Cuando se enteró del nombre de este puerto, supo que era la culminación del estrecho de Magallanes; aquel lugar de antología del que todos los marinos hablaban y temían, del que se contaban historias pavorosas de naufragios, pérdidas, destripamiento de hombres y desolación. No le importó nada de eso. Había robado dinero, de las pertenencias de la tripulación del barco en que había viajado, pero no era suficiente para un cuarto decente, sí para un baño de tina y un par de cigarrillos que los fumó al instante, sin poder disfrutarlos.
Vagó por la ciudad unas horas, pero los olores de las cocinerías le hacían perder el juicio. Entró a una de ellas y con las pocas monedas que le quedaban, probó un guiso de cordero, grasiento y desabrido, que le supo a manjar. A su lado, unos tramperos jugaban cartas. Se quedó mirando el juego, hasta que el dueño del establecimiento, por señas, le dio a entender que se fuera. Él le habló en perfecto español y le indicó que quería quedarse. Si quiere quedarse tiene que jugar, si quiere jugar tiene que apostar, dijo. Si no tiene dinero amigo, váyase por donde vino y ni se le ocurra meter sus narices de nuevo en mi negocio.
Estuvo a punto de abandonar el lugar, cuando uno de los tramperos, borracho, de pelos tiesos y con dos dedos menos en sus manos, le dijo, amigo, si sabe cómo, reempláceme, porque tengo que mear. Estoy dos horas en esta mesa y no aguanto un minuto más. Estos indios de porquería, le pegan a uno enfermedades tan graves. Llevo meando sangre por dos semanas; por eso los señoritos quieren deshacerse de ellos. Cuide mi rifle y no se mueva, que vuelvo enseguida.
Él se quedó perplejo, pero se dio valor y se instaló en el puesto del cazador. Pronto estaba metido en el juego, no era tan difícil y después de todo, estos tipos estaban todos borrachos y seguían bebiendo. El que había ido a mear no regresó tan rápido y al cabo de un rato, todo el mundo lo olvidó. Iba ganando. Un corrillo se formó en su mesa y le escucharon maldecir en catalán. Uno de ellos dijo de pronto que estaba llamando al demonio. Se burló y agarró un cigarrillo de la mesa. Se rió abiertamente y varios retrocedieron. Tenía esa mirada maquiavélica que le haría tan popular después. Sus ojos se tornaban eléctricos por la excitación del juego. Seguía ganando.
Al cabo de dos horas, tenía sus bolsillos hinchados de dinero y estaba aún a cargo del rifle del trampero. Salió afuera a aspirar un poco de aire fresco. Estaba eufórico. Dio la vuelta a la pequeña choza y encontró un bulto tirado en el suelo. Era el hombre dueño del arma, que yacía muerto, con sus partes nobles al aire, expeliendo un olor a podredumbre de todo su cuerpo. Se quedó helado por un segundo. Un pensamiento fugaz le dijo, corre, sin embargo, llamó a los otros tramperos y vieron que el sujeto estaba bien muerto. Se rieron, todavía borrachos y brindaron un último trago por él. Nadie sabía su nombre, nadie sabía su historia. Quédate con el rifle, si te interesa, le dijeron. Tiene los pelos de trece onas y cinco yaganes. Es un buen número, aunque no era tan buen tirador, rieron.
Muy buena, la forma de relatar la encuentro sumamente entretenida y clara, dan ganas de seguir leyendo.-
Estuvo muy entretenido el relato, se te dan bien las historias de aventuras, sin desmerecer los otros relatos, que son igual de buenos
Tan bien buena tu historia, como de piratas el cuento, ojalá continue………..