Las Carretas

Avanza la carreta lentamente, suenan las duelas de los barriles y los gastados engranajes de las ruedas. Siguen, paso a paso los impávidos bueyes, caminando, caminando, sin un propósito propio, sin una voluntad, sin un deseo, unidos por destino, cada uno con el otro, a través del pesado madero que atraviesa sus cornamentas roídas.

Avanza la carreta cuesta abajo en el pedregoso camino, a paso lento, con la calma de los tiempos pasados, con la serenidad de los barcos, con la tranquilidad de los ancianos. Avanza, lento. Rechinan los engranajes, se mueven los barriles nuevamente, sube el polvo del camino, salen los rayos de sol, tímidos, asustados, suaves, luminosos, delicados.

Se detiene la caravana entera y la última carreta de la línea, por inercia, avanza dos pasos más adelante. Se detiene también y se escucha, como un eco multiplicado, el bufido de los bueyes, yunta por yunta hasta llegar al final de la línea. Descansan de la bajada, resoplan, respiran y en la profunda humildad de sus lugares, mantienen sus cabezas gachas.

Esperan turno de pasar, mientras el río corre presuroso y violento a sus pies. El delgado puentecillo de madera, con tablones grises y torcidos, sujetos por enmohecidos clavos de rieles, amedrenta las cabalgaduras, amedrenta a los hombres, pero no hace mella en los cansados bueyes, que apenas reparan del destino que les sigue más adelante, sólo caminar, seguir caminando, esa es la consigna.

El que lidera la caravana se adelanta a solicitar paso. Debe pagar los dos pesos con cincuenta por el exceso de carga y hacer avanzar lentamente cada carreta hasta llegar a la rivera opuesta. Al frente, metros más hacia la derecha, se levanta una nueva estructura, que ha tardado años en hacerse presente. La maña de los elementos no da tregua al ingenio de los hombres y varias vidas se han perdido sólo tratando de erigir los pilares de la base del nuevo puente. El caudal del río no cesa, no perdona y no para, arrastrando árboles y hojas, con la misma  desidia y liviandad. No le importa, es el señor de la cañada, ha estado antes que los hombres y junto con el cielo. No se irá, seguirá su curso eterno, hasta llegar al mar.

Avanza la fila de carretas, una a una, lentamente y rechina la carga, las ruedas y ahora, las tablas del delicado puente, en un canto ronco y temeroso. Nadie emite sonido, ni los hombres ni las bestias, sólo el sordo rumor de los cascos de los bueyes rompe la espectación de la trayectoria. Al cruzar al otro lado, se ubican en la orilla del camino, donde la sombra de la vereda aún no deja pasar el sol y bufan las bestias nuevamente. Una a una, en el mismo ejercicio, cruzan, hasta culminar las veinte al otro lado.  Luego, subirán por la pendiente abrupta e inclinada, para descansar rayando el mediodía, cuando la carga esté abajo, los hombres almorzando y los bueyes, finalmente, descansando. Partirán de nuevo, al final de la tarde, cuando el sol se ponga, la cañada esté abandonada, el frío cale y cuando el río siga, infinito, su curso eterno hasta llegar al mar.

puente

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2 comentarios en “Las Carretas

  1. Lindo. Pobres bueyes toda su vida es trabajar y trabajar tirando una carga que no saben siquiera que es.
    Muy linda y como de costumbre amena y entretenida. Da lata llegar al final, queda gusto a poco.-

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