Estoy hablando sola de nuevo, le dije por teléfono y su risa sonora inundó mis oídos. Este dolor no me deja, insistí y cuando la risa se disipó, escuché sólo su respirar en la línea. Seguí hablando por largos minutos, mientras afuera la escarcha se armaba lentamente y en sigilo. Las ventanas se iban empañando y el frío callaba todo ruido, todo aliento, toda vida. Sólo mi voz rompía el silencio de la noche estrellada, de luna llena, de dolor, de recuerdos y de la esquizofrénica sensación de que, a pesar de todo, el mundo seguía girando.
Nunca te había contado que hablo sola, dije, pero lo hago desde niña, cuando el miedo era paralizante, cuando las pesadillas se esforzaban en volver a mi memoria presente; desde entonces y siempre en mi vida, he hablado sola. Había abandonado esta costumbre, pero la realidad que me inunda y la vida que se escapa y que es parte de mi propio existir, son mayores a mis fuerzas y a mi resolución de dejar este recurso culpable, que es tan liberador en mí, como para otros cualquier otra manía. Ríe nuevamente y escucho su aliento aterido. Pregunto si está al lado del fuego y me confiesa parcamente que cuando llegó ya se había apagado. Venía de lejos, era tarde y hacía frío. Escuchó en silencio y con respeto, intentó un comentario coherente en medio de la gelidez de la noche. Quizo decir muchas cosas, pero el frío cortó su garganta. Mis lágrimas custodiaban la entrada de mis ojos y resbalaban despacito por mi cara. Tienes frío, es mejor que hablemos mañana, dije de pronto y en medio de la conversación. Gracias desde el corazón, añadí en seguida y me quedé en silencio, mientras me decía la frase del adiós.
Seguí dando vueltas en mi cama, seguí viendo las luces esquivas entre las sábanas y seguí hablando sola por otro rato. El dolor, el miedo, el egoísmo y la cobardía inundaban esta noche llena de luz. Alguna vez sirvió todo lo que ahora me pesaba, alguna vez todo tuvo forma definida y sentido claro. Ahora, nada me parecía legítimo, sólo el paso del tiempo infame, que no dejaba de avanzar.
Pude haberle dicho tantas cosas, pero todo se diluyó entre el frío y la tardanza de la hora. Compartió mi dolor, sin embargo, y eso era bastante. Estuvo conmigo para escucharme, y eso fue bastante. Mañana ya era otro día.