El Cumpleaños

– Yo doy la vuelta mientras tú compras, para no estacionarme en doble fila- dice Pancho y me bajo en dirección a la florería. Es el cumpleaños de Mary, y lo único que se nos ocurre regalarle es un obsequio que refleja su carácter. Un gesto que no ha visto en años, además; Gregorio jamás le ha regalado un bouquet.

Elijo uno bonito, no muy grande, sencillo, pero elegante. Arreglado con maestría por la florista, se ve maravilloso. -Me lo quedo yo- le digo a Pancho en broma y nos dirigimos a la casa.

Está todo iluminado y nos sorprendemos. Hay varios autos estacionados y nos sorprendemos aún más. Normalmente, el cumpleaños de Mary pasa sin pena ni gloria. Siempre el de mayor pompa es el de Gregorio, con cenas fuera, regalos fastuosos y todo el clan reunido rindiéndole pleitesía. Una corte falsa, fingida, profundamente aburrida y que dura sólo una horas en su pose. El cumpleaños de Mary siempre es más sencillo, más hogareño, más real. Ella tiene algunas amigas de años que se dan cita religiosamente en la casa, llueva o truene. Se conocen desde siempre y saben perfectamente toda la historia.

-¡Felicidades Mary!- nos abrazamos con cariño y con el alma. Este pequeño presente de parte de los dos. Mary lo mira arrobada y no puede dejar de comentar – Oye, que flores más lindas, tanto tiempo que no recibía flores. Una de mis nietas me regaló una rosa , pero están fabulosas, muchas gracias, muchas, muchas gracias. Me encantan las flores.

Nos dirigimos a la mesa y Mary corta generosa un grueso trozo de pastel. Conversamos sobre nada, mientras sus amigas, ya mirando la hora empiezan a emprender la retirada. Ellas han llegado a la hora del té. Como la luz del día, van paulatinamente haciendo abandono de la celebración, así como también lo hacen las hijas de Mary, con un sentimiento de deber cumplido y apuro profundo por seguir con sus vidas, ajenas a esta casa y a todo, en realidad.

Pancho y Gregorio hacen bromas a propósito de un concurso en la televisión, se dirigen al living  y nos quedamos solas con Mary en el amplio comedor. A nuestras espaldas, una dramática y oscura pintura de una gitana con vestido andaluz, nos acompaña. Mary mira el cuadro y me cuenta: La primera vez que fuimos a España a conocer a la parentela de Gregorio, yo no podía creer en las condiciones de miseria que vivían. ¡¡¡Si no había baño!!!. La casa estaba más alto y el primer piso era como un gallinero, guardaban paja y algunas otras cosas que nunca quise saber qué eran, y en la esquina, arriba había un hoyo tapado con unas tablas. Ese era el baño. Caía todo para abajo y de vez en cuando uno de los tíos de Gregorio revolvía con paja y cuando se formaba una ruma, se la llevaba en su carretilla al campo. Yo casi me morí cuando ví eso y las gallinas y conejos entremedio. Esa tarde había guiso y yo no pude comer del asco que tenía. Gregorio me hizo un escándalo y toda su parentela me retó. ¡Son tan histéricos estos españoles!

Me muero de la risa, por toda la situación y casi puedo ver a la pobre Mary haciendo de tripas corazón para salvar su pellejo intacta. ¿ Sabes, Mary? -le digo- Deberías escribir un libro de todo lo que ha sido tu vida. ¡Yo voy a escribir un libro con tu historia!   Escribe no más -dice ella- si nadie me creería tanta lesera que he tenido que pasar.

cumpleanos

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