El Club

Llamo a Mary rápidamente. Pancho me acaba de decir que me pasan a buscar volando y luego pasamos a la casa de Mary y de ahí al Club. Ella no tiene idea, como de costumbre, porque Gregorio nunca se molesta en informarle y mi labor es avisarle para que esté lista, pero sin que se note demasiado. Se supone que es una sorpresa.

Este tipo de sutilezas no son propias de Gregorio. No las han sido nunca. Pancho le mete estas idea en la cabeza, para tener una tarde agradable, para salir a pasear y para que la pobre Mary descanse de la casa gigantesca y del deber diario. Añadirle algo de variedad a su vida, que de tanto en tanto se vuelve caótica e insoportable. Esa es la consigna, ese es nuestro afán. Esa es la forma de paliar su desdicha.

Llegamos hecho un bólido y Gregorio estaciona dramáticamente su camioneta último modelo. La mesa nos espera. El lugar es el mejor de la ciudad.  Enclavado como un muelle sofisticado y opulento, se alza la figura del edificio sobre el mar. La vista a la bahía es espectacular y el servicio del restaurant inmejorable. La comida está congelada por muchos días y es de tarro, reclamará Mary sólo para fastidiar a Gregorio y comenzamos a ordenar.

Luego de la ronda de aperitivos, y respirando aliviados porque el milagro del Padre Pío todavía surtía efecto y Gregorio no probaba un trago, empezamos a reír, más sueltos y confortables. Los hombres hacen recuerdos de antaño, de viejas salidas y hablan en clave. Mary se ríe de ellos francamente y les recuerda que ella no es ninguna tonta. Que siempre supo la verdad. Conversamos de la vida, de las noticias en el diario y de pronto la música de fondo es apagada y un pianista se dispone a tocar. Mary mira divertida y me dice bajito – Te apuesto a que este huevón toca a Frank Sinatra- el preferido de Gregorio. En efecto, el pianista empieza suavemente los acordes de New York, New York.  Nos divierte la fijación de su marido por La Voz y cuando va al baño, Mary recuerda:

Si esta música se la cantaba a la huevona de la Marina. ¿Te acuerdas Pancho de la Marina? Si estuvo como cinco años con ella. ¡Haber metido a esa mujer a mi casa!. Yo lo supe todo, pero no me importó ¿sabes?. Se curaban como ranas y a ella le cantaba New York, New York. Al final, cuando regresé,  me encontré con cajones llenos de botellas de gin vacías escondidas en el sótano, ves que al tonto le fascinaba el gin. ¡Claro! con la Marina tomaban a boca de jarro y después quedaban las grandes. Si casi echan abajo mi casa. Huevones…

Gregorio regresa con la cuenta ya cancelada y nos apura con el postre. Le molesta estar tanto tiempo en la calle, en público. Prefiere dormir horas en su bergere frente al canal español del cable con la tele a todo full, porque pretencioso como es, se niega a usar un dispositivo para su oído. Está sordo como tapia, por eso no escucha cuando reímos con Mary y burlescamente nos alejamos cantando, …el amor de mi vida has sido tú…

Anuncio publicitario

2 comentarios en “El Club

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s