Magnolias

En primavera, el gran árbol de magnolia me deleita con su aroma y por eso dejo los postigos abiertos, mientras camino. Me recuerdan un estado superior, un tiempo donde no había tiempo, sólo tus ojos y los míos, sólo nuestros abrazos.

He mandado a cambiar la alfombra del pasillo, las cortinas y el papel decomural, pero aún así, estás presente en todo. Te veo desde lejos y no puedo aletargar mi corazón que viaja desbocado, amenaza con salirse de mi pecho y dejarme aquí botada, sin vida, porque no es vida la que llevo. No hay llanto que limpie mi tristeza, no hay sermón que cure mis recuerdos. No hay pecados, no hay perdones. Sólo tú. Sólo tú y el aroma de las magnolias colándose por mi ventana.

Camino por el balcón. Intento leer. Escucho tu voz al otro lado de la calle. Miro con permanente atención tus movimientos. Guardo las manzanas más hermosas e imaginariamente las llevo ante ti, en mi regazo. Me miras y por un instante, estamos juntos, como aquella tarde de invierno, como bajo ese aguacero. El aroma de las magnolias transporta tu mirada. Tus ojos azules como el mar. Ese mar insondable y perpetuo que está en mis memorias. Ese azul que me hundió en la pasión, que me emborrachó de amor. El aroma de las magnolias transporta tu mirada.

Camino despacio por el balcón. Despacio y sin hacer ruido. El árbol de magnolias cubre mis lágrimas. Oculta el sol de mi desdicha y en las noches de luna me deja ver tu silueta en la calle, mientras me miras.

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