La Verdad

¿Cómo es que apareces relacionado con esta gente? pregunta ella sorprendida y con un dejo de desamparo en su voz, por la verdad que escapa a raudales de esa fotografía, de este hecho palpable que se ve, impreso, en blanco y negro.

-No podrías entenderlo-  dice él misterioso y ofendido.

-Trata de explicarme, insiste ella, más entera, menos choqueada, más amable.

-Cuando tú crees, nada más importa- inicia él. Cuando peleas por una causa que crees que es justa, estás ahi, no importa qué pase. Porque crees, la defiendes, es tuya. Porque ves que es tu gente, que es tu ideal, que es una forma de vida la que está en juego. No, no importa lo que diga la prensa, porque cada uno tiene su versión de la historia, depende para quién trabajen, depende para qué lado atornillen, pero tienes que estar ahi, tienes que enterarte. La Caperucita no es la misma cuando la cuenta el Lobo.

¿Logras entender? – inquiere- Tú me entiendes más que nadie.

Los ideales son lo único que te mantiene cuando todo lo demás desaparece -prosigue- cuando todo lo demás ya no es lo que solía ser. Cuando te esfuerzas por alcanzar lo que quieres y de pronto te das cuenta que inevitablemente serás absorbido por el sistema. Entonces, es el tiempo de luchar, de defender tu posición, de no permitir caer en el olvido, de no dejarse llevar por la masa. La causa que yo defiendo es justa, es lo que yo creo que debe ser.

¿Pero son ellos realmente tu pueblo? ¿realmente perteneces ahí? dice ella, tratando de darle un sentido lógico a este discurso, que la sorprende, por lo real, vívido, explícito y a la vez tan complejo.

-Estamos unidos por la tradición, por la vida…. dice él cavilando.

-Pero tú estás aqui, frente a mí en este momento, y ellos al otro lado del globo,  ¿crees que puedes hacer alguna diferencia?

-Siempre puedes, si crees- responde él finalmente.

Esa noche, ella pensará en toda esta verdad, en lo absurdo y sublime de la vida de él, de como cada una de sus premoniciones se han cumplido y de como cada vez, siente más palpable que es como una pequeña mariposa nocturna, volando muy cerca, demasiado cerca de esta luz.

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El Horóscopo

«Aléjese de esa persona, no le conviene». Sentencia el horóscopo de la semana en el periódico local.

Ella lee sorprendida, ¿será para tanto? En las últimas semanas ha cavilado fuertemente acerca de todo lo que ha sucedido, ha visto con paciencia, objetividad y en paz y siente que es capaz de llegar a una idea clara. No pudo haber sido resumida de mejor forma, que esta breve frase en el horóscopo de la semana.

Él avanza despreocupado por la calle y se encuentran en la esquina. -¿Qué es de tu vida, ingrata? – dice él haciéndose el gracioso. Ella lo mira por primera vez sin arrobo y con profunda frialdad.

-Hola, AMIGO -recalca ella, irónica.

¿Te pasa algo? -pregunta él sorprendido, pero sin esperar frase de respuesta, concluye apurado -Te llamo luego.

Sigue ella leyendo el periódico y de pronto encuentra la foto de él, debajo del titular  “Grupo fundamentalista, descubierto y desarmado”

Tu Sonrisa

Su risa inunda el lugar. Él ha vuelto nuevamente. Este verano ha sido de dulce y agraz, dulce por los besos, los minutos compartidos, las caricias y los besos y amargo, porque, bueno la vida es asi, constantemente.

Ella quiere abrazarlo fuertemente y sentir su respiración entrecortada, escuchar su voz inteligente y sonora y dejarse llevar por lo que sea:

«No me importa no verte nunca más, pero necesito este ahora. Este minuto en que somos uno, este tiempo, este espíritu que mora entre nosotros, porque aquí está, yo lo siento y sé que tú también.

Quiero tus sonrisas, quiero tus besos, quiero tu piel recortada en mi ventana, quiero tu calor que envuelva mis sábanas y mis noches estrelladas…»

Se dicen frases que jamás debieron pronunciarse, en silencio y en secreto, en la complicidad de la existencia y del calor.

Amiga, dice él temprano en la mañana, con la bandeja del desayuno y una flor, ¡buenos días!. Amiga, repite ella silenciosa, suena a piedra, a desierto, a arena seca…

Sin embargo, ambos comprenden, sin decir nada, que esa palabra lo es todo. Que lo han sido, lo son y lo serán, porque están unidos, porque son parte de un mismo todo.

