Patrick

Patrick Cooper Bruce, médico traumatólogo, jugador de rugby en su época universitaria. Alto, fornido, demasiado buen mozo cuando joven, con la apariencia de un hechicero druida a esta altura, su cabello largo en una onda graciosa y coqueta en la nuca,  sus ojos azul ocre destellando como pocos. Su nombre es tan extranjero como cualquier otro de esta tierra, cualquiera se confunde y espera un cómico e ininteligible acento inglés de sus labios y no la sarta de groserías dignas del mejor verdulero de esta nación. Sabe de su profesión como nadie en esta ciudad. Encantador por donde se le mire, excelente, buena gente, de risa fácil y contagiosa, de pataletas monumentales e inolvidables, manos enérgicas pero suaves, dedos largos, fuertes a pesar de su edad. Aún conoce de memoria el cuerpo humano y sin más ayuda que su tacto, constata lesiones graves o simples torceduras por pequeñeces propias del día a día o del descuido formal y repetitivo de la raza humana.

Cuando se recibió como traumatólogo, su madre dudó que pudiera seguir por largo tiempo en esa especialidad. Era tan terrible ver tanto hueso roto, tanta carne fuera de su lugar. Es propio de un matadero, diría ella, muchas veces, mientras Patrick se dedicaba a sus estudios. Diría él años más tarde que se dejaba llevar por el mismo espíritu que todos los estudiantes de medicina, una raza neohippie, que no vivía con los pies en esta tierra, con el sueño barato de curar el dolor del planeta. ¡Qué graciosa premisa!, cuando la realidad es tan distinta.

Patrick ejerce en los principales centros asistenciales de la ciudad, desde hace años ya. Algo hay en este pueblucho que creció de golpe, como un adolescente; nada le queda bueno, todo está estrecho y desordenado, pero tiene un algo, tiene una magia, o serán puras wevadas, porque ya a estas alturas del partido no me muevo ni llorando. Ya no lo hice, nunca lo haré.

Ha visto transformaciones sociales, económicas y porqué no decirlo mentales, sin embargo el dolor es siempre el mismo, las promesas son siempre las mismas, el tiempo es factor inexorable como siempre, las indignidades, las esperas, los olores, los descuidos, la maldita fatalidad, el abandono y sólo Dios sabe cuánto más es siempre lo mismo. Es innumerable y cada vez que lo piensa, se le llena de hiel su corazón, porque es tan poco lo que efectivamente; se ha dado cuenta, después de todo este tiempo, se puede hacer.

Mira al paciente que le ha rogado una visita domiciliaria. Esta práctica, en sus actividades, está en franca retirada, es demasiado involucrarse, es demasiado desgastante y en honor a la verdad, es hasta peligroso. La ciudad ha cambiado mucho y hay barrios que son francamente de temer.

– No, aquí no hay mucho más que esperar, necesitas terapia, wevón y al tiro. Algo te echaste y ‘tamos cagaos, tienes que sacarte un rayo X pero yo diría, a ver, mueve tu brazo p’acá… Sí, toy seguro, plexo distal. ‘Tamos cagaos. Terapia, pero el rayo X primero que todo porque aquí algo te echaste.

Así se dirige a los enfermos, de todas edades, condiciones sociales y dolencias. Pareciera que de esa forma se fundiese en un sólo lenguaje que le hace sentir hasta cercano, casi familiar, pero es contraproducente. En el Hospital Base son tantos los malos ratos que pasan sus pacientes.  Ha visto a todos los accidentados por descuidos torpes, todas las mujeres sometidas a horribles palizas,  todos los obreros que llegan quebrados, literalmente molida su carne y sus huesos, todos los niños provenientes de colisiones de autos, todo junto en un solo infierno y recuerda la frase de su madre. Sacude la cabeza y busca el confort para el que sufre, pero es tan inútil, sin medicinas, sin implementación, sin nada para ayudarles, sin camas a veces. Incluso el personal avanza en un estado de trance, totalmente ajeno al dolor. Es tanto. Sí, esto es peor que Laos y Camboya juntos. Realmente peor. ¿Cómo piensan las autoridades, el director del Hospital que puedo hacer mi pega, si no tengo lo mínimo? ¿¡Qué chuchas se creen que soy, un chamán acaso!? ¿Un médico brujo, curando con pastos y ensalmos? ‘Tan todos cada vez más wevones, en vez de avanzar vamos p’atrás.

Al reverso de su moneda, en su consulta perfumada, detrás de la hermosa mesa de caoba, herencia de su padre, con el más moderno instrumental, en un ambiente infinitamente más glamoroso; examina pies torcidos por un mal swing en el golf, trizaduras de tobillos por osteoporosis avanzada y dolores de espalda por un polvo a la rápida, con la amante de turno, en un motel de mala muerte. Es un contrasentido tan grave. Abismante. Universos de diferencia entre uno y otro y él sin poder hacer nada para acercar estas dos realidades. No es culpa de los pacientes, por supuesto, ni es suya la culpa, pero ¿de dónde mierda viene todo? ¿¿Hay un Dios??

