Las parejas se ubican frente a frente en la pista improvisada. Suenan las guitarras, invitando al paseo de rigor. El hombre, vestido con su poncho de colores, delgados bordados oro y bermellón de pequeños copihues y listas con los colores del otoño. Su sombrero de ala ancha y fieltro negro, su chaquetita blanca de botones de plata, su camisa a cuadros. Sus pantalones de finas rayas grises y las pierneras, ese extraña indumentaria, herencia de la conquista hispana, que se teje minuciosa con delgadas tiras de cuero negro sobado, para darle, por dentro, la suavidad de la seda y por fuera, la rigidez del metal. Al cinto, una faja de colores al tono con el poncho y sus espuelas, grandes rodajas plateadas, ubicadas por detrás de sus botas, tintinean ruidosas y brillan como un pequeño sol. De espalda ancha y vozarrón fuerte, cabellos rojos que luchan por salir del ala del sombrero, inicia el paseo también, de la mano de esta mujer que le quita el sueño. Ella, ataviada con la falda gruesa negra y chaqueta de tafetán, enaguas de vuelos blancos sobresaliendo a un lado. Con un moño alto coronando su cabeza, agita un pañuelo de encaje albo, que asemeja una paloma. El hombre dobla la esquina de su poncho en bandolera y ubicando su pañuelo en el hombro, comienza a hacer palmas.
Se escucha la voz de las cantoras, con sus suaves acordes, hablando de amores en la tonada. Inician este rodeo fingido, el hombre tratando de atraparla, ella tratando de no esquivarle demasiado. El sonido de las espuelas con su delgado tañir, llena el espacio y se mezcla junto con las voces. Avanza de lado el hombre, como intentando agarrar a su hembra en una esquina imaginaria, y dan la vuelta. Ella sonríe coqueta y tímida, agitando su pañuelo, levantando un poco más su falda, él se aproxima avasallante, haciendo rodar sus espuelas por el suelo, incrementando su sonido de pequeñas campanas. Brillan a la luz del salón. Avanza el hombre arriconándola y le sonríe. Ella arrobada , baja la mirada y se siguen con los ojos en esta vuelta en ocho, parte de la danza. Él vuelve a avasallarla, con pasión y con porfía. Ella se acerca seductora y suave, se cubre la cara con su pañuelo. Se miran, por primera vez, frente a frente y se sonríen. El sonido de las espuelas acompaña la última vuelta. Se toman de la manos entrelazadas. Se acercan, se observan. Se separan nuevamente, vuelven, juntan sus manos. La última vuelta, las últimas piruetas. Convergen al centro de este círculo imaginario que, con tanto giro y sobresalto, termina con la forma de un corazón.