Se verán en el futuro, como se ven hoy y ahora. Sin tiempo ni edad. Con la suave luz de una mañana de verano, felices, sonriendo,por lo que son, por lo que fueron y por lo que van a ser.

Antes de Olvidar

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Ximena hace un gesto al garzón. Pide otro té. Luce agotada, envejecida incluso, para su edad. Confrontacional y locuaz, jamás pierde un argumento con nadie en la oficina. Se ha acostumbrado a luchar de tú a tú en un ambiente muy masculino, muy visceral y muy distinto a nada que haya visto antes.

Antonio, su ex marido, la ha vuelto a llamar, para fastidiar sus planes de fin de semana. Ha sido tan exhaustiva esta batalla, tan con sabor precisamente a eso: BATALLA. Sin descanso, sin tregua, desde el minuto que ella decidió que él se fuera y cerrara la puerta por fuera a 10 años de matrimonio que se habían convertido, sin que nadie se lo propusiera, en un calvario.

¿Tanto habían cambiado? ¿tan distintos eran? ¿tanto tiempo les llevó darse cuenta? Consulta con su amiga, sentada frente a ella en este pequeño café, pero no suena a consulta, suena a cavilación, suena a duda, suena a despertar del sueño.

Era tan maravilloso al principio, tan fundamental, tan casi inocente. Los niños fueron creciendo y de la mano fueron creciendo, también, los defectos de Antonio. Sus constantes borracheras, sus llamadas perturbadoras a las horas más inesperadas. Su pasión alcoholizada que se había tornado repugnante. Su persecusión, sus celos enfermizos. Todo junto apareció de pronto, como una mala broma del destino. No, porque no era mi Toño, se decía ella, era un ser inventado, abjecto y vil, sacado de los lugares arruinados que solía visitar en su trabajo voluntario.

Ahora, después de haberse separado, veía con claridad cada uno de estos hechos, veía cada error y escuchaba cada palabra en retrospectiva y entendía que había sido tan ciega, sorda, indolente y cobarde. Sí, también cobarde.

Había algo, sin embargo, que no estaba tan claro, ella sabía ciertamente que había amado a este hombre a pesar de todo, porque, a pesar de todo, no era totalmente una ruina y finalmente era el padre de sus hijos. Pero tanto amor, ¿dónde estaba? ¿en qué minuto abrió la ventana y salió despavorido de su casa y de sus corazones?

Era cansador ahora hacer este ejercicio. No había tiempo, no había el minuto para poder pensar, para llorar hasta cansarse, para sufrir como en la mejor de las telenovelas, porque la vida continuaba y continuaba rápido, implacable, esencial.

Los niños, comentaba  Ximena a su amiga sentada frente a ella en este pequeño café, estaban acostumbrados ya a esta nueva situación y era impensado cambiar todo por un arranque de soledad. Pero por Dios que aún había rabia, por Dios que aún habían preguntas sin respuesta y por Dios que era difícil conciliar a este hombre con aquel que ella había amado.

¡Qué dilema! No podía borrar el personaje de la historia, porque era la historia misma, no podía ni siquiera hacerlo desaparecer un par de capítulos por su propia sanidad mental, porque era un capítulo en sí mismo.

¿Cómo? ¿Cómo hacerlo para vivir sin esos recuerdos?. Cómo hacerlo para seguir sin él, como parte gravitante de su vida, como un mal necesario, que lastima, que incomoda, que hace más pesada la existencia, sólo porque puede y porque está ahí.

Antes de terminar el té, Ximena exclama, más para sí misma, – ¡Qué buen lío tengo! 

Su amiga, concluye, no te vas a dar ni cuenta cuando se haya terminado, tus hijos se hayan ido y te quede sólo el sabor del deber cumplido.   

Oh, dice Ximena, Dios te oiga. Pero de esperanza, afortunadamente, tengo harto todavía.

