El Asesinato de mi Padre

carreta

El hijo mayor del hombre que llevaba su mismo nombre se había quedado a cargo de la hacienda, desde que la desgracia asolara a la familia. Entonces, sintió que estaban condenados, no quiso tentar al destino y no exigió respuestas, aunque las dudas las siguió viendo día tras día, incluso en este instante tórrido, que le hizo recordar al joven la jornada infame en que mataron a su padre.

En la noche de un verano macho, don Constantino había ido al pueblo, montando su manco consentido, ataviado con sus mejores galas, espuelas de plata, colleras en su camisa y su sombrero de fieltro tieso y negro, que, de lejos, parecía un cuervo gigantesco posado en su cráneo ya sin pelos; con la tos seca y pegajosa del que ha fumado demasiado y los dedos amarillentos de sus manos grandes, cubiertas de venas azules y verdosas que agarraban las caderas de las mozas cada vez que tenían oportunidad.
Iba una vez por semana, lloviera o tronase, a echarse unos tragos, jugar a la brisca y ver a los viejos amigos de siempre, que se instalaban en la misma mesa del fondo del salón, contaban los mismos chistes y cuentos que tenían en la memoria, al amparo de los vasos, recargados cada tanto, por la animosa mano del empleado del bar del Hotel Unión. Allí permanecía horas, nada más que gastando su dinero, hablando de lo mismo, una y otra vez, cosechando miles de quintales de trigo, contando centenares de vaquillas preñadas y sintiendo un desmedido orgullo por el hijo de su corazón, aquel que llevaba su mismo nombre.

Esa noche, ebrio y desarmado, fue atacado arteramente por una banda de ladrones, que después de degollarlo como a un cerdo, lo dejaron botado en la vereda del camino, sin botas ni cinturón, con su cabeza contra la cuneta. No sintió dolor, no hubo gestos en su cara que delataran el sufrir, sólo sus manos empuñadas quisieron decir lo que no pudo mientras tuvo un hálito de vida.

No apareció por ninguna parte, pero nadie en la familia pareció impacientarse demasiado. Sin embargo, la hija empezó a arrastrarse por las murallas, con el ceño fruncido y los dientes apretados, después de haber hablado con la madre de Azucena. Miraba el horizonte con atención enfermiza y salía disparada a la puerta, a la llegada de cualquier visitante. Esperaba lo peor y se persignaba a cada rato, sin poder articular una palabra, mientras unos pequeños jotes se iban posando más y más cerca de la casa, con una osadía extraña y una confianza infinita.

El mozo avistó a las aves y trató de espantarlas con su sombrero primero, luego con una escoba, pero se negaron a moverse, sólo se desplazaron por la cerca un poco más lejos de su alcance, pero ahí se quedaron, bien a la vista, hasta que el joven Constantino salió. Entonces, emprendieron el vuelo lentamente, uno primero, luego el otro y esperaron. Lo acosaron durante todo el día. Se perdían de vista y volvían a aparecer. Era como si quisieran decirle algo.

Pronto cayeron todos en cuenta que el hombre no iba a regresar. En la noche, los búhos planearon por afuera de las ventanas del gran caserón. El vecino, a la mañana siguiente, acusó un bulto en el horizonte y unas aves volando en círculos concéntricos muy alto. Entonces se decidieron, entre los ruegos de las mujeres y los mozos más viejos, que se santiguaban rapidito, para no ser moteados de cobardes.

Sólo el joven Constantino se atrevió a reconocerlo, botado como estaba a la orilla del camino. El cuerpo estaba hinchado y cubierto de gusanos y moscas. Habían seguido el vuelo macabro de los tres pequeños jotes que iban y volvían y que habían perturbado a todos en la casa, llenando de superstición a las mozas, que habían organizado cadenas de oración, porque este era un signo inequívoco de la mano del demonio.

