Lobito

¿Quién va a ser la primera para destapar la pipa? Así era la pregunta y así empezabamos a fumar yerba sin prisa  y jugando, riéndonos cada vez más alto. Lobito se transportaba automáticamente, a la primera pitada, a un estado ideal y era ideal cómo se veía. Estaba hecho para esta vida. Sus ojos azules como el oceáno se llenaban de un brillo que nunca supimos si era producto de la alucinación o el reflejo de la luz de la luna, su cabello crespo y rubio, todo un desafío para la genética, le convertía en la perfecta imagen del vagabundo yanqui, buscando fortuna y un buen lugar para ver las estrellas. Su único temor era la llegada de la policía, que tomaría a su persona como el de mayor edad, y sin dudarlo siquiera le sentenciarían como traficante, alcahuete y hasta pedófilo. Por eso y sólo por esa razón, Lobito trataba de bajar las risas y bromeaba seriamente que iba a tener que responder en la comisaría por tener un grupito de adolescentes junto a él «dro gán do se».

Las cervezas para separar la lengua del paladar, pastosa por tanta yerba, llegaban prontas y la consigna era no dejar rastro alguno de ellas a nuestro alrededor. Disfrutando la música de Woodstock,  la escena era perfecta, su chaqueta de mezclilla desteñida y ajada, nuestras risas contenidas, el pelo al viento de la madrugada; el paraíso hippie a pocas cuadras de la plaza de armas, en una noche cualquiera, con el canto de las aves nocturnas y el sonido amigable del río, que corría quieto a nuestros pies, aunque a veces, en medio de la volada, lo veíamos tan cerca y amenazante, pero era sólo eso, parte de la subida, parte de la alucinación con la mejor yerba de la región, cultivada con esmero por Lobito, en su propio campo, a escasos metros de su casa.

Una vez la policía antinarcóticos fue advertida de una plantación de proporciones. Lobito tomó el incidente con calma, no era su propiedad, era la del vecino, nos contaba siempre en medio del viaje, y estaba lleno de la más hermosa y verde marihuana, pero fuera del perímetro de su cerco. – Pregúntale al vecino – dijo, haciéndose el simpático, pero al detective no le causó gracia y sin pensarlo dos veces le llevó a la oficina, para ficharlo y tomarle su declaración. 

Desde entonces Lobito decía que estaba funado. No pudo sacar su título de agrónomo que tantos años de jarana y fumaderas le había costado, amén de la carga de yerba que vendía como si nada entre sus condiscípulos, hijos de los más circunspectos personajes de la región, que les importaba un pito que los niñitos fumaran como chinos, con tal de tenerlos tranquilitos y que terminen el semestre, ¡no faltaba más!. Incluso Lobito era hijo de uno de los más grandes terratenientes de la zona, conocido por su afición a las peleas de gallos y las mujeres ajenas, que finalmente dejaría a la familia en la calle por los malos negocios, la codicia de los amigos, la mala suerte con los cresta roja y una que otra querida que le absorbió hasta la médula mientras pudo. Sin embargo, la madre de Lobito se mantuvo incólume. Digna y decidida, conservó parte de la herencia de sus padres, por medio de artimañas de leguleyos, presencia y buena voluntad y cuando nos conocimos era lo único que quedaba del latifundio monumental. Fértil tierra decía Lobito, la mejor a la redonda, pero ¡por la máquina! que complicación levantarse temprano para subirse arriba del tractor y empezar a preparar los campos para el maíz y las papas, fundamentales para encubrir su negocio de contrabandeo y la mejor razón para mantenerse limpio, fuera del alcance de un problema mayor a ser sólo consumidor.

Una vez, un verano le vimos bajarse entre una nube de polvo del viejo tractor, con el torso desnudo, bronceado como un actor de cine. Era ver al mismo Eros entremedio de esa polvareda, ¿a quién no le gustaba fumar una pitadita de sus labios rosados y suaves? Que tire la primera piedra la que opine lo contrario.

Samba pa’ ti escuchábamos, a todo lo que daba la radio de la vieja camioneta. Luego era el turno de Bob Marley y apostábamos a que esa noche sí que nos íbamos con él al mismo infierno, porque era dulce, transparente, hermoso y salvaje al mismo tiempo, todo junto con el alucinante y pegajoso sabor de la yerba entremezclada en nuestras bocas.

La última vez que supe de él estaba mucho más al norte, cultivando papas por montones, vendiendo a los grandes consorcios, todo un empresario, con hijos hermosos y hippies como él y una mujer menuda y saludable que acariciaba sus cabellos enredados y olorosos a polvo del camino. Qué vida, mi amigo, que increíble viaje.

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4 comentarios en “Lobito

  1. Creo que otro personaje como él no habido. Debe nominarse, sin duda, como rostro de calzados Guante: «Imitado, jamás igualado»
    En todo caso vive en Cañete arreglando motores de motosierras, con sus hijas Luna, Sol, Viento, Sal, Amatista, Chilombiana u otros nombres de la Pachamama.

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