Después de haberse jugado más de la mitad de su plata en la brisca, Constantino se rasca la cabeza y se acomoda su sombrero por tercera vez. Apura su trago, echa atrás la silla y trastabillando abandona el lugar. P’tas que soy huevón, se repite a cada paso y hasta llegar a su caballo. Es casi la hora de la primera misa y se detiene en la esquina de lo que el regidor planea va a ser la nueva plaza del pueblo, justo al frente de la Gran Tienda Aquitania. ¡Qué nombre tan marica! pensaba mientras intentaba despejar su cabeza con el aire frío de la mañana. Escupe sin tino ni vergüenza y justo en el minuto que repara en su propia mala educación, la señorita del internado se planta al frente de él, como una aparición. Vestida con su abrigo color ocre, que no se quita ni a sol ni a sombra, muestra su cuello largo y delgado, su cutis blanco, sus mejillas rosadas por el aire de la mañana y su ojos de un miel indefinido, casi verdes, casi grises, casi me voy al carajo si no le hablo ahora.
Constantino, alentado por su borrachera, se acerca a ella y le ofrece una reverencia fingida. Ella le ubica perfectamente, como todos en el pueblo. No es fácil olvidar su vozarrón y sus espaldas gigantes. Sus botas mugrientas y sus cabellos siempre revueltos junto con el inconfundible aroma de su cigarro. -Buenos días- dice ella, tratando de esquivarle, y por segundos comparten el mismo espacio y sus aromas se confunden. -Buenos días, señorita- contesta Constantino y la deja pasar, porque siente en sus oídos, en su pecho y en la cuadra entera el latido desbocado de su corazón.
Ella se voltea y le consulta, con la sonrisa más encantadora que la nublada mente de Constantino puede recordar. -¿ Cuándo va a inscribir a sus hijas en el colegio? Estamos por empezar el segundo semestre, sería bueno que pudieran acompañarnos- . Se retira finalmente y él se queda cabizbajo, profundamente obnubilado, hasta que el ruido de sus tripas le despierta del encanto, junto con el relinche de su manco, que le apura por volver al hogar.
En el camino y mientras le va cambiando el semblante y el humor, piensa en la señorita. La imagina como Amelia, la puta preferida por todos los patrones, que se muestra generosa con sus carnes al aire, sus caderas grandes, apoteósicas. Esa es hembra, mierda, piensa mientras intenta juntar la imagen de las dos mujeres en una sola. La imagina en su casa, cubierta por el camisón sin vida de su esposa muerta y se imagina montándola despacio, para verle la cara en la luz de la mañana. Se imagina tantas cosas que no repara que viene Esteban Santa María, cabalgando, con sus carretas llenas de mercancías, telas en su mayoría, para su Gran Tienda Aquitania.
-Buenos días- le saluda Esteban, con su voz ronca por el cigarrillo. La inconfundible estela azul que escapa de su boca, el delgado cilindro prendido mañana, tarde y noche, como si fuera el mismo y no tuviera fin y su pegajoso acento español. -¿Vamos de vuelta o venimos de entrada?- consulta intruso e intrigante, pero este español común tiene la particularidad de congraciarse con todo el mundo, tiene una forma tan singular, que incluso entre los dones de más poder, él se da el lujo de ser impertinente, desmedido y grosero, con una gracia tan única que es el invitado recurrente de todas las veladas y finalmente el personaje más agradable de todo el poblado.
-Me voy a mi casa- contesta complicado. No le gusta mucho conversar con Esteban. No imagina lo útil, discreto y buen amigo que puede llegar a ser. Eso lo sabrá más adelante. -¡Buena farra!- dice el español como despedida y le deja pasar, para tomar el camino por lo ancho con su caravana.
Lindana le espera con la palangana llena de agua helada, el pan recién horneado y los huevos fritos con manteca, como le gustan, pero nota en su semblante algo distinto. Una agridez mezclada con ensoñaciones. ¿Estás enamorado de alguna de esas putas? le consulta desatinada, y Constantino la sorprende con la respuesta y la tranquila actitud. Es tiempo que la cabras vayan al colegio. Anda al pueblo mañana temprano y pregúntales a las monjas qué mierda necesitan. Pregunta si hay alguna rebaja porque son cinco o mejor no preguntes leseras. ¡La jodienda, carajo!. Encarga todo lo de vestir donde el español de la tienda con el nombre maricón y no me preguntes ni una huevada más. Me duele la cabeza, voy a dormir ahora hasta las doce. Que no me moleste nadie o le vuelo los sesos de un tiro… Y si preguntan quién va a ser el apoderado, diles que seré yo.
tere, me encanta esta serie. está muy bien narrada, los personajes son de una claridad que me sorprende, porque es como si los conocieras.
insisto con que acá hay una novela en potencia.
abrazo,
G. me alegra mucho que te haya gustado parte de esta historia. Es un proyecto lindo que tengo entre manos. Sólo me ha faltado la confianza y el minuto justo para «cazar» a las voces que me dirán como cerrar la mitad de la historia. Es gracioso, tengo el principio y el final en mi cabeza, sólo me falta enlazar ambas.
Un abrazo y mil gracias por leerme
Muy buento tu blog, vendré a leerte pronto. FELIZ AÑO
Entretenida e interesante la historia,me gusta ese remate que deja en suspenso para el proximo relato
Intrigante relato, Feliz Navidad y prospero 2009.
Muy buen, aunque parezca repetitivo, pero es así, tienes mucha gracia para relatar y lo haces muy ameno y agradable.
De nuevo felicitaciones.-