Desde aquel día, se negó siempre a la oración. Le traía el recuerdo del horror del padre descompuesto en sus propios humores, sin que hayan tenido la oportunidad de atrapar a quienes se habían atrevido, sin que hayan podido organizar una pompa fúnebre como correspondía, porque la sola pestilencia del cuerpo fue suficiente para marchitar dos matas de ruda y hacer que la gata pariera antes de tiempo gatitos con dos cabezas, que fue necesario eliminar. La carreta que transportó el cuerpo sin vida, se llenó de los mismos gusanos que pululaban en el interior del occiso y hubo que quemarla, untándola con alquitrán y parafina.

La fatalidad les acompañó desde entonces, y por más que el joven Constantino se esforzaba en vencerla, siempre acudía a su lado, como una compañera silente y molestosa. Ahora, que veía esta yunta de bueyes con crespones negros, se convenció aún más.

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12 comentarios en “El Asesinato de mi Padre

  1. Historias las tuyas chieseli donde el viento raspa los oídos, donde la vista se pierde en el horizonte, donde los buitres acechan y donde los protagonistas tienen plena consciencia de la brevedad de la vida y de su crueldad. Otra dimensión.
    Un abrazo,

    • Querida Anne: me ha gustado eso de la plena consciencia de la brevedad de la vida y su crueldad. Has abierto de par en par el alma desgarrada de tantos personajes que moran en mis recuerdos más bizarros, esperando la redención a través de mis palabras. Ellos te bendicen por tu tino y asertividad. Yo te mando un abrazo y las gracias, como de costumbre.

  2. ¿Sabías que un día me crucé con Galeano en Barcelona? Mantuvimos una charla en el despacho de un tercer amigo. A veces creo que la vida es injusta con los artistas, bueno a veces no, casi siempre.
    Nadie es profeta en su tierra, quizás tendrías que pensar seriamente en ello.
    Vente para Europa hermana, y quien sabe si mañana te sonreirá la fortuna. Como muy mal siempre estarás a tiempo de regresar.
    Sigo con Bolaño, me he enamorado.

    Te mereces un reconocimiento en toda regla, de corazón te lo digo.

    Moi for you

  3. Con una cadencia propia de los pueblos donde poco ocurre pero en donde la tragedia está siempre presente, nos llevas por la muerte de este hombre de manos recias y grandes. El arranque de los primeros párrafos es excelente, te engancha en su ritmo y sonoridad de las letras que escribes. saludos.
    (gracias por tus palabras de aliento)

    • Minicarver: un agrado tus palabras. Como hermanos en este continente, las tragedias no nos son ajenas, sino que las esperamos, en parte para curtir nuestra voluntad y paciencia y en parte como un rito silente de muerte y renacimiento.
      Un gran abrazo, siempre.

  4. La realidad americana, desde Alaska a Tierra del Fuego, es una realidad cambiante, escurridiza, mágica, que no puede ser aprehendida más que partiendo de una escritura específica e imaginativa como la de muchos de sus escritores –entre los que te encuentras tú– porque, ¿quién sabe fuera de América cómo es una vicuña, quién sabría describir un copihue, quién ha acariciado un huemul?
    Un abrazo, querida chrieseli.

    • Querido Luis: la historia de América es tan vasta y contrastante como la cantidad de paisajes y realidades que tiene en su inmensa superficie.
      Aquellos que han llegado antes que yo, han traído una base prestada, una superficie pre limada que han agregado a este caldo espeso en que tienes la gentileza de situarme. Lentamente, vamos aprendiendo a darle una identidad y una consistencia única y verdadera.
      Ese es el real tesoro de este continente. Eso protegían las lenguas no escritas de las decenas de bandas de cazadores y recolectores de este territorio. Ellos guardaban ese secreto, con tanto o más celo que las grandes culturas que se formaron en este continente.
      Un abrazo muy grande y las gracias siempre por tus palabras.

  5. esta bueno esto de poder leer textos anteriores. este esta muy bueno, es casi como si se lo pudiera oler. suele ocurrir en tus textos, pero en este los olores son pestilentes y meten miedo.
    salut!

    • G: Te agradezco mucho la defencia de leer textos anteriores y dejarme tus impresiones.
      Este en particular forma parte de un proyecto de novela que alguna vez tendré el valor de completar. Muchas gracias de nuevo. Saludos

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