Corro la cortina del ropero lentamente, como si esperara que saliera un fantasma. Sale, por el contrario, escapando, un olor a almendras, a lavanda seca y jabón gringo, que inunda todo el interior. También expele el olor delgado de la naftalina perdida desde quién sabe cuando, haciendo que todo se preserve más o menos entero de la amenaza de los años.
La cortina pesada, de un rosa deslavado, avanza latosa por los rieles cubiertos de la pátina irreverente y definitiva que mora entre los pequeños dientes del carril. Se mueven perezosos algunos, presurosos otros, intentando dar con el caminito hasta dejar el espacio suficiente para urgar en sus confines.
Cada nueva primavera, mi abuela abría rigurosa su ropero, dejando que el aire penetre los antiguos abrigos, la gastada lozanía de las telas, de sus enaguas preservadas con esmero y astucia, con cariño y devoción angelical, sobre todo las telas, aquellas que ya no se ven, aquellas que ya no existen, como los tiempos que se han ido, como la vida silente que se ha escapado lentamente de sus manos, sin que ella haya caído en cuenta siquiera de su avance.
El mundo que está frente a ella, encerrado en el ropero, ha sido forjado por su esfuerzo y agonía, por su empuje y sufrimiento. Cada prenda es prueba de ello. Hecho por ella misma, ajustado, transformado, ideado y vuelto a transformar por obra y gracia de sus conocimientos de costurera, dolorosamente adquiridos y orgullosamente preservados.
Cuando tomó la decisión, nadie le dijo que iba a ser fácil ser una mujer separada en este país extravagante y mentiroso, de doble juicio y albedrío, de decisiones drásticas y homogéneas, algunas veces; y otras macabras y bestiales. Sin tino ni piedad, sin beneficio de la duda o ni siquiera un ligero álito de misericordia o entendimiento en plenos años 50.
Su vida, con el que le fue elegido por marido, fue una pesadilla desde el primer día y ella decidió valientemente deshacerse de ese sino, antes que ese sino se deshiciera de ella. Avanzar con la cabeza en alto, sin ser juzgada como casquivana o mala esposa, era tan difícil como pretender que no hubieran amaneceres ni puestas de sol. Sin embargo, no dudó, no le importó, nada era más necesario que salir de esa pesadilla, de aquel hombre borracho y bruto, de aquel despilfarrador y mal amante, que le abandonaba, sin decir palabra, que tomaba parte de la estancia familiar porque podía y se perdía por días infinitos sin un signo de vida, regresando borracho todavía, para fastidiarle con su vozarrón alcohólico y su mala educación, demandando por los cuatro vientos, abrigo, comida y descanso. No había riñones para aguantar tal afrenta, cuando aún colgaban, decorando su caballo, los calzones de alguna de las polillas del burdel más concurrido, donde había hecho depósito obediente de lo obtenido en la subasta del pueblo por los bienes familiares, reses, trigo, papas, productos todos del esfuerzo compartido, sin embargo, no respetado ni apreciado, regalado a la desbandada, como quien descarga un puñado de sal en el mar.
Tantas noches sin dormir, esperando que llegara sólo la cabalgadura del sátrapa, indicio inequívoco de su deceso, de manos de ladrones o malandras que le propinarían una golpiza monumental por su altanería y escasez de juicio, habían sido suficientes para tomar la decisión final y aunque el tío paterno y padre del marido, puso el grito en el cielo y amenazó con que una maldición iba a caer sobre su cabeza, por haber rechazado tan ligeramente al mejor de sus hijos, el más capaz, el más atento, el más buen mozo y diestro. El hombre de barbas rojas como el atardecer del verano, de anchas espaldas y piernas fuertes. Qué más esperaba si ya había pasado los 25 y nadie más le iba a mirar como esposa. Muy gringa eres m’hijita, pero los años no los saca nadie de la cabeza del hombre cuando busca matrimonio.
Nada fue razón suficiente y de tanto en tanto, cada primavera, salía al sol, junto con las ropas olvidadas, la foto del marido, ya muerto y dispuesto bajo tierra, en un funeral extraño y discreto, que le hizo justicia de su descariño y falta de previsión. No hubieron ni han habido palabras de crítica o infelicidad, sólo la profunda censura al despilfarro, perfeccionado hasta acabar si un peso en los bolsillos, teniendo que pagar la viuda, alejada por decisión propia , las costas del funeral del hombre quien, perdido en su borrachera, terminó botado en un charco, ahogado en su propio vómito y sin que ni siquiera su cabalgadura fuera capaz de arrastrarle de vuelta al hogar.
Lo que quedaba de la estancia familiar, por años dilapidada, arruinada y perdida en la desolación y el hastío, se evaporó finalmente en manos de bastardos y queridas, vecinos de mala fé que, diligentes, fueron corriendo los cercos, hasta dejar al pobre desdichado sin nada más que su chicha con harina tostada y su profunda miseria encerrada en el orgullo y la sustancia de los años pasados.
El ropero de mi abuela más que fantasmas , tiene su vida arrumada en esas ropas, tiene sus míninos secretos escondidos y tiene sus recuerdos almacenados, dentro de cada rincón, en cada pequeño cajón y repisa, que ella ha ventilado rigurosa, para sacar también la pena y la desolación de los años, de los errores enmendados, de la comidilla envidiosa y malintencionada, de aquel pretendiente gallardo y amable, suave como el aire de la mañana, que se perdió en el atardecer de un día de diciembre, quien le regaló el más hermoso corte de tela, que ella atesora misteriosa en algún rincón de su ropero.
El ropero existe en su habitación desde que tengo memoria, con su aroma suave y difícil de olvidar, que la retrata de cuerpo entero, cálida, amable, suave como un valz, como un trino, como la tierna y mullida lana, como el dulce pan con mermelada, como la vida pasada, como los años venideros, cuando siga existiendo el recuerdo, y sin duda alguna siga existiendo el ropero.
No sabía la verdadera historia , pero a pesar de todo solo ella sabía hacer tan lindos vestidos , yo también los disfrute .
Amada: Muy bienvenida a esta bitácora. Espero que se repitan tus visitas. Un gran abrazo
Siempre se contaban estas cosas a medias… me duele ahora conocer realmente cómo sucedieron las cosas y admiro doblemente a mi abuelita querida.
Exelente y triste para la Sra. y real pues existen personajes así, lo lindo es la forma de relatarlo con cariño y amargura, que es una mezcla complicada, pero muy bueno, te felicito de corazón.-
Hermosa historia y muy conmovedora
aww! pobre abuelita, pensar q casi se repite la historia…
Retratar esos años miserables de gente buena con tan buen ojo es, de tu parte, todo un acierto. Excelente relato. A más de alguno va a tocar profundamente.