Había visto a los abuelos nuevamente. Sentados con mansedumbre en el banco de la plaza, con sus manías vivas. Tejiendo crochet la abuela Yolanda y liando un cigarrillo, el abuelo Miguel. Los vio claramente, tal como los recordaba y entendió su propósito.
Dejó el libro de Hemingway en la ventana y analizó concisamente los últimos treinta y seis años de su vida. Destacó las férreas amistades y el amor. Las relaciones largas y fructíferas que duraron lo que tuvieron que durar. Aún quedaban gotitas de esos amores inundando su corazón y le sabían a dulces recuerdos. Aún estaban las preguntas sin resolver de por qué no había terminado una carrera, cuando la inteligencia era un don familiar que no costaba utilizar.
Con empleos de mediocre desempeño, quedaba siempre la buena impresión y el gusto innegable por el tiempo compartido con colegas, subalternos y jefaturas. Todo prístinamente congelado en un recuerdo que se iba sumando a los otros, que conformaban su vida. Sentía que había sido una buena vida. Sencilla, constante, sin sobresaltos. Con visión poderosa de los rencores del alma y de la férrea voluntad de deshacerse de ellos a como diera lugar. Se sintió siempre a gusto en compañía de los viejos y tal vez por eso fue quien más sintió la partida. Las tardes de dominó y recuerdos, matizados por té con pan tostado untado con manjar, eran citas necesarias cuando las hormonas adolescentes hacían su agosto en las convulsiones del corazón. El olor de los viejos le sedaba, la voz cansina, las manos cubiertas de venas. Se estaba tan a gusto, mientras el olor de las migas quemándose, inundaba todo el lugar.
Traspasó nuevamente la visión de la ventana. El helecho prehistórico, de dimensiones colosales, que le daba al patio trasero de su casa un aire a selva siempre virgen, impoluta, misteriosa, callada y olvidada. Tal como se había olvidado de los recuerdos minuciosos de su vida. Intentó tomar el libro nuevamente y leer las páginas siguientes, pero la voz en su cabeza martillaba con furia. ¿Cuál era su destino?. Cuál era el propósito de su existir, si sentía un cansancio grave, como si hubiera vivido una vida entera y aún faltaban siete días para cumplir los treinta y siete.
Miró sin ver y se concentró en el croar de las diminutas ranas, los pasos de la gata en el tejado y las ínfimas gotas de lluvia que se dejaban caer. Se sintió solo, desnudo, quebrado, infeliz. Sin un propósito claro, sin un norte, sin un por qué luchar. Respiró hondo y llenó la bañera. Mientras corría el agua, recordó vapores de la misma condición inundando los espacios del placer y del amor. Aguas calurosas, aguas frías. Sonidos de ríos cordilleranos, fuentes inagotables de olores infinitos que se posaban lentamente en su piel, en una sensación de díficil dimensión. No había nadie que preguntara en qué piensas. No había nadie que confortara sus pensamientos. Sólo el libro, la bañera, los pasos de la gata en el tejado y la lluvia.
Entró a la tina lentamente y se quedó por minutos eternos. Levantó la vista y allí estaban de nuevo. La abuela Yolanda desenrredando la madeja de estambre y el abuelo Miguel tosiendo y limpiándose la boca con el dorso de la mano, tomando, lentamente, con la otra, su novela; examinándola con detención y curiosidad, con ese gesto tan suyo. Volvió a pensar que nadie le extrañaba y que él extrañaba demasiado a tan pocos. Que la vida no tenía un propósito claro y que fuera de estas paredes, no valía la pena seguir.
Le llegó la frase concisa y breve. Clara y simple. Salió desnudo, mojando el piso. Se acercó al clóset y la encontró. Comprobó su estado y volvieron juntos al baño. Allí estaban los viejos todavía. Los miró con calma. Entró al agua y supo que sería sólo un segundo. Luego, podrían descansar.
Concha: Así es. El futuro es incierto y se va escribiendo a medida que avanzan los segundos.
Un saludo para ti también y gracias por pasar.
El pasado que se hunde en una tina de agua caliente. El presente que se deshace en ruidos ajenos. Y el futuro. Siempre la eterna pregunta. Un bello relato de tiempos.
Un saludo
Micromios: Me alegra que te haya gustado y que le hayas dado una vuelta a esta historia. Hemingway para mí es la representación clara y desnuda de lo existencial. Entro en ese estado y no puedo evitar acordarme.
Un gran abrazo
Es curioso como nos fijamos en algo y queda permanentmente en nuestra memoria como algo importante que se pierde pero aparece cuando uno no lo espera.
Pasar factura, esto es lo que pensamos cuando decidimos mirar lo que hemos dejado atrás.
Me gustó el final abierto.
Salut
PD hace un par de dias estaba leyendo a Hemingway 😆
¿Quién podría descansar de qué? ¿Me estoy perdiendo algo y estoy viendo un pliegue que en realidad no existe?
El cansancio trae a veces una paz forzosa, inquieta y engañosa.
Lo siento, es la impresión con la que yo me he quedado.
Aunque me gustaría explorar el jardín, como niñas traviesas, ¿podemos?
Fanou: Descansar de la vida, de vivir una existencia vulgar, sin cables a tierra. Tal vez ves el pliegue que es el final de todas las cosas.
Un abrazo y el paseo virtual por el parque queda pendiente. Te lo prometo
cuanta madurez y cuanta soledad, pero a la vez, me transmitiste mucha calma en el modo de contar esta historia.
me gusto mucho,
salut!
G: Te agradezco enormemente tus palabras. Me ha gustado esa sensación de tranquilidad que te queda. Era lo más complicado de lograr. Gracias de nuevo y saludos.
Tu texto refleja a la perfección que hay recuerdos que no pasan y a veces son tan reales como la vida misma, o más. Todo un alarde de sensibilidad y elegancia.
Un abrazo,
Anne: un agrado tenerte por aquí. Muchas gracias por tus gentiles palabras. Un abrazo y nos leemos.
Albert: Me honras con tus palabras. Quedo en silencio saboreando tu comentario, sintiendo que es eso y nada más que eso la magia de escribir.
Un abrazo y las gracias a ti.
MX: Un gusto que pases por aqui. Un abrazo y gracias.
Eduard: Así es, tanto recuerdo en tan poco espacio, tanto vivir para terminar como recuerdo. No es más ni menos la vida. Hoy, la siento asi.
Un abrazo y gracias por pasar.
Hay momentos en que la ligereza de un texto escrito con elegancia y precisión en el lenguaje se expande desde los ojos y se convierte en bálsamo para el cuerpo cansado. La lectura de tu «Determinación» me ha regalado uno de esos momentos, y no sé cómo agradecértelo.
Te lo tenía que decir.
Un abrazo sincero.
Me gusto el intertexto de Hemingway como declaración de principios. Saludos!
De la perplejidad al desconcierto, del encantamiento a la turbación. «fuentes inagotables de olores infinitos» Tanto recuerdo en tan poco espacio, tanto vivir para al final penar con los recuerdos.
Besos, Sangre y Lágrimas
Lord Reed