
Lento termina el día y poco a poco se van enmudeciendo los homenajes. Poco queda del recuerdo de una nación dividida, profundamente politizada. No, ya no son los mismos…
El Cantante recuerda nuevamente su figura diminuta, de la mano de su padre, marchando aquellas gloriosas tardes en que el Compañero Presidente prometía que ellos serían los artífices de un nuevo mundo, más justo, solidario, equánime, ideal. Qué efervescencia, cuánta dulzura en cada una de sus palabras, qué exacto el mensaje, qué posible se veía todo aquello. Con sólo escuchar al Compañero Presidente, se le ponía a uno la carne de gallina, le llegaba a uno al mismo corazón, abrazando a la bandera era como abrazar a la amada, a la madre, a la patria.
Qué tiempos aquellos!! Sólo perteneciendo al partido o al sindicato uno tenía derecho a todo, compañero – decía el Cantante emocionado- Bastaba sólo eso, para poder SER.
Pero los momios no entendían todo esto, nos provocaban, nos tiraban monedas, compañero. Qué lindas flameaban las banderas, qué posible se veían todos nuestros sueños. Mi padre afirmaba mi mano firme y decidido. Eramos parte de un nuevo mundo. Luego todo se vendría abajo. Los momios lo planearon, nunca entendieron que el pueblo también sentía.
Nadie entendió muy bien cómo el Compañero Presidente caía. Como el cielo se llenaba de negra humareda y los aviones militares sobrevolaban lo que antes había sido nuestro punto de reunión por excelencia, nuestra Alameda. De pronto nos vimos en la patota, corriendo despavoridos y la policía a la siga.
Luego, nuestros hogares violados, destrozados, nuestros amigos golpeados, muertos, desaparecidos. ¡Si eramos el sueño de un país, hecho posible!, ¡si el Compañero Presidente lo había prometido! ¿Cómo llegabamos a este punto?
Luego vendrían años malos compañero- señala el Cantante cabizbajo- toda la magia, la unión, la dedicación, la fé se había ido. Huyó despavorida de mi país ideal, que yo veía como niño de la mano de mi padre y nunca más regresó. Lo busqué por todos lados, y mire donde he parado. De la capital al campo, del campo a la montaña, de la montaña a las islas y de ahí, a esta ciudad, que ya no es más campo ni plaza, es una mole de concreto que mueve a los ciudadanos, como usted, como yo, con hilos escondidos, no sabemos para dónde. Si este mercado que ya no es lo que era, no es romántico, ni típico. Es un puro comercio, compañero, mire si ni las artesanías son originales, ninguno es artesano, ninguno labra la tierra, navega el mar, pule la madera, acaricia el metal, ninguno compañero.
El Cantante hace una pausa y una vez más recuerda, añora, saborea ese precioso sueño que vió una vez frente a frente. De pronto una voz desde el otro lado del pequeño restaurant del mercado, le indica : ehh, amigo, cántese una tonada!
-¿Cuál le gusta al caballero? dice el Cantante, convertido nuevamente en su personaje, haciéndose el ladino, locuaz y divertido -Dígame el caballero ¿cuál le gustaría?
– Cántate una bonita, dice el hombre. Pero no me cantes de comunistas que para eso tengo al lado de mi casa!.
Tragándose el discurso y guardando el sueño en el bolsillo, el Cantante, ladino, locuaz, divertido, rasguea con fuerza su guitarra y se olvida de la vida que tiene por delante, de la que dejó, y de la que le tocará vivir.