Queda el abrazo grabado en su memoria. Recorre el panorama y sentirá que, de alguna forma insólita y verdadera, lo que queda es sólo el abrazo. Eso y nada más.
Nada más que un abrazo finito y dulce. Ni la voz, ni la risa, ni los sueños. Ni el olor de los libros viejos, ni la cama de la abuela. Ni el frasco colmado de agua fresca, ni la pasión de media noche. Ni el humo del cigarrillo, ni las galletas de jengibre o la ensalada de pepinos ni el pan del desayuno. Nada más queda. Nada más.