Voy Cruzando el Río

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La rudeza del camino provocaba internos estertores en el motor del vehículo. Llevaba en la ruta más de quince horas, con la sola parada para proveerse de combustible. Era un modelo antiguo, pero confortable, con asientos de cuero, mullidos, de color bermellón. El cielo estaba despejado y el aire del mar golpeaba el parabrisas. El paisaje era siempre el mismo, de un verde esmeralda profundo, planos los prados, apenas asomando el mar por entre los roqueríos.

El traqueteo seguía y  le impedía concentrarse en sintonizar la radio. La verdad es que ninguna estación se escuchaba en esas latitudes, pero la esperanza y el empeño eran lo que más le caracterizaban. Hizo una parada en una pequeña granja, enclavada en una colina prominente y consultó si podían venderle algo de comer. Contó su historia a la carrera y los campesinos le dieron una sopa de gallina, pan fresco y una escudilla con agua corriente para quitarse el tinte de sus manos y de su cara, que se mezclaba con el sudor pegajoso que siempre le invadía, cuando cruzaba palabras con extraños.

Antes de arrancar el motor y después de agradecerle a la familia por su tiempo y su discreción, notó una mancha oscura debajo del vehículo. Trató de cubrirla con tierra, pero estaba justo debajo. La turba crecía apenas por ahi. Contaba con algo de suerte. Intentó avisarle al campesino, pero la premura de su viaje era más importante. Confió que el hombre se daría cuenta y borraría ese círculo imperfecto, molestoso y delator.

El traqueteo le seguía acompañando incesante y seco. Estaba por volverle loco. Recordaba todos los hechos acaecidos en las últimas veinticuatro horas con una precisión enfermiza. No había dormido nada. De pronto, en una bifurcación, tuvo que consultar el mapa que llevaba, doblado en miles de pliegues, en la guantera. No recordaba ese cruce. Debía llegar a un río, luego unos veinticinco kilómetros por otro camino del infierno, hasta alcanzar su destino. Ese cruce no estaba en su ruta. En alguna parte se había perdido.

Desde mucho antes que su padre fuera de su edad, la nación ya se debatía en este conflicto, siempre con escaramuzas aquí y allá, con más o menos vencedores y vencidos. Siempre escapando de la policía y su brutalidad, siempre reforzando el amor incondicional a la patria y los ideales de esta isla esmeralda, nacida libre desde su concepción en el mismo mar. Con más suerte que otra cosa, había logrado salvar su pellejo intacto. Sus amigos y compañeros de armas se habían ido uno tras el otro, en una seguidilla que se le enredaba por detalles similares, como si fuera la visión de un caleidoscopio. La palabra empeñada era, sin embargo, la moneda corriente en esta vastedad de odio, violencia y sangre. Debía seguir su camino, como Sean se lo había indicado, tantas veces. Lo sabía de memoria, amparado en el relato de su mejor amigo y era por eso que sabía ciertamente que este cruce no debía estar.

Dio una vuelta en U, recordando la cara de Sean. Sus ademanes torpes. Su sonrisa de dientes torcidos. Sus ojos que cambiaban de verde a azul, de azul a verde, como esta isla. Sus relatos, cargados de dramatismo, sus cicatrices, de diferente procedencia y su odio sin tregua a los ingleses. Recordó el minuto exacto cuando le dispararon. Le hablaba entrecortado, rogándole que cumpliera su palabra. No tenía noción cuántas horas estuvo arrodillado junto a su cuerpo, esperando que abriera los ojos y se riera en sus narices, como lo hizo muchas veces, en el pasado. Mientras agonizaba le dijo si ves el río, crúzalo a pié y le rogó nuevamente que cumpliera su promesa, antes que la sangre abandonara por completo su cuerpo inerte y frío. En esa visión, avistó el cauce. Una sonrisa, la primera en toda la jornada, le dio a su semblante un aspecto cansado. Sus ojos caían de sueño. Su mente se perdía en todas direcciones. Lo único que le mantenía alerta era el ruido incesante que venía de la cajuela del automóvil. Paró un segundo, abrió la portezuela y acomodó la bolsa. Cuando arrancó, una mancha irregular y oscura quedó grabada en el camino.

Avanzó por unos dos kilómetros y la extraña sensación de ser vigilado le invadió por completo. Aceleró a fondo, pero el vehículo no estaba diseñado para este camino tan irregular y angosto. Una ráfaga perló su frente y traspasó el parabrisas. La voz de Sean le sonó muy cerca de su oído, ten cuidado, cumple tu palabra.  Su cuerpo inerte reposó dramático sobre el volante y este guió al automóvil cuesta abajo, sin chocar, hasta detenerse pesado y exánime contra un viejo árbol, ya falto de combustible.

La policía inglesa tomó fotografías del lugar.  Estaba un periodista de un diario sensacionalista y en la confusión de los hechos, diseñó el titular de la portada, mientras la policía ubicaba el segundo cuerpo en la cajuela, para mover el auto con propiedad. Hayan dos terroristas baleados adentro de un Hillman 59.

The Devil s Own – Launching The Boat by chrieseli

N de la R: Soundtrack de la película The Devil’s Own (en español, Enemigo Intimo o la Sombra del Diablo) protagonizada por Brad Pitt y Harrison Ford.
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9 comentarios en “Voy Cruzando el Río

  1. Me pregunto si el espíritu del irlandés se quedó allí atrapado, conduciendo el coche, hacia su promesa, cerca, pero siempre sin llegar…
    Me ha gustado mucho, suscribo todo lo dicho.

  2. Anne: Gracias a ti por pasar. Irlanda se recrea sola, con su magia y sus paisajes. ¿te ha gustado la música?. Me pareció apropiada. Gracias de nuevo por tus gentiles palabras. Un abrazo

  3. Tu relato sabe a turba, hierba esponjosa, noto el viento del noroeste enredarse en el pelo, sentada en el asiento del copiloto. Pero, si me lo permites, me bajo antes del desenlace.
    Gracias por recrear tan bien Irlanda.
    Un abrazo.

  4. Weaber: Me encantan tus comentarios, siempre tan amables y con intenciones tan positivas. Te lo agradezco en cada post. No me canso. Un abrazo 🙂

    Eduard: y en el nombre del Hijo y del Espiritu Santo, te agradezco tus palabras.
    No sabes lo feliz que me hace que te haya gustado, siendo la trama más de tu expertice que de la mía. Me apliqué maestro. Gracias desde el corazón.

  5. No en vano la llamaron la isla esmeralda, como bien describes sobre el terreno. Magnífica la forma en que dejas caer el modelo de automóvil después de todo lo que expresaste durante el recorrido, impecable el método, el ritmo del viejo motor, con que se va describiendo la historia.
    De finales son los agentes de la policía inglesa quienes descubren el crimen. Como la vida misma.

    Felicidades en el Nombre del Padre. El relato tiene vida propia.

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