Cuando María Isabel iba al correo, esperaba con ansias sus revistas y libros, y por alguna razón extraña, siempre esperaba algo más. La viuda de Uribe lo sabía, le conocía cada pestañeo, cada suspiro, cada ademán y le acompañaba, en silencio, en su sentir, cuando la veía, nerviosa, abrir los paquetes certificados y no encontrar nada más que lo había ordenado. Conocía su historia como la de todos en el pueblo, pero si algo distinguía a la viuda de Uribe era su discreción, requisito indispensable para trabajar en este puesto, entremedio de las rumas de cartas que llegaban día a día, en los sacos de lona roja, marcados con la insignia del correo, que ella repartía diligente en las casillas y en las manos de aquellos que llegaban con el semblante pálido, las manos enrojecidas y la mirada cabizbaja, preguntando en voz baja si había alguna correspondencia para ellos. Recibía en sus brazos, dotados de fuerza que hacía juego con su corpulento volumen, los paquetes envueltos en papel manila, cubiertos de estampillas y sellos, que venían de todas partes del país y que, con el arribo de los alemanes, llegaban de todo el mundo.
Tanto desearon María Isabel y la viuda de Uribe que algo sucediera, que al final, pasó. Una tarde de invierno, cuando el correo se había retrasado porque los caminos estaban intransitables, a causa de un aguacero que amenazaba con partir el cielo, esperó la joven en la oficinita y sin poner atención a la clásica cantinela de la viuda, redactó algunas líneas para el encargado de educación de la provincia, en su calidad de educadora del internado de las monjas suizas y no reparó en las botas sucias y el olor a tabaco que inundaba la pequeña habitación, hasta que estuvo casi por derribarla de su asiento. Miró molesta y se puso de pié.
El aroma del cigarro se erguía como un nubarrón, amenazante. Luego que la exhalación se disipó, pudo ver la cara de este hombre impertinente y rudo que casi la tumba porque no la había visto. «Constantino Del Palmar, tanto gusto» fue lo único que él atinó a decir, quitándose su sombrero de fieltro empapado. Su cabellos rojos en desorden y sus pequeños rulos saltando como resortes de fantasía, le hicieron olvidar su malestar. La mano gigante, que estrujó la suya, estaba sudada o tal vez ensopada por el temporal y quedó un rato más largo de lo prudente pegada a la de ella. Se miraron a los ojos y se congelaron en ese segundo. Sus labios dulces y perfectos, su cuello de cisne, pensó él. Su pecho gigante y sus cabellos, pensó ella mientras aspiraba con todos sus sentidos. El olor que emanaba de su ser era salvaje y primitivo, algo que la turbada maestra jamás pudo olvidar y siempre buscó en los tiempos venideros. No atinó a decir su nombre y él se despidió apurado, trastabillando por sus espuelas enredadas. La miró con dulzura y vergüenza, se disculpó y volvió a tomar su mano. Una gota de agua resbaló del ala de su sombrero y cayó en los labios de María Isabel. Apartaron sus miradas y él se retiró de la oficina.
Ella se quedó prisionera de sus ensoñaciones, enrojecida de pies a cabeza por una ola incontenible de sopor y se dejó caer en el asiento nuevamente. Sus papeles estaban regados en el suelo. Él no había reparado en ellos y les aplastó con sus botas embarradas. María Isabel los recogió y un sentimiento de profundo desconcierto le embargó y no la abandonaría por semanas. La viuda de Uribe vió toda la escena detrás del mesón, mientras simulaba llenar la planilla del correo certificado y no dudó un segundo en designar a aquellos dos como víctimas innegables de la maldición del amor. Ese mismo que la había llevado a ella a abandonar su carrera en la ópera y venirse a enterrar a este pueblo perdido, detrás del pequeño Romualdo Uribe, empleado, desde que tenía memoria, de la oficina del correo. Le habló a María Isabel para romper el encantamiento, pero no acusó recibo hasta un largo rato después. El aguacero había amainado y se dirigió caminando de vuelta al internado. Cuando Margarite, su compañera de cuarto, le consultó qué era lo que la había puesto así, ella sólo atinó a decir: Constantino Del Palmar.
Ajá! Con que esas tenemos! Acabo de FALLAR, estrepitosamente, como Al Pacino. El mismo error: autodelatarse sin necesidad. Uuuf, cuándo voy a aprender. Por la boca… Ya nos contaremos.
Ay, cerecita…! Traté de ser sarcástica… veo que no funcionó… ni siquiera con otra chilena. Jajaja! Si te contara…..
M: eres una loca, lo entendí perfecto, lo que pasa es que al tomarlo como es, no habría habido feedback de comentario. Sólo mi sonrisas amarillas. Un abrazo y si yo te contara……..
Bueno, ya que todos se fueron, aquí entre tú y yo…. ¿bueno, cómo te digo? ¡Si hasta se me aceleró el corazón, niña! O sea, literalmente. Por supuesto que a mí nunca jamás de los jamases me ha sucedido algo como eso. Naturalmente que pienso que la viuda Uribe está fuera de sus cabales. ¡Llamarle maldición a algo como el amor! Habríase visto….! ¡A quién se le podría ocurrir algo así!
