La Vidente

Era la primera vez que estaba ahí, pero antes ya había soñado con ese lugar. Varias veces. Recordaba claramente los pastos y los manchones de flores silvestres aquí y allá, el rumor de la colmena de abejas, que se había instalado sin permiso bajo las ramas del avellano. Estaba todo como lo había soñado, incluso las huellas de las botas de alguien, que habían quedado impregnadas en la charca que, ahora, era sólo un pequeño espacio petrificado.  La bolsa de plástico negra, perdida detrás de las matas de zarzamoras que, lentamente, le iban cubriendo, también estaba ahi. El contenido de la bolsa era lo que Mercedes Pilar rogaba no estuviera ahí.

Cuando tuvo su primer sueño y se hizo patente, se alegró tanto. Fue un día perfecto y dorado. Luego, estos sueños se fueron  haciendo más y más frecuentes, más y más reales. Le asustaban, le perturbaban. Andaba como una aparición, viviendo entre sus recuerdos, tratando de descifrarlos, pero muchos le hacían el favor de aparecer frente a sus ojos, con tanta exactitud que llegó a tenerles miedo.

Su alma de artista, que había nacido en ese espacio de su cuerpo, le llenaba de sentimientos difíciles de manejar. Lloraba por las esquinas y lucía una expresión agotada y pálida, demasiado realista para una niñita de cinco años.

Con los años aprendió a vivir con estos sueños y a verles un lado amistoso y menos fúnebre. Desarrolló sus cualidades y pronto ya estaba en la universidad estudiando a los clásicos del arte y dejándose impresionar por su talento. Sus sentidos se regocijaban y aprendió a usar sus sueños para entrar en el alma de las obras. Era un viaje alucinante y maravilloso. Lucía entonces su semblante lleno de colores, radiante y fascinante, como sus creaciones, como sus sueños, como sus viajes imaginarios por el alma de los maestros del pasado.

Eligió la cerámica porque era la manera perfecta de hacer patente sus emociones. Durante toda su vida habían sido tan esquivas, lúdicas y etéreas. Quería un cable que la uniera a esta tierra y nada más literal que el trabajo con el barro. Sumergía sus manos en la arcilla y la sentía mientras iba modelando. Gozaba esta entrega del material a ella y de ella al material. Sus manos se envejecieron antes de tiempo, como su semblante y sus cabellos, pero su alma permanecía perfectamente en su sitio. Sus sueños seguían acompañándola día tras día y les daba vida a través de sus moldeados.

La policía abre la bolsa y la escena es exactamente igual a la que había soñado. Todo está ahí. El hedor del cuerpo, el terror de las caras, el desfallecimiento de la joven detective y ella, como una réplica de su propio inconsciente, mira sus manos, como en su visión y las compara con las de la víctima.

Ha sido mucho andar desde ese día y ha aprendido a manejar sus emociones, pero no deja de sorprenderle a veces las cosas que puede ver en este mundo. Ya no cuestiona nada y sólo deja que la vida haga lo que tiene que hacer, como ella. Disfruta de su oficio y al negocio le va muy bien. Vende con facilidad sus creaciones, aspira con placer los olores de los materiales y goza con el proceso de transformación. Su taller luce como una caverna teñida por el barro del tiempo, con miles de pequeñas partes listas para ser modificadas. Como la suave visión de un hormiguero que va lentamente moviéndose. El horno está a un lado y la sala de ventas en el exterior. Nadie entra al taller, sólo ella. Es la que dirige esta orquesta imaginaria, indicando qué hacer y cómo proceder. Ama cada pieza y disfruta de las texturas como la primera vez.

Hoy ha visto a esta mujer que le ha conmovido. Su alma está encerrada en un cuerpo que no reconoce. Busca una quimera que no sabe bien qué es. Confusión, duda, interrogantes. Todo en una sola alma es demasiado para  sobrellevar. Por favor no te vayas, le ha dicho y ella le ha mirado con intriga, desconfianza y curiosidad. Puedo ayudarte, quiero ayudarte.

Se sientan a tomar un café, en las tazas primorosas diseñadas, moldeadas y lacadas allí mismo, mientras ella, tímidamente, le va contando sus sueños y la desgracia de no tener una pista clara. Lo he visto muchas veces, dice Mercedes Pilar, pero nunca tan claro como ahora. Estás perdida en el tiempo de una era que no te pertenece. Has llegado aquí por obra y gracia de un amor inmenso que juraste defender y cuidar. No es posible vaciar esos sentimientos con la muerte. Por eso estás aquí. Déjame ayudarte. Cuéntame más.

taller

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