La Empleada

Mary está totalmente feliz. Ha llegado por fin su empleada, a ayudarle con el quehacer diario. Es increíble lo mucho que le cambia la cara cuando la mujer hace su entrada, como si nada, a las once de la mañana o rayando el mediodía.

Mary me ha dicho muchas veces que no le importa, con tal que llegue.  Gregorio sale muy temprano todas las mañanas, como ha sido su costumbre estos cuarenta años, regresa a media mañana a tomar una ducha y luego vuelve a salir. En todo este lapso, Mary está sola en su casa, prende el televisor, prepara una taza de té y un par de tostadas y espera paciente a que llegue la empleada. Por años ha sido su costumbre estar hasta mediodía en bata, le es más cómoda la vida de esa forma. Llama a sus familiares y prepara mentalmente lo que tiene que hacer para el resto del día.

Espera con ansias a la mujer, de ceño adusto y grave, de escasas palabras, que silenciosamente hará las tareas del hogar, en el mismo orden y con la misma parsimonia y quietud, dejando una estela de olores a desinfectante y cera para pisos a lo largo y ancho de la casa.

Mary siempre dice que la empleada es fanática de la aspiradora y la virutilla, y que si fuera por ella, se lo pasaría en ese trajín nada más, pero ella tiene que despertarla del encantamiento de la aspiradora e indicarle que también sería bueno que cocine alguna cosa y limpie los baños y que además haga funcionar la lavadora y se preocupe de colgar la ropa más tarde, porque Mary no puede. Una vieja lesión, producto de uno de los muchos rounds con Gregorio le ha dejado un perno de titanio en su brazo, que le dificulta muchos movimientos.

Cuando llega la empleada, le tengo que rogar que haga esto y lo otro -dice Mary contrariada- pero no sabes lo feliz que soy que llegue. Al principio llegaba a las diez y veinte, todos los días, pero ahora ya no le importa, y llega a las once o incluso al mediodía, se queja que la hija está embarazada y que tuvo que acompañarla al hospital o que tuvo un terrible dolor de cabeza – ves que le está llegando la menopausia-  y que no se pudo levantar , puras chivas yo creo, pero la verdad es que no me importa. Le pido una taza de té para cambiar el tema y si se pone complicada ahí me molesto un poco, pero tampoco la puedo retar, si la mujer es buena, es honrada y cocina en un ratito cualquier cosa, me deja la loza limpia, prepara la mesa para que tomemos el té y deja algo para comer en la noche, ya sabes cómo es Gregorio. Mis hijas dicen que debería ser más enérgica con ella, pero ¿qué le voy a decir? si en una de esas se molesta y no vuelve más y ¿ahí qué hago? . Ahora está tan complicado encontrar a alguien y ella es de confianza. Si ahora las mujeres prefieren trabajar en las plantas de proceso, congeladas, y por turnos -ves que se lo pasan fumando y chinchoseando con los hombres- que trabajar en las casas, puertas afuera. Cuando mi hijas eran chicas nunca tuve este problema, siempre tuve empleada puertas adentro, si se iban sólo porque Gregorio se ponía «nerviosito» muy seguido y les decía hasta para su abuela cuando estaba con trago.

Es que me muero sin empleada, esta casa tan grande y yo ya no puedo sola, no tengo la misma energía de antes, limpiando, raspando, no;  ya no puedo  y además hay que tenerle el almuerzo listo al caballero justo a la una, sino, no sabes la que se arma… Al fin y al cabo, la mujer algo coopera, y es honrada y tengo alguien con quien conversar en la mañana…

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2 comentarios en “La Empleada

  1. Me sorprende la forma en que Mary tolera y justifica que hasta la empleada no le tenga un minimo de respeto ni le reconozca autoridad, me pregunto si ella será conciente o se hace la lesa …

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