La noche se había tornado insoportable. El calor del verano entraba por todos los rincones de la casa. Había sido un día extenuante. Todo sucedía de la misma forma una y otra vez. La luz de la luna hacía brillar cada superficie e iluminaba cada habitación. Las ranas croaban desatadas y nerviosas y los pájaros nocturnos aleteaban en eternas rondas por el espacio.
No había un rincón en su habitación en que el aire no fuera asfixiante y denso. Se dio muchas vueltas apartando las sábanas, abriendo la ventana. El lejano rumor de la ciudad le alcanzaba por momentos, en ráfagas que hubiera jurado que eran el viento. Habían intentado invadirla por segunda vez. El humo de la pólvora recorría el aire en todas direcciones, haciéndolo más denso e irrespirable. Se escuchaba a lo lejos baterías de cañones. El calor seguía arreciando, como si fuera mediodía.
Se levantó en silencio y sigilosa recorrió los metros desde su habitación hasta el baño. Su camisón vaporoso le acompañaba en una visión fantasmal, mientras en el horizonte se veían relámpagos de fuego. Tenía miedo, como todos los demás, pero no había conseguido dormir. Abrió la puerta con cuidado y se desnudó. La claridad de la noche le hacía ver su silueta sin necesidad de luz. Cogió su cabello en un moño alto y de pié, empezó a llenar la vieja palangana de loza. Tomó una esponja y lentamente dejó correr el agua por su cuerpo. Todo se redujo a este minuto. Los recuerdos, el miedo, el sopor, el estío, los relámpagos y el fuego, todo desapareció en este breve instante y mientras las gotas de agua bajaban por su cuerpo en carreras desatadas, perdiéndose entre el calor de sus miembros y el pulso de su sangre. El calor iba cediendo por segundos y por otros, volvía desde su interior. Seguía recorriendo con cuidado sus carnes desnudas ayudada de la esponja y seguía sintiendo que las gotas le invadían y le refrescaban, alegres. Las ranas seguían croando afuera desatadas, esperando el vital elemento en sus charcas, secas y polutas. La aves nocturnas seguían dando giros eternos por la noche, mientras la luna iluminaba no sólo la habitación, sino sus sentidos por completo.
La palangana conservaba el frío del agua por minutos largos y exquisitos, mientras la esponja seguía absorbiendo y dejando caer, a lo largo de sus extremidades, la incomparable textura del líquido vital.
Los cañones escupían pólvora, humo y miedo. Las carreras silenciosas de las gotas de agua siguiendo los recovecos de su espalda, le ayudaban a evadir el horror que se cernía en el horizonte. Era todo tan incierto. Sólo su figura existía con seguridad, sólo el agua le devuelvía la cordura, le tranquilizaba y le daba esperanza. Croaban las ranas, graznaban las aves nocturnas, los relámpagos de pavor se dibujaban en el horizonte, la luna iluminaba todo.
Bella mujer y mucha guerra la compadezco.-
Me faltó saber que hacia esa pobrecita en medio de una noxe de verano y una guerra???
Da la impresion que la foto hubiera inspirado el relato y no al reves… muy buena la historia