Llama a la mamá, dijo sin prisa, presintiendo que la respuesta iba a ser críptica y plana. Eran tan distintos los días ahora. Cada uno era tan diferente a los que recordaba de su niñez. Salía tímido el sol por el horizonte y aunque no había ninguna memoria de amaneceres, sin duda que los días eran distintos entonces.
El peso de las estaciones se marcaba en su semblante. Las pecas habían aumentado por tantos veranos acuñados en su piel. Ahora, el invierno se venía lentamente, con sus cargas de noches eternas y sus grises sin pausa. Todo se precipitaba a un ritmo ajeno a nada más. Llama a la mamá, insistió, y la respuesta fue escueta y cortante. Habían perdido el nexo, la complicidad, los sueños. Sólo la vida pasaba por enfrente y les daba caminos para seguir, las distancias les separaban inapelablemente. Esta era la etapa más ingrata del crecer, cuando los viejos se marchaban para siempre, cuando sólo quedaban los olores atrapados de la infancia, los paisajes retenidos en la memoria, ya no estaba la vetusta casa familiar para acoger sus miedos ni sus súplicas, sólo la vida, sólo la vida.
Cortita y muy buena, me gusto.-
No logre captar la historia,me suena como a pensamientos en voz alta