Peluquería

Nos encontramos con Mary, como de costumbre, en la mesa del comedor de diario. Su casa, monumental, hermosa, en el mejor barrio de la ciudad. Una casa gigante que ha sido su prisión, su orgullo, su preocupación y la mejor forma, según me ha confesado, de evadirse, por todos estos años de los sinsabores que ha  vivido con Gregorio. Usa palabras inexactas para explicar su vida. Al principio no entendía ese empeño, pero con el tiempo me di cuenta que no era empeño ni deliberación. Era como ella sentía y creía. Mary es como esta casa, hermosa, cálida, distinguida, vasta, amplia y acogedora. También, como esta casa, ha sufrido mutilaciones y el paso del tiempo le ha restado valor a su belleza. Como esta casa, Mary ha sabido salir adelante al paso de los sucesos y encontrarse hoy frente a mí con una sonrisa sincera, un abrazo apretado y la mejor conversación. La que nos salva a ambas, porque, guardando las proporciones, mi vida es muy parecida a la de Mary.

Cuando era más joven, si ya te he contado tantas veces, Gregorio era tan celoso y complicado que no podía ir ni a la peluquería sola. Después de todo el lío de mi estadía en la casa de mis hermanas, había decidido él quitarme el auto y me desplazaba por la ciudad en puro taxi. Con las niñitas, a las compras, al colegio, médicos, si hasta a la peluquería iba en taxi, rapidito y con los minutos contados y a ciertas horas no más, porque más tarde o más temprano era una complicación.

Pero cuando llegaba Pancho, todo se arreglaba. A mí al principio Pancho me caía pésimo, cabro chico metido entre los grandes, si se llevan como siete años con Gregorio. Ahora no se nota porque son viejos, pero entonces cuando se hicieron amigos, te imaginas, Pancho con diecisiete y Gregorio con veinticuatro, casado, y ya estaban mis dos hijas mayores. Pero qué les importaba, si salían y se perdían en las fiestas en la capital, y yo como tonta esperándolos en la casa de los papás de Pancho. ¿Qué le iba a alegar su mamá?, tan amorosa ella, si era su único hijo, les costó tanto tenerlo. Era su adoración. Pero el cabro de porquería, más malenseñado y metido entre los grandes, qué rabia. Llegaban de amanecida, haciéndose los chistosos, yo le revisaba los zapatos a Gregorio porque en ese tiempo se desarmaban bailando twist y llegaban sin suelas. ¡Cómo rabiaba!, qué tonta, no dejarlos no más, si al final a nadie hacían caso. Gregorio gastaba como país en guerra y se tomaban hasta el agua de los floreros.

Pero sólo con Pancho podía pasear en la capital, porque claro, metido a grande como era, le sacaba el auto a su papá y salíamos a dar una vuelta mientras Gregorio hacía sus negocios. Incluso me dejaba en la peluquería. Era tan buenmozo y dije. Como trabajaba en el laboratorio que importaba las tinturas, te estoy hablando tiempo después, si estos han sido amigos años; conocía a todas las peluqueras, si en ese tiempo no habían colas, que si hubieran habido igual lo hubieran perseguido. Tan buenmozo y simpático, pero metido entre los grandes. Qué mal me caía al principio.

Salíamos temprano con su mamá, otras veces,  y ella me ayudaba a cuidar a las niñitas, más bien las malcriaba, mientras yo aprovechaba de vitrinear y hacer algunas cosas. Terminábamos en la mejores peluquerías de la capital, haciéndonos los tratamientos más caros del salón, total, me decía la mamá de Pancho, si tienen para gastar en trago, que paguen la peluquería por lo menos.

Ahora voy rapidito, como entonces, pero me llevan mis hijas, de carrera, si alcanzo a teñirme apenas y a las perdidas, la peluquera me hace el peinado, que si no, salgo como bruja. En fin, todo para que no se pierda la continuidad…

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3 comentarios en “Peluquería

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