Mary siempre quiso mucho a la mamá de Pancho, mi marido. Se conocieron cuando Mary era apenas una jovencita y venía despertando del sueño de haberse casado con su príncipe encantado y estaba cayendo en cuenta que era una gran pesadilla, pero la presencia de la mamá de Pancho le ayudaba a evadirse del dolor de esta conclusión.
Con la Pestañita – así la llamaban porque tenía unas pestañas gigantes- lo pasábamos muy bien, siempre tan alegre y risueña. Me llenaba la cartera con leseras, bromista y pícara, era muy simpática. Cocinaba cosas que ya no se hacen, todo muy rico, y preparado por ella. Se amanecía cocinando, a la empleada la tenía para los puros mandados y para hacer el aseo. Pancho era sus ojos, tan contenta que se ponía cuando llegaba a darle un beso en las tardes y Pancho tan desordenado y bueno para el leseo. En eso salió a don Pancho que era igual de trasnochador y farrero. Salía y se perdía por días, pero la Pestañita no reclamaba nada, nada decía, ni una sola acusación ni una copucha. En ese tiempo yo estaba tan aburrida con Gregorio, pero con la Pestañita nos consolábamos, me escuchaba reclamar no más, nunca dijo una palabra de su marido. ¿Te acuerdas que te conté que íbamos a la peluquería y lo pasamos del uno? Ibamos a tomar helados y café a los mejores restaurantes de la capital. Ella era muy divertida y malcriaba a mis hijas, les dejaba jugar con su neccesaire, que era gigante, la pobre andaba como con cinco kilos de cosméticos, de todo tenía muchos, «varios» decía ella. Las niñitas se pintaban como monas y le sacaban todas las cosas de la cartera. Se echaban sus perfumes, que también tenía como veinte y lo pasaban muy bien, se morían de la risa y la Pestañita les enseñaba a decir groserías, después de grandes les enseñó a fumar, ella fumaba como loca unos cigarrillos mentolados que eran tan perfumados, andaba pasada a cigarrillo por más perfume y mentolado que usara.
Pobre Pestañita, nunca se quejó de don Pancho, era bien jodido el viejito, muy amigo con Gregorio, por eso Pancho cayó tan bien. Tenía un pekinés me acuerdo, que lo cuidaba montones, gastaba fortunas en el perro, se llamaba Marabú. Mi suegra, doña Pepa también tenía uno, pero no era tan lindo como el de la Pestañita. Ella tan pícara una vez le dió chocolate laxante al perro de doña Pepa, no te imaginas la diarrea que tuvo y ella se reía calladita. Le voló la cabeza a doña Pepa jugando canasta, ves que la pobre vieja no tuvo un minuto para el juego, preocupada del perro y la embarrada que tenía debajo de la mesa…
Lo encuentro realmente genial, esta escrito con mucha gracia y sea verdad o no, es muy bueno.
No hay caso, hijo de tigre sale rayado !!