El Clóset

Después de encender por segunda vez el mismo cigarrillo, Mary recuerda con dolor una de las tantas escenas que le ha tocado vivir de la mano de Gregorio. Sin lágrimas, porque dice que ya no le quedan, va contando lentamente, como si repasara de nuevo cada detalle de esa tarde de otoño, con un sol pálido y frío, que entraba por la ventana de su dormitorio…

Gregorio – me cuenta- llevaba varios meses en esta relación con la señora del Notario. Todo el mundo lo sabía, incluso yo. Si ella era mi vecina!!! ¿Quién no iba a enterarse en este pueblo? En ese tiempo tomaba, sí, tomaba demasiado y la sra Pepa, su madre, estaba en esta casa. ¡Qué mujer! Todo le permitía, todo le justificaba. Siempre del lado de él. ¡Qué rabia! ¡Qué indignación!!. No podía alegar nada, siempre me mandaba a callar, vieja de mierda, que en paz descanse.

Mi cuñado Fernando me hizo tomar la decisión. Prometió ayudarme a mí y a las niñitas en nuestra nueva vida en la ciudad. Mary, me dijo, tienes que irte, tienes que alejarte de ese demente, en cualquier minuto te despacha y ¿qué va a ser de tus hijas?

Estaba todo preparado, la empleada había ido a la feria y sólo estaba la enfermera de mi suegra, abajo, comiendo. Ella se daba cuenta de todo, pero jamás comentó nada.

¡¡Estaba todo listo!! Y yo, la tonta, regresé a mi pieza a buscar el abrigo que me había regalado mi mamá. No se lo iba a dejar a la que ocupara mi casa. Las maletas de las niñitas, abajo en la entrada. Estabamos listas, cuando de repente, escucho a Gregorio. Había llegado en taxi, alguien le había avisado de nuestra idea. Subió de dos trancos la escalera. Yo estaba paralizada, aferrada al abrigo que me había regalado mi mamá. Se volvió loco. No hubo manera de explicar ni hablar nada. Me dijo hasta para mi abuela y de pronto, en un arranque de furia, tomó unos fósforos y enciendió el clóset donde estaba lo que quedaba de mi ropa. Bajó, me acuerdo y tomó las maletas y las hechó adentro del clóset. Eso ardía, era todo un espectáculo. Él gritaba desaforado que nadie lo abandonaba. Un es cán da lo. Hasta que llegó doña Pepa, con un balde de agua y apagó el fuego. No sé qué le dijo. Yo estaba todavía conmocionada. De pronto se calmó

Pero era como el ojo de huracán -sonríe- porque entró mi cuñado a buscarnos. Fue un desastre. Humo por todos lados, las niñitas llorando, mi cuñado discutiendo a grito pelado con doña Pepa y con Gregorio. No pude, sencillamente, no pude mover un músculo. Estaba paralizada de terror, de vergüenza, de rabia…

Prende un nuevo cigarrillo y dice, más para sí misma que para mí, qué tonta fui. Debí haberme ido nada más. Ese fue uno de mis varios intentos de fuga, sonríe con pena.

Mi Marido

Cuando nos casamos, Juan Ignacio era un hombre saludable y fuerte. Nunca pensamos, siendo tan jóvenes, la tragedia que iba a ser nuestro matrimonio. Él era muy deportista, un excelente padre, mi mejor amigo. Un día, después de una práctica, se quejó de dolor de espalda. Tenía 28 años. Llevábamos 7 de casados. Pensamos que era lumbago, tomó unos analgésicos y reposó el fin de semana. Pero el dolor no cedió.

Fuimos al médico y después de un sinfin de exámenes que nos parecieron innecesarios, y luego de haber sido derivado a otro médico, nos enfrentamos a la cruda realidad. Juan Ignacio tenía leucemia.   Y muy avanzada.

Era como estar viviendo una vida que no era la nuestra, que no éramos nosotros los que recibíamos ese diagnóstico. Juan Ignacio estaba indignado, amenazó con demandar a la clínica, pero luego, mucho tiempo después, una psicóloga nos diría que la primera parte de enfrentar la muerte es negarse a ella.

Fueron largos años que luchamos, fueron muchos los médicos, especialistas, clínicas, enfermeras, procedimientos y demases que conocimos en esos 10 años que Juan Ignacio estuvo con nosotros después del día del diagnóstico.

Me acostumbré lentamente a la nueva situación y cada vez que empeoraba y algo nuevo se añadía a nuestra rutina, era como si más peso fuera añadido a mi espalda. Me acostumbré a vivir de este dolor, y de alimentar con él mi rabia y frustración por no poder hacer nada, por no poder ni siquiera alivianar la pena. Pasamos momentos muy amargos, fuimos injustos el uno con el otro, fuimos crueles, lastimamos. También tuvimos nuestras pequeñas victorias, nuestros pequeños minutos de olvido, porque ya no puedes llamar felicidad a nada. Ya no puedes decir dicha sin pensar en que no es la palabra indicada, sino que hay otras, más cercanas: dolor, angustia, frustración, muerte.

