Las Visitas

Estaba justo al frente mi casa. El portón de madera, que después fue reemplazado por una reja de fierro, miraba detenidamente al mío y estaba en la casa de la vecina. La señora Martina vivía con su madre, su marido y dos sobrinos regalones y vagabundos que no le traían más que dolores de cabeza y gastaderas descomunales. También habían gatitos nuevos cada tanto, como si su gata no tuviera otro propósito en el mundo que expulsar estos pequeños seres, peinados a la garzôn, fragiles y de ojos cerrados, como lauchas, que nosotros elegíamos con cuidado y con confianza. Eramos las vecinas regalonas y aunque siempre hubo una cierta tirantez frente a la idea de ir a esa casa, cruzábamos la calle con alegría. Atravesábamos el camino en S que bordeaba la construcción, producto enfermizo de una señora que nadie recordaba cómo se llamaba, que perdió la razón cuando sorprendió a su marido haciendo como los conejos con el zapatero. Dejó que la casa se llenara de rosales, rosas mosquetas y murras salvajes y gigantescas, hasta que ella desapareció y la madre de la señora Martina se hizo cargo de esta propiedad.

Venía tanta gente, todos los días. Era, sin lugar a dudas, la casa más visitada del barrio. Cordeladas de ropa flameaban colorinches en el patio de la señora Martina, producto de la acumulación de visitas intespestivas y cargantes que llegaban a su casa a todas horas, con una insolencia que nos llamaba la atención, pero que a ella parecía no molestarle en lo absoluto. Parecía tan satisfecha mientras más sábanas llenaban su cordel y las ventanas de todo el segundo piso, donde seguramente habían alojado todos estos parientes, se abrían de par en par para dejar salir los humores de tanta gente durmiendo junta.

La mujer de don Lucho se acercaba cada mañana, con su cara gris y sin expresión, su cabello revuelto, su delantal descolorido y su escobilla de esparto, a la artesa de la señora Martina para hacerse cargo de la cantidad monumental de ropa para lavar. En las mañanas de invierno veíamos cómo el vaho se desprendía del ejército de prendas colgadas y en el verano, era preciso retirar todo antes del mediodía, para que no quedaran rígidos en el cordel, como un cuero de vacuno salado.

El padre de mi amiga Rosita tenía los ojos más azules que he visto jamás y creo que brillaron como el mar  el día que mi madre se encontró con él, a boca de jarro, en la reja de entrada de la casa de la señora Martina. Mamá venía del almacén y siempre cruzaba la calle en ese punto. A esa altura ya nos habíamos dado cuenta que la gente que llegaba a las horas más sorprendentes no eran parientes cariñosos y cargantes, sino que eran parejas que se juntaban clandestinamente, arrendaban un cuarto en el segundo piso y luego de una sesión de sexo furtivo y a la carrera, se marchaban cada uno por su lado. La casa de mi vecina era una «Casa de Citas» . Un antro del pecado, decía el párroco de la iglesia. Un lugar de perdición y de vergüenza, decían las monjitas del colegio. Un lugar donde sólo los sinvergüenzas y las mujeres de casco liviano hacían como los perros, únicamente por darle placer a la carne corrupta y vil. Todo eso lo sabíamos de memoria, después de dos años de catequésis, un año de confirmación y  seis años de rosarios monótonos, cada día lunes, en el colegio de la Congregación de la Santa Cruz.

Cuando el papá de mi amiga Rosita vio a mamá, entendió que estaba bien cagado y redobló los esfuerzos para no ser visto. Sin embargo, yo lo ví también, en varias ocasiones, mientras estudiaba a la entrada de mi casa, protegida por el mirto y el cerezo  y recuerdo que medité concienzudamente si el hecho de ir a hacer como los conejos, con esa mujercita que parecía su doméstica, le restaba puntos a la imagen de padre excelente y cariñoso que tenían sus hijos de él; lucrando con sus visitas nerviosas a mi vecina, que lo recibía como a un príncipe, abría la reja para que entrara su camioneta y probablemente le asignaba un cuarto en toda la esquina, donde el sol no le perturbara su pasión.

Él siguió yendo por años, con diferentes amantes. Muchas veces lo ví y muchas veces ví a la mujer de don Lucho concurrir sin ánimos a la ingrata tarea de escobillar sábanas sudorosas y pegoteadas de secreciones y humores apasionados. Era por eso que la gata estaba permanentemente en celo. La crujidera de los catres en el segundo piso, los gritos ahogados, el olor de la pasión evaporándose como el vaho de la ropa en el invierno, mantenían al pobre animal corriendo por los tejados como una poseída, alterando a todos los gatos del pueblo, que la perseguían sin cesar para cumplir su cometido en el entretecho de la casa, dándole bríos, me imagino, a «las visitas» de la señora Martina que nunca dejaron de llegar.

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26 comentarios en “Las Visitas

  1. Una historia llena de imágenes y recuerdos. Gran descripción y el texto tiene sentimiento, una manera muy delicada de describir una época con sus detalles pecaminosos. El juego del sexo y la simulación, en pueblo chico e infierno grande. Nuevos saludos… José

    • Minicarver: mil gracias por tu visita y por presentarme tu nueva imagen. Tienes razón, pueblo chico, infierno grande, sin embargo, soy una convencida que las mejores historias vienen de allá.
      Un abrazo y gracias de nuevo.

