Donde Fueras

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Se prometió no dormir, pero el aire escaso de la cabina le cerraba los ojos de cuando en cuando. La revista del Reader´s Digest estaba manoseada y doblada en todas las formas posibles. Había sido una buena compañera en este viaje; había logrado por minutos evadirla del nerviosismo y de lo incierto y bizarro de esta travesía.

Se veían las montañas cubiertas de nieve y las gruesas nubes grises recorriendo el cielo a toda velocidad, amenazantes. Los hombres de negocios acomodaban sus periódicos, mientras la azafata repartía café con leche y croissants. Consultaban sus agendas e intentaban concentrarse en la próxima reunión. Pudo descansar en la comodidad de los dos asientos mullidos de la clase ejecutiva a la que, por alguna extraña razón, pudo acceder. La cabina iba casi vacía y en silencio. Sólo las hojas de los periódicos hacían su entrada en la acústica cerrada, de tanto en tanto. El carrito con golosinas pasaba de un extremo a otro del pasillo, elegante y discreto.

Nadie le dirigió la palabra y al minuto de descender, era tan irrelevante su imagen y tan extraña, que parecía que todos evitaban verla.

La suave manga que se pegó al avión descendía en un corredor largo, iluminado suavemente, provisto de una alfombra color crema que se perdía en el recoveco del pasillo. Avanzaron todos, como sumidos en un trance perfecto; los ejecutivos, con sus maletines y abrigos en el brazo.

Con su mochilita y su delgada chaqueta de mezclilla estaba completamente fuera de toda la decoración circundante, incluso entrando en la penumbra del pasillo, iluminado sólo por los avisos fluorescentes de RADO, Victorinox, Lindt y algunos otros que escapaban de su comprensión, con diseños elegantes y luces estudiadas cuidadosamente para captar la atención, pero no molestar la vista. Avanzó en silencio, tratando de pasar desapercibida, pero no era necesario. Todos parecían ignorarla y las señas del pasillo estaban en todos los lenguajes del globo, menos en el suyo. No tenía la menor idea a dónde ir, ni qué hacer.  El viejo adagio de «donde fueras, haz lo que vieres» llenaba su cabeza, impidiéndole pensar con claridad. La falta de sueño, el nerviosismo y la impericia eran factores determinantes, pero se negaba a aceptarlos. Sólo se confundía más y más intentando descifrar los letreros.

Al final del pasillo, un grupo de orientales, ruidosos y alegres, con cámaras fotográficas al cuello, la alejaron por varios segundos de la frase que golpeaba su cabeza y de la persistente intención de entender los carteles. Se dirigió, sin darse cuenta, arrastrada por la masa ruidosa, a Policía Internacional.

Luego de una larga fila, mostró su pasaporte tímidamente. Había ensayado un discurso en caso que cuestionaran su entrada, pero el oficial pareció no reparar en ella, sólo revisó apurado el documento y estampó un timbre en la primera página que logró conseguir.

Siguió avanzando, mecida por la masa humana de turistas orientales que se empeñan en correr por los pasillos, como si sus vidas dependieran de eso. Llegó por accidente al sector donde aparecía el equipaje y maldijo su mala decisión de elegir el color negro. Todas eran negras. Maletas, bolsos, todos giraban en interminables vueltas sin que lograra ubicar lo suyo, que probablemente había pasado veinte veces frente a sus ojos .

Al fin, cuando las últimas quedaban en el tiovivo, la  retiró con dificultad. Era tan pesada, aparatosa e inmanejable. Caminó incómoda por el pasillo atrastrando la mole con sus objetos personales. La ardilla de peluche resfaló de su mochila y le hizo detenerse un minuto, el tiempo suficiente para que, de las puertas automáticas, surgiera la figura inconfundible del que la esperaba. La sonrisa iluminó su cara. Su traje, sus manos cruzadas, su camisa dolor damasco. Todo se grabó en su memoria, junto con el latido desbocado de su corazón y permanecería ahi por los años venideros. El rumor de los pasajeros intentando salir del aeropuerto le sacó de su ensoñación. 

Las puertas se abrían y se cerraban mostrándolo a intervalos, como en una vieja película. Está ahi. El resto del viaje no importa. La maleta no importa. El cansancio no importa. Está ahí. 

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