿en qué minuto abrió la ventana y salió despavorido de su casa y de sus corazones?

Era cansador ahora hacer este ejercicio. No había tiempo, no había el minuto para poder pensar, para llorar hasta cansarse, para sufrir como en la mejor de las telenovelas, porque la vida continuaba y continuaba rápido, implacable, esencial.

Los niños, comentaba  Ximena a su amiga sentada frente a ella en este pequeño café, estaban acostumbrados ya a esta nueva situación y era impensado cambiar todo por un arranque de soledad. Pero por Dios que aún había rabia, por Dios que aún habían preguntas sin respuesta y por Dios que era difícil conciliar a este hombre con aquel que ella había amado.

¡Qué dilema! No podía borrar el personaje de la historia, porque era la historia misma, no podía ni siquiera hacerlo desaparecer un par de capítulos por su propia sanidad mental, porque era un capítulo en sí mismo.

¿Cómo? ¿Cómo hacerlo para vivir sin esos recuerdos?. Cómo hacerlo para seguir sin él, como parte gravitante de su vida, como un mal necesario, que lastima, que incomoda, que hace más pesada la existencia, sólo porque puede y porque está ahí.

Antes de terminar el té, Ximena exclama, más para sí misma, – ¡Qué buen lío tengo! 

Su amiga, concluye, no te vas a dar ni cuenta cuando se haya terminado, tus hijos se hayan ido y te quede sólo el sabor del deber cumplido.   

Oh, dice Ximena, Dios te oiga. Pero de esperanza, afortunadamente, tengo harto todavía.