Llovía en el desierto, sin que lo pudiéramos creer. La suave cortina de agua se convirtió en un chaparrón agresivo, pero largamente anhelado. Nos miramos a los ojos, mientras el agua golpeaba el parabrisas y los suaves perfumes de la tierra emergían lentamente.
Habíamos tomado la decisión sin meditarlo demasiado. Un vacío inmenso en mi corazón me trastornaba. Mis manos lo ansiaban, mis brazos lo ansiaban y cuando lo vi supe que era así. Allí estaba, envuelto y perfumado, el más hermoso regalo en ese San Valentín.
Mi hija recién nacida había perecido en la mesa de operaciones tres meses antes. Creí morir. Creí que no existía un dolor más tremendo que este dolor, este espacio abierto en mí como una cuchillada. Lloraba a cada instante, sentía que me secaba por dentro. No te vayas, me dijiste, estamos juntos. Estamos unidos y debemos superarlo. Yo sé como podemos superarlo. Por primera vez, desde nuestro matrimonio, me sentí intensamente unida a ti. Te di las gracias. Besaste mis ojos llorosos e hinchados y no dijiste nada más.
Le ví entonces. No quise enterarme de detalles que sólo hubieran entorpecido las cosas. No quise saber de nada. Sólo su presencia de recién nacido inundando todo. Su olor palpitante, la suavidad de su piel, sus pequeñas manos, sus ojos abiertos en la sabiduría del mundo. Tan pequeño y tan importante. Me inundé de dicha.
Entre mis brazos, acunándote, cantándote antiguas canciones que aprendí en mi infancia, sintiendo tu calorcito, mi corazón se rebalsó de amor, como el camino por donde volvíamos a casa se rebalsaba de lluvia. Una lluvia que curó la sed de la tierra, como tú curaste mi sed de entregar este amor. No te parí, es cierto, pero llegaste a mi vida por mi propia voluntad. Eres el hijo de mi corazón.
No pude parar de besarte en semanas, incluso en las noches mientras dormías. Sentía que florecía por dentro como había florecido el desierto. Eres el hijo que no vino de mi cuerpo pero sí de mi corazón, lo he repetido desde entonces y cada San Valentín celebramos tu segundo cumpleaños. Eres el hijo del amor, de un amor que creí perder una tarde lejana en un hospital. El mismo hospital donde tú estabas, esperándome supongo, porque nadie te había esperado más que yo. Mientras escribo estas líneas, siento tu olor de recién nacido de nuevo y rememoro ese día como si fuera hoy mismo. Miro por mi ventana y un hermoso campo de flores cubre hasta donde alcanzan mis ojos Sólo falta el arcoiris, que vimos ese día con tu padre, de vuelta a casa, cuando ya eras parte de nuestra familia.
De terror no, ni mucho menos todo lo contrario.
Te confieso que he leido hasta aqui y no he podido seguir por lo menos por hoy.
Un verdadero placer haber descubierto este espacio lleno de sentimientos.
Me voy con la piel de gallina.
Charlotte: Espero que esa piel de gallina no sea de terror!!. Me honras con tus palabras y me alegras muchísimo con tus visitas. Saludos y gracias
hermoso relato, que bueno saber que cualquier tipo de amor siempre tiene una segunda oportunidad de florecer, incluso – y tal vez con mas fuerza – luego de tanto dolor.
salut,
G: Ciertamente la certeza de la renovación del amor, en cualquiera de sus formas, es sin lugar a dudas el motor principal del ser humano.
Te agradezco tu comentario. Un gran abrazo,
Una sola palabra: Hermoso.
Nesty: Muchas gracias por tu visita. Nos leemos. Saludos,
Hay un corte muy fuerte en este relato entre el 4to y el 5to parrafo. Al pasar de 1ra persona a 2da persona, parece como si el narrador hubiera pasado de un cuento de Agota Kristof o de Maria Luisa Bombal (con una descripcion lejana que a pesar de lo triste del relato, no conmueve) a una cancion melancolica que busca tocar las fibras.
Por que la narradora dice «…y cada San Valentín celebramos tu segundo cumpleaños…». En su memoria quiere ver siempre al bebe, no al nigno que crece y se desarrolla en el hogar?
Un abrazo,
Don Denis: Un gusto tenerle por aqui. Tienes razón en tu observación, hay un problema con el sujeto redactor en los párrafos que indicas. Respecto a tu última observación, es así, para la narradora (y para cualquiera que sea padre) el hijo no deja de ser nunca hijo.
Un gran abrazo,
Que hermoso relato sobre el amor, un amor alejado de romanticismos pero intenso y deseado.
Me ha gustado un relato de San Valentín apartado de los estereotipos comerciales.
Salut
Querida Micromios: un placer que te haya gustado esta imagen distinta del amor. Un gran abrazo y gracias por comentar
Tremendos sentimientos ante las adversidades conque nos deleita la vida.
Como siempre, la vida reflejada en tu magnífica e intransferible prosa.
edu
Querido Eduard: Como siempre, tus comentarios alimentan mi vanidad de contadora de historias, tanto que a veces creo que soy realmente buena. Un abrazo y gracias por pasar 🙂
Cuanta realidad en este relato de Amor verdadero. Delicados recuerdos llenos de esperanza. La vida a veces nos arranca lo que mas necesitamos pero tambien ofrece nuevas puertas. Muerte y renacimiento. Bellisimo relato de San Valentin.
Un saludo
Concha: Gracias por tu amable comentario. Es verdad lo de la vida, tiene de dulce y agraz y no sabemos las vueltas que se da ni las sorpresas que nos depara. Un abrazo
Un San Valentín diferente me gusta mucho más!!
Fanou: qué alegría que te haya gustado. Esta historia tiene un significado muy especial para mí. Muchas gracias por pasar a visitarme.
Llovía en el desierto. Que hermoso relato, querida chrieseli. La desgracia rompe a menudo el amor, en tu relato lo hace florecer con más fuerza y el presente de San Valentín no podía ser más hermoso.
Un abrazo
Anne: es así como yo siento esta experiencia que alguien tuvo a bien compartir conmigo. Un gran abrazo