Ofrendas

Caminó por todas partes hasta que las encontró. Las llevó a casa. Nadie vio cuando llegaron. Las dejó descansar, toda la noche, en la vieja palangana de loza, suspendidas en el agua fresca y rociadas por la luz de luna, que entraba intrusa y luminosa, a través de la ventana. Amanecieron vivas, brillantes y coloridas. Ella las roció de nuevo, esta vez con agua y con sus manos, para proteger los delicados pétalos. Envolvió sus tallos con papel periódico, las cargó en sus brazos y antes de que el sol del mediodía las marchitase a ambas, se dirigió a paso vivo al cementerio, al otro lado del pueblo.

La caminata era exhaustiva. El pavimento estaba roto en muchas de las veinte cuadras que debía cruzar y el ramo de crisantemos le impedía ver por dónde iba. Debía pasar a ciegas en las esquinas, rogando que los automóviles la vieran, porque ella sólo podía escucharlos. Hacía esta caminata cada mes, lloviera o tronase, con la escarcha de las mañanas de invierno o con el atosigante calor del verano. Todos los meses. Sin faltar ninguno. Excepto aquella vez en que su hermana, al borde de la muerte por constipación, le rogó cuidara de su familia en lo que hiciera falta, mientras la Vírgen del Carmen tenía a bien hacerle el milagro de su sanación. Sólo entonces dejó en manos de aquel pintorcillo que intentaba robarle el corazón a su hija, la tarea de visitar la tumba de su madre y depositar, en el triste jarrón de barro, el ramo de crisantemos que tanto le gustaban.

La promesa había caído en sus hombros y si se remontaba a la génesis de ella, no había tal. La niñita de trenzas rubias no entendía porqué todos lloraban alrededor de la cama de su madre, quien, con su acento de Colonia, le rogaba entre resuellos que no olvidara su nombre ni su idioma, que no olvidara cuidar a su hermanito, que se empinaba apenas al borde de la cama y que miraba encantado los grandes cirios que velaban a la moribunda. Ese recuerdo le acompañaría toda la vida y la movería mes a mes para urgar en todo el pueblo, hasta encontrar el ramo de las flores preferidas de su madre. Tampoco recordaba quién le dijo que era así. Sólo lo sabía. Sólo lo sabía y las buscaba con ahínco, prisionera de un compromiso que cayó en una espalda tan joven y tan inocente.

Al llegar al cementerio, saludó al panteonero. El hombre se limpió las manos con sus pantalones y le estrecha la suya con cariño. La acompañó, con una suave charla, a través de sus dominios, hasta dejarla al lado de la tumba que había venido a visitar. La miró nuevamente. Le ofreció su ayuda en lo que se le pudiera ofrecer y se retiró silencioso, dejándola cumplir su cometido con libertad. Ella miró la lápida de madera y leyó en voz baja el nombre de su madre. Acomodó el jarroncito. Buscó agua en un tarro de latón. Depositó con sumo esmero los crisantemos. Uno por uno. Volvió a acomodar el jarrón. Limpió los restos de hojas muertas y las hierbas que salían porfiadas entremedio de la tierra. Miró la lápida nuevamente. Era el mediodía. Rezó una oración en silencio y de memoria. No habían más recuerdos de la madre, excepto aquella escena en el dormitorio. Los cirios. El hermanito. Las mujeres de la familia en un llanto plañidero. Los rosarios negros. La cinta apretada en su pelo. El funeral. Esta lápida sencilla con el nombre inscrito en letras góticas.

El panteonero la sacó de su ensoñación. Vino alguien a dejarle flores a su madre. No dejó nombre ni tarjeta. Aquí están, dijo. Depositó en sus brazos otro ramo de crisantemos. Le sonrió.  Ofreció un humilde tarro de conservas, que él mismo hundió en el espacio de tierra que había quedado en la sepultura. Lo llenaron con agua. Ella colocó las flores. Él comentó lo hermoso que se veía. Escucharon el río, en la cañada, detrás del cementerio. Escucharon los pájaros. Vieron las nubes. Ella miró la hora en el reloj que había sido de su padre. Se despidieron, con un apretón de manos. Elija la vereda del frente, señora, dijo el panteonero al final. Váyase por la sombrita, que a esta hora pica fuerte el sol. La veo en tres semanas más.

18 comentarios en “Ofrendas

  1. Este relato debió llamarse Crisantemos ………….pero igual me gusta la forma en que cuentas toda la historia……….y justo estamos en época de crisantemos………..Olguita te examos de menos.

  2. Durante un buen tiempo me encargué de la lápida de mis padres y hermano, antes de cambiar de ciudad, así que conozco el terreno que describes tan bien. La aparición de otras flores me parece un acierto, pero creo que debieras retomarlo como una interrogante que se haga la protagonista. Un misterio que la deja pensativa en su camino de regreso. Muy logrado.

