Había llegado sólo unos cuantos días antes. Estaba nervioso y cansado. Extrañaba a su madre y sus amigos, pero no lo decía. Sólo hablaba de lo bien que le parecía todo y de los miles de planes que rondaban en su cabeza. Incluso la idea de quedarse venía de vez en cuando a la conversación. Hablaba, hablaba, hablaba, todos los días, a cada hora, en cada minuto. Defendía su posición de hombre rudo y justificaba sus acciones con frases ajenas y sacadas de libros y películas. Nos asustaba con sus cuentos de gangster y la violencia del lugar de donde venía.
Al partir a la excursión, alardeaba de que era el mejor pescador y de la calidad de su equipo. Le molestó la rudeza del camino y la cantidad de bichos que moraban entre la vegetación de la rivera. El agua era cristalina y suave. Los pájaros acuáticos le miraron extrañados, pero le dejaron en paz.
Seguía alardeando, mientras montaba su caña. Exigía atención y aseguraba que iba a atrapar el pez más grande. Sólo le observábamos entre divertidos y agotados. Hablaba, hablaba, hablaba, sin parar, en cada minuto y mientras se iba metiendo al agua. Profería insultos y se iba internando lentamente más y más adentro en el río. A medida que iba avanzando, intentaba lazadas más y más dramáticas. Aún le escuchábamos murmurar.
Nos quedamos en la orilla suave y arenosa y le mirábamos de vez en cuando, más y más adentro. Regresó de pronto por su cuchillo. Se sentía desnudo sin él. Era intimidante la forma en que lo blandía. Era perturbador el panorama. Entró al agua con confianza esta vez, mientras acariciaba su cuchillo y asía firmemente la caña. Los pájaros del río le miraban con curiosidad ahora y volaban rasantes, sólo para alterar su concentración. Por momentos, era uno con los elementos, tranquilo, callado, en paz. El sol se iba escondiendo lentamente y aún permanecía con medio cuerpo dentro del agua, mientras el sedal trazaba hermosos arcos en el vacío hasta golpear y hundirse en el agua.
Vimos pasar un pequeño bote. Dos niños pescando con humildes latas de café y sedales enrollados. Reían, perfectamente impávidos a cualquier cosa. Este lugar les pertenecía. Sólo eramos visitantes. Ellos estaban aquí desde siempre, como las aves acuáticas, que les dejaron pasar en silencio y con respeto, sin proferir un graznido.
Permanecíamos en la orilla, mientras la danza del sedal seguía ondulando en el aire para caer invariablemente en el agua y salir sin éxito. Le veíamos acariciar su cuchillo una y otra vez y adentrarse cada vez más. El sol seguía escondiéndose hasta dejar el espacio donde estábamos en las sombras. Sólo las montañas, al fondo, le contenían glotonas y luminosas. Decidimos partir.
Trajo de vuelta su caña y el cuchillo . Habló, habló, habló, sin parar, hasta el campamento y se excusó de su fracaso usando frases ajenas, sacadas de libros y películas. Era sólo un niño, pensábamos, mientras todos se horrorizaban con el tatuaje de una calavera con cuernos de demonio y dientes de oro, que sonreía macabra en su pantorrilla. Es sólo un niño, pensábamos, sólo un niño perdido, producto de los tiempos que vivimos, violento y difícil. Por momentos pareció normal en su espacio dentro del río. Se le vió relajado y en silencio. Sereno. Sólo el río pudo darle esa paz. Sólo las sombras le sacaron de ahi.
Muy bonita, me transporta de tal forma que siento que estoy ahí, siento la brisa y el sol, el agua en mis botas, en fin, precioso relato.-
Ahhh que wena historia, entretenida, dinámica, me gusto