Juan Ignacio se nutría de mi empeño y yo de su valentía. Nos amamos más que nunca en ese tiempo. Eramos como dos fugitivos, que gozábamos de cada minuto de cobijo fuera del alcance de nuestros perseguidores. Pero sabíamos que estaban ahi. Era de todo, lo más frustrante, lo que más hería. La certeza de lo inevitable, como el tic tac de un reloj, que no se va, que persite, que invade y que llena. 

Teníamos sueños recurrentes, donde nada de esto estaba sucediendo, donde la amargura era reemplazada por felicidad, de esa verdadera, de aquella que nos tocó mágicamente el día que nos conocimos y decidimos ser uno.

Fue terrible, buscábamos consuelo pero no lo hayábamos, buscábamos alivio pero era tan escaso el confort que podíamos encontrar que, un dia, sin darnos cuenta, nos dimos por vencidos y dejamos de oponer resistencia a la verdad.

Juan Ignacio empeoraba y las sesiones se hacían cada vez más dolorosas, invasivas, crueles, despiadadas, minando sus pocas energías, que con tanto sacrificio lográbamos juntar, para arrebatarlas en unos pocos minutos.  Quisimos escapar, pensábamos que nos estabamos volviendo locos. el dolor de mi alma era aumentado hasta el infinito viéndolo sufrir. Estabamos devastados.

Una mañana Juan Ignacio no tuvo fuerza para salir de la cama. Me abrazó, como hacía mucho no me abrazaba y por primera vez en largo tiempo, sentí su aroma claramente. Era como si el tiempo se hubiera congelado y fuéramos otra vez los mismos, antes de la enfermedad. Aspiré profundamente y esa bocanada me llenó de una felicidad que hacía mucho no sentía. Mis pulmones, mi corazón, mi alma entera estaban llenos del aroma del hombre que era mi compañero, mi mejor amigo, mi amor.

Miré sus ojos claros y una tibia sonrisa le llenaba la cara. Le dije, ¿amor? y ya no estaba. Me pregunté, ¿estás aquí, guardadito en mi? Y su voz clara vino a mis recuerdos, la primera vez que me dijo te amo.

Hace 5 años de ese tiempo. Y aún siento tu olor en mí, aún llenan mis pulmones las bocanadas de tu suspiro. Ahora puedo contestar la pregunta y decir claramente, si aquí estás, guardadito en mí.

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No Amarás

Ella lo ve caminar desnudo, en busca de un vaso de agua. No hay palabras, sólo besos y caricias, y un ligero voy y vuelvo, recortado por más besos. Es la esencia del amor en esos pasos silenciosos que se alejan, es la esencia del amor en este hombre locuaz y divertido, profundo, pero cruel. Sí, cruel, porque ya ha definido su existencia y la de este amor quebrado, lisiado, inverosímil, que sin embargo es.

No creo en los compromisos, dice él, cerrando el diálogo. No creo en tonteras de adolescentes de conocer a los padres, parientes y esas cosas. Somos, aquí y ahora – cavila en voz alta -casi hablando para sí.

¿Qué hay más allá? se pregunta ella, confundida. La intriga de este ser, tan complejo y fascinante le perturba. Quiere atrapar sus pensamientos, como un niño que quiere atrapar el aire. Es imposible, concluye, aún sin mucha certeza.

Renuncio a todo, dice él, porque es la historia de la vida. ¿A dónde llegamos con tantos formalismos?. ¿Quiénes somos para coartar la existencia del otro?. Te elijo libremente, hoy y ahora, dice él decidido, mientras la embiste con su masculinidad arrolladora y visceral.

– Te amo reprimiendo este sentimiento, porque no quiero parecer cursi-, escribe ella en su espalda sudorosa y fría, una vez que la pasión ha cesado, que la calma y el silencio los invade.

No te enamores de mí, dice él advirtiendo con sorna y con dolor, como adivinando lo que piensa. Es casi una adventencia para él mismo. No me ames, no lo hagas, insiste majadero y ella alegre, valiente, con el alma partida en mil pedazos, concluye:  No, no lo hago, no lo haré nunca….