Era la reunión más importante. Si cerraba este trato, podría deshacerse por fin de este fastidioso «competidor» como le llamaban. ¿A quién querían engañar? No había competencia para él. Era el único. La editorial más grande del país le pertenecía. Las revistas de opinión de mayor circulación le pertenecían. Él elegía lo que la nación entera podía o no saber. Era intoxicante, maravilloso. Un éxito completo.
Aquí estaba, en esta mesa de caoba, como tantas otras veces, con su cara de póker, balanceando su pluma Mont Blanc, atento a cada movimiento, a cada respiración de su adversario. Este trato era tan importante. Siendo apenas un chico, pasó por afuera de la compañía y quedó maravillado con su escaparate. Fue su motivación para dedicarse al negocio. Ahora, estaba a punto de comprarla, con todo lo que eso significaba. El llamado «zar de las comunicaciones» estaba de rodillas, frente a él.
El teléfono suena insistentemente. La voz del otro lado de la línea se escucha alterada, histérica. Por favor, Fraulein, dígale a mi marido que es vital que atienda mi llamada. Estoy desesperada. El señor Franz no puede atenderle señora, le ruego que me diga en qué puedo ayudarle. ¡No! Franz y sólo él. No acepto su ayuda. Entiéndame. Sólo Franz.
«Su esposa en la línea. Insiste en hablarle. Dice que es una emergencia». Son las frases en el papel color lúcuma que la secretaria, discretamente ha dejado sobre la carpeta con los documentos para firmar. Sólo falta un detalle y estará todo listo. No puedo ahora. Dice que es importante, insiste la secretaria. ¿¿Pero ahora??. Está bien, déme con ella, por favor.
La imagen que tenía de ella era de cuando la vió por primera vez, con su abrigo de piel de marta , su hermoso sombrero y su figura. Oh, Natasha… En ese instante supo que debía casarse con ella inmediatamente. El hecho que ya estuviera casado, no fue mayor problema. La convirtió en su esposa, aunque muchos le advirtieron que ya había mandado a la banca rota a dos maridos antes. Nada le importó.
Su apostura de princesa, sus piernas interminables, su voz arrulladora, su fantástico buen humor, su clase distinguida y la pasión enfermiza que les envolvía por las noches, silenciaron todo rumor. Era la mujer ideal para esta etapa de su vida. Consentía cada una de sus chaladuras, porque ella le sabía adornar con todo lo que a él le faltaba. Fantástica anfitriona, se codeaba con los más importantes personajes, como si los hubiera conocido de toda la vida. Era simplemente perfecta.
Mientras esperaba la conexión, recordaba su aroma, su risa y todas sus excentricidades….. ¿¿Franz?? Ohh, Franz, por fin. Eres tú. Ven, ven ahora mismo. Un animal salvaje se ha escapado del circo y está aquí, en nuestra casa. ¡Tienes que venir!. No puedo querida, ya sabes, es la reunión más importante, estoy a punto de cerrar…. ¡No, Franz, debes venir!. Estoy en peligro, por favor. Llama a la gente del circo, querida. No quieren venir, Franz, tienen miedo. Llama a la policía, mi vida. No, Franz, ya los llamé, no quieren ayudarme. Tú eres el único Franz, por favor. Te lo ruego, debes venir.
Él respira profundo, mientras escucha sólo el tono muerto de la línea telefónica. El negocio de su vida, a punto de cerrarse, la mujer de su vida, en peligro, pero tal vez… Fraulein, por favor, mi avión.
El viaje sólo ha tardado media hora, pero el sudor baña su camisa y ha sido preciso que la cambie en el pequeño aeródromo. Está espectante. Avanza raudo por la ciudad, en su nuevo Bentley, bordeando el hermoso lago, hasta llegar a su villa. No hay nadie alrededor, no se escucha un suspiro. Ni el jardinero ni la empleada. Ningún vecino. Ni siquiera un auto estacionado. Ingresa lentamente, no hay rastros de violencia ni nada inusual. Sube a las habitaciones. Nada. Va al gran comedor. Nada. Camina por el pasillo alfombrado, buscando algo que esté fuera de su lugar. Ya ha olvidado el gran negocio.
Escucha ruidos en la cochera. Avanza lentamente, premunido sólo de su valor. Traspira nervioso. Aguza el oído. Abre la puerta con cuidado. Un Jaguar último modelo ocupa el lugar de su antiguo Rolls. Natasha está sobre el capó, cubierta sólo por un abrigo de piel, nuevo. Su mano derecha imita la garra de un felino. Grrrrrrrrrrr, dice ella, saludando.
Todo un honor que me enlace. Pero no comento por eso. Comento porque me gusta lo que escribe, le leo (desde hace algún tiempecillo) y llegado un punto me parece de mala educación leer furtivamente sin dejar un saludo. Si no me enlaza, ni me lee, no importa.
Yo no me fiaría de las intenciones de una mujer así. Seguro que tenía algún interés particular y sucio para que no se celebrase el «gran negocio». Pero es cierto: la mujer le va a la medida…
Muy bueno el texto.
Bueno el chiste, por eso, un par de buenas piernas, tiran mas que una junta de bueyes, muy buena.-