  2. Cumpliendo con la tarea, solo pasar para contarte que hay un pequeño presente para vos en mi Blog (en los Blogs que se repiten le he puesto «un regalo expansivo que inició el amigo Luis). Saludos!

    • Clau: como dicen nuestros amigos españoles: eres un solete!!.
      Miles de gracias y un abrazote. Estoy trabajando en el relato que tan gentilmente compartiste conmigo. Ojalá que le haga justicia.
      Muchos saludos para ti

  3. Me he sonreído con lo del papá de tu amiga. La clandestinidad de esas visitas y como la doble moralidad puede cambiar nuestro parecer a la hora de juzgar a las personas.
    Excelente texto chrieselli.
    Un abrazo.

    • Pipermenta: la clandestinidad y el doble estándar fueron, han sido y serán los pilares fundamentales de establecimientos de este tipo y otros más contemporáneos. Se acomoda nuestro juicio cuando los implicados son seres conocidos, se juzga con más benevolencia y se aplica, graciosamente un doble estándar también.
      Muchas gracias por pasar y un abrazo para ti también.

  4. Como soy educado y además recatado me pronuncio con un voto positivo a la verdad, que este relato lo encuentro tan real como fascinante, lo de la gata poco me importa peor si los acontecimientos, saludos de sinBalas

  5. La gata en celo y los gatitos pululando por allí se me antoja una ímagen metáfora muy graciosa de lo que pasa en la casa vecina y muy adecuada para una niña que no entiende lo que está sucediendo.
    Un saludo,

  6. Me dio mucha risa tu relato , no deja de ser cierto la visión de una niña a medida que crece. Y el relato de la gata es muy gracioso, muy bueno.

  7. jijijijiji, la sra Martina nunca puso la luz roja en su puerta, por eso creo q nos demoramos en caer en el xq de tantas visitas injustificadas. Había otras casas con la luz roja, q me acuerdo q mis amigas me decían para q eran, xq mi mami nunca se atrevio a decirlo con todas sus letras. La última vez q fui a la cas antes q la vendieran, hasta excompañeras del colegio veia en esa casa…. cada cosa no?….

    • Cecy: Las cosas van cambiando, como va cambiando el mundo. Las «Casas de Citas» dieron paso a los moteles parejeros que hoy por hoy ya no son necesarios. Se ha vuelto a la naturaleza XD
      Un abrazote y gracias por pasar

  8. Tu historia es tan pintoresca!, pinta una escena bien de pueblo, me encanta y me has traído recuerdos, de mi pueblo y del colegio de monjas. Las «casas de cita» (que eran dos) y llevaban otro nombre se identificaban con una lucecita roja en la puerta y yo me enteré de eso, cuando una noche paseando en auto, con mis inocentes 6 años, se me ocurrió pedirle a mi papá que pusiéramos una lucecita roja en casa, que quedaban bonitas 😛 …juas!! mi padre no era muy diplomático para las respuestas…Un abrazote!! Buen finde…

    • Clau: Acá una casa de citas es un lugar donde las personas van a tener relaciones y luego se van. Hubieron muchas de estas casas, generalmente de muy bajo perfil, en barrios apartados del centro, que se dedicaron a este negocio; que estaba orientado a la gente que no podía pagar un cuarto de hotel para el mismo menester.
      Luego, con el tiempo, se desarrolló otro tipo de establecimiento llamado motel, que viene de la idea americana del motorhotel, un lugar de paso, por una noche, puedes estacionar tu auto, comer algo y dormir. Chile está plagado ahora, de norte a sur, de estos «moteles», que son para el mismo fin que antes fueron las «casas de citas» aunque con un público más transversal.
      Las que mencionas tú, con la lucecita roja, acá son conocidas como «casas de huifas, de remolienda o de putas»que obviamente tienen otra connotación.
      Un abrazo amiga, muy buen finde para ti también 🙂

      • También son «casas de putas»…lo que pasa es que donde me crié, era tan chiquito que no había ni motel ni casas de citas (tenés prohibido reírte) o sea que funcionaba para todo: burdel y casa de citas a la vez (las parejas furtivas disponían de la amplitud de la naturaleza o del ingenio). Había un solo hotel respetable, de pocas habitaciones para los viajeros en pleno centro del pueblo. El primer «motel» del pueblo, se inauguró en los ’90 y en el fin de semana de su inauguración hubo un crimen pues un policía encontró a su mujer así que las parejas furtivas siguieron con el ingenio o la amplitud de la naturaleza.

  9. Que belleza en este relato que desprende aromas de sexo que encelan a una pobre gata. Me ha conmovido como describes esa casa de citas y la voz de la narradora que esconde sus propios anhelos. Enhorabuena. Un saludo

    • Concha: Muchas gracias por tu visita y el favor que me haces de darte el tiempo de leer este historia sencilla, después de haber estado en la ciudad histórica por excelencia.
      Un abrazo y gracias nuevamente.

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