Se miran nuevamente, como el primer día y se hablan despreocupados y secretos. Nadie más alcanza en este espacio reservado para ellos. Se miran. Él expone teorías graciosas y profundas acerca de la vida, ella responde con sarcasmo, a veces, con atención las más, con risas que ambos comparten.
Ella discute que él no escucha, que no maneja más tiempo que su tiempo. Él se disculpa e inicia un largo discurso, que es cortado antes de empezar por un comentario que se hará oportuno y constante a lo largo de sus vidas. Ella dice – no quiero explicaciones, no soy tu madre.
Ríen ambos y él insiste en la explicación. Ella corta sus palabras con un beso y se abrazan en la oscuridad del living. Ella quisiera un mundo entero de rutas abiertas, grandes posibilidades de soñar juntos o de al menos preservar este momento por un rato más largo. Él lascivo y visceral, acaricia sus caderas, aprieta su espalda y ella retrocede incomprendida.
¿Qué pasa? Pregunta él, con expresión de abandono. Tengo sueño dice ella, debo volver. Quédate aquí, lo has hecho antes, sugiere risueño. Ella se levanta, hace un comentario, una mueca de ofensa, que parece una charada y se marcha.
Antes de cerrar la puerta, en la última chance antes de la despedida, él insiste en su oferta; ella volverá a insistir en la urgencia de dormir. Él acepta que esta vez ha perdido, sin embargo, no puede evitar el comentario: Yo también te quiero…
Igual se te hicieron agua los helados.
I love you too…mmmmm.