Una maldición, como su nombre lo indica es algo maligno, una especie de enfermedad: nos persigue a donde quiera que vamos, ocupa nuestra atención, nuestros sueños, nuestros pensamientos; nos hace ver cosas que nadie más ve, escuchar cosas que nadie más escucha y decir (y escribir) otras que jamás debieron haberse dicho; nos hace pensar, sentir y hacer lo impensable…. se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra y generalmente termina por asfixiarnos o mínimamente acabar de un modo u otro con nuestra pobre cordura…
Por eso es que yo me pregunto: ¿cómo es que se le ocurre a esa señora llamarle maldición a algo como el amor?
M: si lees con detención tu descripción de maldición, verás muchos síntomas del amor. No estaba tan errada la viuda, considerando los acontecimientos que le tocó presenciar. Ese minuto mágico M creo que vale la pena vivirlo, aunque nos lleve a la locura o termine con nuestra existencia.
Un abrazote y miles de gracias por tus visitas. Me estoy acostumbrando a ellas 🙂
que lindo! es el inicio de una hermosa novela de epoca, me parecio a mi. y me gusto que eligieras contarlo desde la vision de la viuda, me parecio un personaje mas que interesante.
salut!
G: muchas gracias por pasar y por tu comentario. Si, es en efecto una novela de época, me ha faltado el valor para terminarla. La viuda apareció de repente, cuando reflotaba esta escena, una testigo ocular distinta para un momento mágico. Asi se comprueba que realmente ha sido. Muchas gracias de nuevo. Nos leemos 🙂
¡Que instante, señor! Momento mágico condensado en una pequeña oficinita, lista para ser testigo de otros tantos momentos espectantes.
Me gustan tus pequeñas historias, tan tuyas, tan especiales, tan abiertas a otros mundos.
Cada sensación- olor, da paso a un cuadro, hermosamente dibujado. De esta manera, se mantiene, en el aire, la sospecha de que algo hermoso está a punto de suceder.
Precioso.
Un saludo.
Pipermenta: Un agrado tu comentario, realmente. Un abrazote desde acá y miles de gracias
Sin respiración a consecuencia de este tan bien ambientado encuentro con Constantino del Palmar aunque temo, con cierto desconsuelo, que el corazón que alberga en su pecho gigante le pertenece ya a María Isabel. Precioso relato. Perfecto para una mañana lluviosa de primavera. Un abrazo.
Letrasdeagua: Dobles gracias por tus dos visitas. Un honor que me confieres el de tomarte dos veces el tiempo para pasar por esta bitácora, de verdad, muchas gracias. Tienes razón, ellos ya se pertenecen el uno al otro, tanto que su historia, como le comentaba a Anne, me había dado la pauta para pretender escribir una novela. Hay varias historias de ellos, si los quieres visitar, sigue los tags de Recuerdos de otras vidas. Un abrazo y muchas gracias de nuevo.
El momento mágico del flechazo suspendido en la punta de tu pluma (queda mejor que teclado). Chrieseli, has descrito tan bien este momento…y a Constantino Del Palmar, que me he quedado un tanto trastornada!
Abrazos,
Querida Anne: quien no haya sentido el cosquilleo ilógico del amor o como dice la viuda de Uribe, la maldición del amor, no podría jamás entender este delicado segundo en la historia de estos dos queridos personajes. Alguna vez he pensado escribir un libro con su historia, supongo que me ha faltado el valor ( y un editor, y la editorial, y el dinero y un largo etc).
Miles de gracias por tus gentiles palabras y sí, estoy de acuerdo, pluma es siempre mucho más romántico que teclado:) Un abrazote
Cuando nos cruzamos con personas que nos despiertan sentimientos tales, no deberíamos dejar la oportunidad escapar, deberíamos ponernos frente a ellas y hablarles.
Hermoso relato.
Fanou: De escritora a escritora, se agradece la amabilidad de tus palabras. Un gran abrazo y muchas gracias por tu visita y tus líneas 🙂
Un solo instante, una persona se cruza en le camino de uno, y la vida da un vuelco. Excelente descripción de lugar y atmósfera que nos prepara para una breve estampa rica en detalles.
Minicarver: Sabias palabras las tuyas. Así es, ese solo instante es la vida entera, cuando aquella persona que está frente a ti tiene tanto que decir y añadir a tu historia. Muchas gracias por tus gentiles palabras. Me alegra mucho que te haya gustado. Saludos
Aunque esté apurada siempre lográs cautivarme…hacés de un instante, que dura un suspiro, un texto perfecto…qué imágenes preciosas lográs que recree en mi mente. Gracias, una vez más por el placer que me da leerte.
Clau: Eres extremadamente amable y te agradezco siempre tu entusiasmo por mis historias. Aquello que te sucede (recrear imágenes en tu mente) es la recompensa de todo aquel que se precie a sí mismo de ser escritor. Un tremendo abrazo y miles de gracias 🙂
Muy bueno, me gustan especialmente los textos que se detienen en sólo un momento, en un detalle pequeño o en un segundo inacabable. Además, el nombre del caballero me parece genial!
Saludos!
Mx: Muchisimas gracias por tu comentario. Tú eres maestro de la «congelación de segundos» así que me siento doblemente honrada por tus palabras. Y sí, el nombre de Constantino tiene su «qué se yo». Gracias de nuevo. Nos leemos. Un abrazo
Están todos ustedes muy productivos hoy. Hola Chrieseli. Estaba a punto de cerrar el ordenador cuando he visto tu entrada. En este lado del mundo es muy tarde cuando menos para mí. Te leo-comento mejor mañana descansada. Un saludo.