Renuncio wevón, le habla a su amigo del alma. ‘Toy tan cabriao de todo, que renuncio. Renuncio al Base. Ya todo me da lo mismo, me he agarrado veinte veces con el director y por las puras wevas. Me quedo en mi parcela. Cultivaré geranios o alguna wevada por el estilo. Me voy al otro lado de la cordillera por un rato. Allá nadie sabe que soy médico. Acá hasta el perro me levanta su patita de vez en cuando para que se la examine. ‘Toy cagao, no puedo escapar, pero al menos puedo evadirme, no ver todo esto. Ando como un zombie en la consulta, no pesco a nadie, rabeo con todo el mundo y yo ‘toy viejo para eso. Soy una mierda, lo sé, pero no puedo hacer más, no sé quién chuchas más puede. ¡Si no soy médico brujo wevón!, ¡esto no es el Amazonas! No sé qué más decirte. No me mires con esa cara y felicítame, que me declaro jubilado. Me quedo en paz con mi conciencia al menos. Eso creo.

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Queen of Pain

La ciudad se empieza a poblar lentamente. Los primeros transeúntes se desplazan soñolientos y apurados. Es pleno invierno y el viento gélido les hace moverse raros e incómodos. Están ateridos. Dani espera que el día sea al menos un poco más agradable que ayer. Sus manos bien cuidadas se resienten con el frío. Odia la estación en esta ciudad, donde la gente es tan bruta y poco decorosa. Le molesta profundamente ver todas las mañanas al mismo tipo escupiendo en la calle, en un ataque de tos alcohólico y trasnochado. El bus se aleja del centro y se interna en calles más modestas. Antiguamente, un campamento para aquellos que sin hogar sencillamente se instalaron en estas tierras que el pobre dueño no tuvo oportunidad de reclamar. Viven ahora apiñados, en lo que el gobierno llama «población» de a dos y hasta tres familias por cada pequeña y arruinada casita. Dani hace una mueca de desagrado cuando ve entre la escarcha dos gigantescos ratones, jugando a pillarse, para escapar del frío. Se atrapan, ruedan y luego vuelven a correr. El lugar es sombrío y deprimente, aún con el tímido sol que se hace espacio lento para tratar de romper la helada.

Llega a la oficina y asume su postura. Comienza a trabajar la información y gradual va avanzando la mañana. Trata de conservar un tono de voz plano, de parecer más que todo, formal y distante. Escapar de las burlas como lo ha hecho desde que tiene memoria, convirtiéndole en un ente tímido, adusto y frío, solapado y grave. Hay minutos en que todo le conmueve de forma exagerada e inexplicable. Todo fluye distinto en su ser. Es como si esta alma tan sensible no fuera suya o que al menos estuviera en una cárcel de la que no puede escapar.

Escucha suaves baladas y trata de tranquilizar su corazón, en un impulso constante y diario. Dani dirá que este solo hecho le será más complicado que la complicada lista de proveedores y detalles contables que tiene que resolver para entregar la información requerida a su departamento. Eso es casi nada. El sonido de la  música le embarga y sólo quisiera estar en otro lado. Su compañera Maggie le sorprende de pronto preguntándole en qué planeta está y Dani, en un esfuerzo titánico dirá que nada pasa, sólo pestañaba un segundo para seguir trabajando.

Maggie, sin embargo ha visto esta actitud muchas veces, sobre todo cuando Dani escucha aquella canción,  banda sonora de esa película irlandesa que  fueron a ver al cine hace un tiempo, donde la dulce cantante rebela casi al final de la cinta que es un transformista. Una mujer en un cuerpo que no le pertenece.

Salen esa tarde, como todos los jueves a tomar un trago antes de ir a casa. Maggie le estima tanto. Es muy buena, dirá Dani, aceptando sus rarezas e ideas. Ríen de las anécdotas de la oficina y Dani le divierte imitando a sus compañeros. Toman otro trago y luego otro más. Esto no es normal en Dani y el exceso de alcohol le provoca un estado de euforia que redunda en frases que siempre se ha esforzado en ocultar. Así le dice a Maggie, que ella no tiene el derecho de quejarse de su existencia, porque ella finalmente tiene una vida. Es aceptada por lo que es y no debe esconderse de nada. Cuando Maggie trata de rebatir diciendo que a veces uno quisiera escoger, es ahí cuando Dani pierde rotundamente la paciencia y le lanza en su cara la verdad.

– Es fácil para ti decirlo porque no tienes nada que perder, ¿sabes acaso lo que es vivir oculta, sintiendo vergüenza de ti misma, deseando no haber nacido o al menos haber podido elegir en qué convertirte? Que te miren siempre como una diversión de circo de cuarta y todos se burlen de ti. Es espantoso, asqueante, profundamente deprimente y la peor de las pesadillas – …. Respira Dani de su discurso y Maggie ve rodar una lágrima por su mejilla. Preguntará qué es lo tan grave, que en ella puede confiar. Dani finalmente y después de tantos años se atreverá a decir :

– Nosotras somos iguales, yo soy tan mujer como tú, pero estoy prisionera en este cuerpo que no es mío, como la protagonista de la película. Esa soy. Un monstruo, una víctima, un ser, sin definición aparente, sólo un ser.

Maggie retrocede aterrorizada. No sabe qué decir. En su mente alcoholizada de pronto todo calza y en un mínimo segundo, del pavor pasa a la pena. Dani intuye y le replica que no sienta dolor, que de eso ella tiene bastante. Que la entienda y la aconseje y que no deje de ser su amiga, porque no hay nada más atroz que nadie te note, que pases como un fantasma por la calle, porque ni tú misma sabes qué eres. ¿Un monstruo, una víctima?. Sin derechos, sin sueños, borrando tu pasado por horrendo, no confiando en el futuro. Un dolor, un dolor nada más. Eso es.