No tenía miedo. La verdad de las palabras de Mercedes Pilar le hicieron sentir que el comienzo estaba más cerca de lo que ella imaginaba, que sólo bastaba un poco de paciencia y la señal adecuada, que llegó antes de lo que siquiera pudo figurar. Ni sus sueños más premonitorios o siquiera la fabulosa condición de esa mujer, la prepararon para esto.
La botella con oxígeno seguía burbujeando lentamente, con pequeños gorgoritos transparentes, mientras en la cama del frente, una anciana sin dientes buscaba preocupada algo que no sabía explicar muy bien qué era. Estela había llegado desde lejos, viajando por catorce horas en un bus que amenazó con destartalarse, en mitad de la nueva autopista. Recordaba este viaje siendo niña y el olor del tren diésel, que unía ruidoso todo el país. Ahora no quedaba nada, así como nada quedaba del tiempo de su tía, prima hermana de su madre, que yacía en la cama número veinticinco, justo frente a la que buscaba lo que no se le había perdido.
Su semblante estaba sereno y la gota de suero caía lentamente, a su propio ritmo. Habían viajado las sobrinas, nietas y las parientas más cercanas. Una cofradía de mujeres se dieron cita alrededor de su cama. Incluso Mercedes Pilar acudió, sin tener arte ni parte con esta enferma, porque los dichos maravillosos que había escuchado de esta anciana le llenaban de curiosidad y asombro. Todas sabían que estaba agonizando. Sólo los médicos se esforzaban en darle de comer gota a gota de esta sustancia incolora e insípida que pendía peligrosa y burdamente de un gancho en el techo.
Estela traía el resto de las fotos antiguas, aquellas donde se veía apenas el semblante de Margarite. Nadie recordaba quién era. Sólo Estela había atesorado este botín por años y ahora lo traía escondido en su equipaje, arropadas las instantáneas con la colcha de colores que le había pertenecido a su tía y mucho antes a Margarite, la madre. Estaba segura que su tía ya no la recordaba, como no recordaba muchas otras cosas en este frágil minuto de su existir.
Desde la puerta de entrada a la sala, la joven de las manos pálidas, aquella que había impresionado tanto a Mercedes Pilar con sus recuerdos tan vívidos; pudo ver claramente la colcha de colores con la que había soñado tantas veces. Se acercó con precaución. No quería alterar a nadie. Saludó a Estela como si la hubiera conocido de toda la vida y cuidadosa, tocó la colcha con su mano derecha. En la base del pulgar tenía un lunar. Se acercó más y pudo oler la prenda que había sido primorosamente cosida a mano, a la luz de las velas, en un invierno muy lejano, por dos mujeres que juraron ser hermanas, apoyarse en todo momento y no dejarse jamás. Sabían que sus vidas iban a ir por caminos separados, que cada una iba a formar una familia, que iban a abandonar aquel lugar, pero juraron cada noche, puntada tras puntada, estar de alguna forma juntas y honrar su amistad hasta el fin de los tiempos.
Ahora, la colcha de colores salía a la luz, después de años de estar escondida debajo de las frazadas de una cama de visitas en la casa de Estela. La traía para que su tía tratara de conectarse con la infancia que tanto tiempo atrás había vivido, que se arropara en ella y sintiera la ternura del abrazo de Margarite, su madre, que se fue tan pronto y le pidió tanto. Estela esperaba poder verse en los ojos de su tía querida, pero entendió que iba a ser imposible. Sólo desató sus manos y acarició sus palmas. Le acercó la colcha y le susurró al oído frases antiguas que venían a sus recuerdos de niña. La joven de las manos pálidas le indicó a Mercedes Pilar la colcha y suspiró aliviada. Dijo entonces, acercándose a la enferma, abuela, salgamos de aquí juntas. Vámonos de vuelta a casa. Yo te ayudo en lo que haga falta. No te preocupes de nada.
Los recuerdos, si todos alguna vez recordamos por algunas cosas en especial o algun olor en especial, pero me gusto principalmente por lo tierna de la historia, personas preocupadas por la persona enferma y por darle en sus ultimos minutos algo agradable, como llevarse consigo algo lindo de su vida…me emocione.
una colcha que abriga recuerdos, una cobija para la memoria, lindo relato
Es increible que asociado a un objeto como una colcha esté la historia de una vida.
Es muy triste el ambiente de los hospitales y clínicas, pero en su momento, es lo mejor, pues ahí hay mas medios que en casa, muy buen relato.-
Estimada Chrieseli,
Compruebo que has logrado reunir la suficiente cantidad de buenos relatos como para plantearte la posibilidad de editar un libro con ellos… Es muy probable que encuentres un editor que lo haga, así que te animo a que lo intentes.
Un abrazo