    • Minicarver: De hecho esa parte de la historia es el inicio de otro relato que subiré, en algún minuto, de la otra semana. Incluso pensé en escribir una última línea explicando de dónde habían salido esas flores, pero creo que merece otra parte, otra historia, no crees?
      Miles de gracias por pasar y por tu entusiasmo. Saludos

  3. Se nota que estas son tus entradas preferidas. La soltura del lenguaje fluye y se esparce hacia todo aquel que quiera engatusarse con ella. Es un placer, un verdadero placer leerte. A pesar de que los cementerios son lugares de penas, y de que yo solo intento pasar por ellos lo justo (no he llevado flores nunca a mis seres idos) tu texto resulta tan conmovedor que me quedo un rato y (odio los crisantemos, quizá por lo que representan) dejo que mi vista acepte estas flores en deferencia tuya.
    Abrazos

    • Pipermenta: Si, me siento extraordinariamente cómoda con estas historias. Las veo en mi mente, siento sus olores, escucho los sonidos y converso por un segundo con los personajes, quienes tienen la gentileza de dejarme contar este pedacito de sus vidas. Me contenta rendirles este pequeño homenaje y mostrar sus existencias por un momento, que durará muchos más.
      Te agradezco enormemente tu deferencia para con las flores elegidas en esta entrada. Ha sido un privilegio ese minuto que les has dedicado. Muchas gracias y un abrazo para ti también.

  4. Me ocurre como creo que a la mayoría de los que te han comentado antes, tienes una habilidad especial para recrear ambientes, para hacer que la lectura de tus relatos nos haga sumergirnos dentro de ellos, algo que, en mi opinión, es bastante difícil de conseguir, sobre todo no dejando que ni por un segundo perdamos esa sensación mientras seguimos la trama. Enhorabuena.

    Abrazos.

    • Ernesto: me siento más cómoda contando historias. Se me hace sencillo, es como cantar una canción que has aprendido largo tiempo atrás de memoria. Viene todo junto, el relato, los olores, el ambiente, los personajes. Están todos, como posando para una fotografía.
      Si has logrado sentir el ruido del río en la cañada y acompañar, paso a paso, a esta mujer, en su caminata hacia el cementerio, me doy por plenamente satisfecha.
      Abrazos para ti también y gracias por pasar a visitarme y por tus gentiles palabras.

  5. Casi que caminaba por el cementario del pueblo donde me crié (de la parte de atrás de tierra, la de adelante son nichos). Es el día de hoy que me cuesta luchar con la impresión de que las calas, los claveles y crisantemos son flores de muertos…
    Me sumo a los comentarios anteriores resumiéndolos en dos palabras: atmósferas perfectas…no te las dejes quitar!, que las imposiciones del taller te hagan crecer en el hábito y ejercicio del oficio, y ahí tendremos más lujo del que ya tenemos!. Un abrazo Chrieseli.

    • Clau: otro para ti, por tu entusiasmo y por ser la encargada de mi hinchada 🙂
      Para mí los crisantemos tienen un recuerdo peculiar. Parte de esta escena la vi en vivo y en directo, porque esta historia, como muchas de este blog tiene de cierto pero no tanto.
      Muchos saludos y miles de gracias

  6. Chrieseli, eres brillante en este tipo de relatos! Buscas los detalles con mucho acierto creando una atmósfera especial en cada historia. Esta destila el perfume melancólico de los crisantemos. Palabras que salen del corazón.
    Abrazos,

    • Querida Anne: exageras, pero tienes bastante razón, sobretodo porque me siento mucho más cómoda, como le decía a Eduard, en este tipo de relatos, que tienen mucho más «recursos», si lo podemos poner de esa manera. Eso creo que se nota en la lectura. Escribo con placer y con cariño, sin temor a extenderme, en esta historia de las ciertas, pero no tanto.
      Un gran abrazo y miles de gracias por tu compañía

  7. Además de suscribir al completo las palabras de Karen (Quién osaría a romper tal hermosa disertación) creo que dominas a la perfección el factor atmósfera. Que, como los buenos pintores, posees una pincelada única que te identifica.

    Cuidadito con perder estas enormes cualidades en el taller de literatura. «No todo está escrito»

    Un abrazo grandote y transcontinental

    • Eduard: qué gusto de verte. Siempre es un alegría tus visitas y un deleite tus comentarios.
      En este escenario me siento más cómoda, sin lugar a dudas y creo que eso se nota. Además siento, sin temor a equivocarme, que esta es la que soy.
      Un abrazote de vuelta para ti también, desde esta patria con amaneceres entre montañas azul añil y cielos naranja y oro que se dibujan entremedio de la niebla.

  8. Chrieseli, hermosa historia, o debería decir hermoso momento…. los cementerios a menudo bastan con su sola mención para constituir el escenario más elaborado y lleno de sugerente atmósfera, pocas veces para bien, muchas para mal.

    Y las promesas…. ay, esas carceleras! Cuántas hacemos en la vida, cuantas cumplimos aún a nuestro pesar y cuántas traicionamos…. son sólo palabras, quizá apenas pensamientos, pero a veces son más férreas que los más pesados grilletes. Otras, son la tabla que nos salva de una muerte segura en el más helado y revuelto de los mares de la confusión. Y unas pocas veces, son las luces tenues que nos guían en oscuridades que parecen no tener fin.

    • Karen: qué gusto verte por estos lados. Esta historia me llega de cerca y nunca me pude explicar la naturaleza férrea de esa promesa, que no fue hecha conscientemente, sino que fue impuesta en un momento de dolor y drama, no muy apropiado para ningún niño o niña de esta tierra, en estos tiempos ni en los anteriores.
      Muchas gracias por tu visita y tus inspiradas palabras. Mira si hasta Eduard, en toda su elocuencia, ha preferido dar un paso al costado 🙂
      Saludos y gracias de nuevo

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