En el Balcón

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Despacio y sin hacer ruido, avanzo por la alfombra. He tratado de rezar en este ejercicio, pero no me sale. Un sentimiento de profunda desolación acompaña mis pasos. He intentado leer también, mientras camino, a lo largo de este pasillo que acompaña el ventanal junto al balcón. Mi casa entera está rodeada por esta maravilla. En primavera, el gran árbol de magnolia me deleita con su aroma y por eso dejo los postigos abiertos, mientras camino. La brisa que viene del sur acompaña mis pasos, pero no ha podido concentrar mi lectura. Voces me agobian, gritos, escenas de dolor, mucho dolor, mientras los pétalos de las magnolias caen silenciosos y  llenan  la fuente día tras día.

Es esta la mejor hora del día para mí. Todos han de pensar que he perdido el juicio. Caminar por donde sea se ha convertido en una obsesión. Lo hago todos los días.  A veces, me siento como una bestia en una jaula, a veces como una criatura del bosque. A veces, quisiera no sentirme, porque son tantos los recuerdos amargos que no sé dónde puedo dejarlos para que no me sigan persiguiendo. Es entonces cuando mando a desaguar la fuente y yo misma me cercioro que no haya algún recoveco secreto, donde pueda dejar mi dolor y mi desdicha.

El ático está lleno de manzanas, como cada año. En grandes canastas de mimbre, su olor inunda toda la casa. Es como el aroma del estío, que lentamente me abandona, a medida que avanzan los días. Es por eso, tal vez, que camino, para deshojar el calendario prontamente y confiar en que, mañana, toda la pesadilla que ha sido mi vida cambiará de algún modo. Yo no he podido cambiarla. Soy cobarde y me evado sólo caminando.

En los días de verano, camino por el balcón, mientras cae el sol en rayos dorados y veo como el cielo se va tiñendo hasta terminar en la más hermosa alfombra estrellada. Esos son los momentos más hermosos de mi vida.

Ahora que te he visto en la pequeña alameda, y he vaciado mi corazón y mi dolor en tus hombros, no puedo dejar de pensarte y mientras camino,  imagino tu voz persiguiéndome por el balcón, intentando curar mis heridas. Pero no te esfuerces, porque  han sido sanadas en este tiempo y sólo al arrullo de voz.

Cada día en la alameda, mientras hablamos de la vida, vas creando un bálsamo maravilloso que borra, por esos instantes, mi terror y mi amargura.  Busco los minutos en tu compañía y me enfrento con valor, un valor que no había tenido nunca, a la indignidad de mi existir. Eres como el aroma del estío, eres como el perfume de las magnolias, eres como el mismo sol que cae en rayos dorados, dejando paso a un campo estrellado, donde contemplamos, asombrados,  el arribo de la luna.

Despacio y sin hacer ruido, camino por la alfombra día tras día, esperando la hora después del mediodía, para caminar nuevamente y verme en tus ojos del color del océano. Había olvidado ese color y al reflejarme en tu mirada, vuelvo a mi infancia, a mi raíz, a aquella que creció un día sin terror y con ganas de vivir. Te observo, como lo he hecho desde que reparé en tu semblante, todos los días, en los recovecos de las cortinas, en invierno y en verano, en otoño y primavera y río con tu sonrisa, me inundan tus palabras y te espero, como el sol espera a la luna, como espero a que vuelva el estío, todos los días, mientras por otro lado, me desangro en este drama que ha sido mi vida, desde el día en que me casé.

La fuente se llena de los pétalos de las magnolias y su olor me envuelve por completo, como me envuelve por completo tu abrazo y me turba cada día aquel beso casto que entregas a mis manos. Me hundo en tu mirar, eres la fuerza del nuevo día. No puedo rezar para alejarte, porque no me sale. No puedo leer mientras te espero, porque no me concentro y miro extasiada tu presencia, como a las noches estrelladas, como a los atardeceres de verano, como, a través del ventanal de mi balcón, te he visto desde el principio y hasta llegar frente a ti.  

Me has dicho casi nada que pudiera inflamar mi corazón, pero te siento junto a mí y ya es bastante, como ha sido ya bastante de este sufrir, de este horror, de esta vida oscura que me quitaba el aire y sin embargo, me dejaba seguir viviendo.

Tal vez el recoveco de la fuente estaba ahí y no había tenido la pericia de encontrarlo. Voy a mandar a desaguarla otra vez, para dejar escondidos mi dolor y los años pasados. Cambiaré las cortinas y la alfombra, pero seguiré caminando, despacio y sin hacer ruido, aunque crean que he perdido el juicio.

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