Adolf olía a mar. Cuando lo conocí, me asombró su olor a mar, más que su acento o su aspecto pálido y distante. Cuando pienso en Adolf, pienso en el mar.
Así madame Rasmussen describía al valiente capitán. Me impresionó profundamente y mi sensibilidad se colmó del calor de su voz. Mi nombre es Jean Charcot y soy médico, pero más que cualquier otra cosa, soy un aventurero y he llegado hasta las costas de esta isla, situada en el mar antártico, por la historia de un barco ballenero y su tripulación de hombres sin miedo, que viven en la babel de distintas lenguas, que comparten un oficio peligroso y cruel, en estas soledades; pero me he encontrado con esta mujer incomparable, suave y delicada, autoexiliada en estas latitudes por seguir los pasos de quien declara el amor de su vida. Me conmueven sus palabras, la armonía y belleza del lugar que han levantado para ellos, entre la brusquedad de los elementos, lo extremo del clima, los hombres de mar y la labor ruda y osada de perseguir cetáceos por estas gélidas aguas.
Estamos a la víspera de la navidad de 1908 y madame Rasmussen sigue contándome su historia, con su voz de terciopelo, mientras sus manos van tejiendo el diseño noruego del sweter del capitán Adolf Andresen. Estamos dos años en esta isla, me comenta, mientras sirve suavemente el vaso de mistela. ¿Ha tocado usted las aguas del lago interior, doctor?, me consulta de pronto. Son tibias y lo son siempre. Es por eso que a la isla la llamaron Decepción. Qué nombre más gracioso para iniciar una historia de amor, ¿no cree usted?
Llegamos navegando desde Punta Arenas, sigue. Adolf decidió partir cuando quedó al mando de la flota ballenera. No es hombre de quedarse en tierra, ¿sabe?. Es por eso que huele como el mar. Este mar limpio, frío, lleno de delicadas estelas azul acero. Se respira, incluso aquí se respira. Las toninas nos perseguían y yo no cabía en mí de dicha. Adolf es un hombre maravilloso. Una fuente permanente de aventura y de conocimientos. Es libre y ama el mar. ¿Le aburro, doctor? Discúlpeme, pero no es muy usual que pueda hablar de estos temas con nadie más. Los balleneros son buenas personas, gentiles y muy cordiales, pero comprenderá que no puedo ventilar mis sentimientos con ellos. Soy la esposa de su capitán, me deben respeto y a veces, creo que me temen.
Los noruegos son complicadas criaturas del otro lado del mundo, me dice, que han venido siguiendo la voz de Adolf, para atrapar aquellas bestias que surcan los océanos. La compañía ha sido exitosa del todo, pero debemos permanecer en esta isla. Es el mejor fondeadero. Nadie como Adolf para maniobrar la embarcación y entrar suavemente a esta bahía. He cultivado un pequeño jardín y ahora puede ver las rosas que alegran el comedor. Espero que este viaje le traiga lo que busca doctor, suspira, mientras atiza el fuego de la lumbre. Le miro extasiado y respiro no el aire del mar, sino la suave esencia de este hogar.
Madame Rasmussen preparará una cena maravillosa de Navidad, que no envidiará en nada los más fantásticos festines de cualquier otra parte del mundo. Me ha conmovido en grado máximo y cuando deba partir, agradeceré infinitamente la suave dulzura de esta mujer, sus palabras certeras, su cordialidad, su amabilidad y su lealtad sin tregua a la causa de este hombre, barbado y pelirrojo, que cruza el mar antártico en pos de las criaturas más grandes de la tierra.
Hay que ser muy valiente para vivir en ese extremo de el mundo, bueno con amor todo es posible y llevadero, muy buena historia.-
Weaber: Un gusto tenerte de vuelta. Tus comentarios son parte importante de esta bitácora.
Muchas gracias y un abrazo,
Mi primera visita a tu blog no ha podido ser más placentera. Me gustó mucho el ritmo de tu prosa y el clima envolvente de la narración, de hecho deseaba que el relato continuase eternamente.
Saludos desde el cono sur (cerca, muy cerca de ese mar helado en el que acabamos de bañarnos).
Mx: Muy bienvenido a esta bitácora. ¿Seremos vecinos acaso y no lo hemos notado?. Mi ubicación dista unos grados más al norte que la Isla Decepción, veinte para ser precisos.
Muchas gracias por tu comentario y nos leemos. Saludos
Tu relato, aparte de describir una bonita historia de amor, me llena de recuerdos que huelen a tu relato, a mar. Pero no cualquier mar, el mar de la Antártica, donde tuve la suerte de viajar hace justamente un año. Me resulta también muy conseguido el contraste entre la brusquedad de los elementos, palabras textuales, y la dulzura de la protagonista.
Un abrazo.
Querida Anne: El mérito no es para nada mío. Dale el crédito al capitán Andresen, quien todavía está oteando el mar, encerrado en una tumbita pobre en Punta Arenas; al doctor Jean Baptiste Charcot, tu compatriota y si lográsemos dar con ella, a madame Rasmussen, si es que era tal su nombre.
No es difícil escribir una historia hermosa con tan gentiles invitados, rodeados de tan maravillosos panoramas. Me alegra que te haya traído los recuerdos de tu paso por el continente blanco.
Un gran abrazo
Un lindo relato, como siempre, con todo el talento de una narrativa dinámica; felicitaciones.
Homopitecus: qué alegría tenerte de vuelta por esta bitácora. Me honras con tu comentario y te agradezco en el alma tus felicitaciones.
Un gran abrazo
▲Y la elevas con tu prosa y talento. Adolf olía a mar, el relato huele a mar, a sal y a cetáceos. Es la sensación que te queda cuando lo has leído, marina, de brisa costera, de levante y ola. De dama y caballero, de aventura y conquistas.▼
❖ Como siempre, me descubro ante tu arte.
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Lou Reed
Eduard: Me colmas de felicidad y de sincero y fatuo orgullo. Isla Decepción es mucho más que un nombre, como es esta historia, como era la protagonista, como fue el doctor, como tú y como yo.
Gracias desde el corazón.