Han viajado por días infinitos, con noches estrelladas, avanzando lentamente, recorriendo los bosques y campos, con sus sonidos de fiesta y sus colores. Sophie no se acostumbra a este constante movimiento y muchas veces se retrasa a la hora de subir al carromato. Todos ríen cuando ella tropieza con las faldas abultadas, tratando de alcanzar la caravana. Nayma, la niña que se empeña en llamarla muñeca, se ha convertido en su sombra y es la que le llama con voz al cuello cada vez que se queda atrás.
Aunque amables y alegres, los gitanos también escapan de los horrores de la guerra. Tratan de alcanzar el mar. Necesitan un puerto libre que les permita seguir viaje más al sur, y poder zafarse de esta pesadilla en la que se ha convertido Europa entera. Pronto Sophie se entera, que de no haber sido por un error de coordinación y producto de la escasa información que manejaban las tropas partisanas, ella estaría todavía en ese tren, rumbo al horror. También se entera que sus padres fueron asesinados sólo por haber comerciado exitosamente con los rusos blancos, enemigos de la revolución.
Sólo podía ser una locura todo lo que ocurría. Sólo podían ser las estrellas que se habían movido de su posición, como proclamaba el rey zíngaro, para explicar todos estos cambios que no eran para nada explicables.
Finalmente y después de muchas penurias, mucho miedo y muchos kilómetros, alcanzan el puerto de Bakú. El lugar luce desordenado y confuso. Es Sophie la que ayuda a organizar la barca donde ellos viajarán, haciéndose pasar por turcos. Necesitan cruzar este mar infestado de enemigos, oportunistas, soldados, contrabandistas, viudas, prisioneros y refugiados, todos en una sola amalgama de lenguajes que se confunden con el ruido del puerto.
El viaje es complicado y varias veces están a punto de ser descubiertos, pero el manejo impecable de Sophie salva sus cuellos, además de las monedas de oro que el rey zíngaro carga consigo, para callar cualquier rumor. Bajan decididos, retoman sus identidades y siguen viaje.
Sophie quiere parar, quiere bajarse de este carrusel que es la caravana, y por primera vez desde sus infantiles recuerdos, poder respirar la libertad. Planea ubicarse como costurera en algún pueblito fronterizo, ganar algo de dinero y tal vez volver a casa. Aún no sabe muy bien cómo, pero sabe perfectamente que si sigue la caravana, estará cada vez más lejos de la que fue. No ha sobrevivido al gulag ni a este viaje del infierno para terminar perdida en mitad de quién sabe dónde, con quince años, sin familia, sin raíces y sin hogar.
En Estambul decide finalmente parar, abandonar los carromatos, dejar a esta gente amable y graciosa que ha sido su nuevo contacto con la humanidad, fuera de los lazos terribles del gulag. Se ven lágrimas en los ojos de ellos, pero el rey zíngaro entiende sus razones, acepta que su destino es totalmente distinto al de la tribu y que ha cumplido con lo que le mandaron los naipes la noche antes que el tren de Sophie fuera bombardeado por error y ella emergiera aterraba pero entera para darles el número justo de viajantes que las cartas habían profesado.
Se despiden sin ceremonias, y nunca más se verán. El destino de la caravana es tan incierto en este mundo fantasmal y lleno de nuevos códigos, que Sophie , llena de tristeza, duda que podrán salvarse. Ella, en cambio se ajusta rápidamente a la vida en esta ciudad y por primera vez en mucho tiempo cae en cuenta de su apariencia y lo versátil que puede ser, dada la ocasión.
Aprende inglés, porque son los ingleses los que regentan esta tierra, encubiertos en protectorados y empresas de diversa índole . Aprende también las razones de esta guerra y lentamente va logrando ajustarse a los sabores y la diversidad de esta ciudad ancestral y perdida, que es sólo un paso, entre el horror y la salvación.
Se emplea como profesora de alemán de una pequeña niña inglesa y por algún tiempo vive con esta familia, distante y decorosa, que le asigna fríamente una habitación, un salario mensual y un lugar en la mesa de los empleados. Lentamente va conociendo el desarrollo de la guerra y lentamente va dándose cuenta que este mundo esquizofrénico no volverá jamás a ser el mismo. Por las visitas que se reciben en la casa, ella cae en cuenta que la estancia familiar puede ser recuperada, siempre y cuando no haya sido dilapidada por parientes ni empleados. Un amable caballero le ayudará en estos menesteres y le invitará a dejar Estambul y dirigirse a un lugar digno de su capacidad y tesón, un lugar donde todo el orden del imperio británico está intacto y donde todo este desorden ni siquiera roza a los caballeros que se entretienen cazando y cultivando café. Aquel es un espacio digno para ella. Allí puede encontrar fortuna y la libertad que tanto añora.
Sophie no se ha enterado todavía que esta tierra nueva, con las más hermosas puestas de sol, se convertirá en su hogar por los próximos 25 años.
Al llegar a Nairobi, de la mano de los niños Lower, sentirá por primera vez en su vida el calor tórrido y el sol en todo su esplendor. Por años gozará de esta tibieza perdida tanto tiempo y disfrutará de la amable compañía de esta gentil familia que le ayudará a curar sus heridas, olvidar las pesadillas y enfrentar el futuro con esperanza y decisión, aceptando su destino como causa y efecto de voluntades que no le pertenecen y que han moldeado su carácter para llevarla hasta este punto.
Ensimismada por estas cavilaciones, y ocupada con las clases de los niños, no repara en las constantes visitas de John McCallister, secretario del cónsul británico en Nairobi. Suave y cordial, escucha con atención cada palabra que intercambian y lentamente se le acerca, cada día un poco más, hasta terminar pidiendo su mano al señor Lower.
Los años con John serán los mejores de toda su vida, y lento entenderá que todo este largo círculo ha sido necesario para llegar a esta felicidad. Suavemente, como ha sido John desde el comienzo, le va devolviendo a la que perdió aquella vez en el tren y van logrando ver el mundo con otros ojos. Su único infortunio será no poder tener hijos, como siempre soñaron, pero John le dirá que no es realmente importante, porque se tienen el uno al otro.
El día que conocí a Sophie, John había fallecido hacía un tiempo y su cargo de embajador en Kenia le había reportado, además de incomparables recuerdos de viajes y diversión, un maravilloso departamento en el centro de Londres y valores por acciones del que había sido el negocio de la familia de Sophie, que John ayudó a recuperar.
Estar frente a ella es como estar frente a la realeza y la tibieza de sus ojos verdes y la dulzura de su voz no harían pensar jamás en todas las andanzas que tuvo que pasar para llegar a esta mesa sencilla, donde comenta sus experiencias sin dolor ya ; sin odio y con una profunda quietud, mientras acaricia lentamente a su querido gato Armandin.