Probé el patarashca la primera vez que vi a Aurelia. No recuerdo cómo iba vestida, pero sí recuerdo claramente su voz. Su voz maravillosa. Esa misma voz que escucho ahora tintineando en mis oídos, en esta celda lóbrega, en esta hora aciaga, donde espero para ser colgado, por ostentar un nombre que nunca fue mío. Ni los asesinatos ni las expropiaciones. Ni las violaciones ni los robos. Qué ironía. Sólo este detalle se me escapó de la manos. Como se escapó de mis manos, también, ese sentimiento caliente y dulce que me provocó Aurelia, desde que la vi, en el mercado, con su mantilla de alpaca y la sombrilla cubriéndole su tez siempre blanca, siempre libre de mancha, siempre hermosa, siempre Aurelia. Iba depositando con cuidado exquisito vegetales y especias en aquella cesta de juncos secos. Desde ese primer día, su presencia olió para mí como a sudado, un nombre más castizo para el patarashca, plato preparado con un trozo de pescado blanco, salteado con lo mejor que esta tierra misteriosa produce. Culantro y ají panca, chicha de jora, sal de mar y ajos. Todo mezclado, todo hervido, todo revuelto en la misma cacerola humeante de la vida, tal como lo estuvimos Aurelia y yo.
Su condición de casada nunca me importó. Creo que ya lo he dicho en esta memoria. Sólo su voz y sus caderas. Su risa musical. El olor de su piel era como el del mar, por eso el sabor del sudado me trae inmediatamente su memoria. Instruí a mis sirvientas que lo preparan mañana, tarde y noche. Estaba obsesionado con ella. Mientras más oro hacía, más me acercaba a Aurelia, mientras más cerca la tenía, más abundaban los espinazos y cabezas de pescado en el traspatio de mi casa.
Aquel caserón de grandes corredores, donde según contaban mis encomendados, había vivido el menor de los Pizarro, enterrando en el jardín fastuoso varios enemigos que silenció con su espada, era el hogar de la señora Aurelia de la Rivera y Godoy. Fue ahí donde yo mismo dejé malherido a su esposo, una noche sin luna, cuando la mala suerte nos hizo enfrentarnos cara a cara, al lado del estanque, a la vera del jardín. Mi acero toledano le quitó el respiro de una vez. No sufrió. Pobre infeliz, dijo Aurelia y me miró con deseo. Eso tenía ella. Deseo, deseo y más deseo. Cada poro de su piel era de un calor intoxicante y en las alturas de la ciudad elegida de los incas, me hacía perder el sentido, una y otra vez.
En mis viajes a Cartagena, trataba de borrar su recuerdo de mi mente, pero no lo conseguía. El bamboleo del barco, el sonido de las velas, el rechinar de las duelas, incluso los cabos de mesana flameando, me hacían recordarla. Estaba bien jodido, estaba bien embrujado y tal vez por eso pasé por alto tantas veces el detalle menor, pero no menos importante de mi nombre. Muñiz me dijo siempre que debía cuidar bien mis pasos, no dejar huella. El fraile se me presentó en sueños una noche, cuando acababa de llegar de vuelta al Cuzco y me indicó que mi suerte estaba echada. Que me alejara de esa mujer que me gobernaba el pensamiento y que me hacía gastar oro como si estuviera en guerra. Me reí del desgraciado en el mismo sueño y al levantarme y refrescar mi cabeza de la fiebre del verano macho que nos cubría de sopor, miré en la lejanía. Recordé sus palabras, sus advertencias. Agradecí sinceramente que me haya enseñado a leer y escribir, que me haya instruido en las maquinaciones de los de la Asunción, para llegar hasta este punto, pero no iba a aceptar que se metiera en mis pantalones y en mi bolsa, aunque parte de ella él había ayudado a llenar. ¡No, señor!. Yo ya era un don muy principal. Un ciudadano ilustre de esta tierra mágica y maldita que se llamaba Cuzco. Era don Joaquín Ruiz de Santa Cruz, amo de la única flota de comercio con el célebre puerto de Cartagena. Amigo personal del Virrey. Favorecido especial de Su Majestad. No me vengas fraile con cuentos de aparecidos ni con avisos demoniacos de fines de mundo. Todo era mío. Todo era gracias a mí.
Mandé, entonces, al discípulo del pintor del Virrey a hacer un retrato de mi persona. Ensorberbiado como estaba, era la máxima expresión de mi poderío. Iba a enseñarle al cura. Fue entonces cuando empecé a hablar conmigo mismo y fue entonces cuando Aurelia me rechazó, por primera vez, de su cama, porque había llegado con olor a pescado. La patarashca se me había metido por los poros y era signo inequívoco de mi éxito. Era.
Dos semanas después de aquello, todo habrá cambiado mi Aurelia. Llegaré aquí, sin mis botas de fino cuero y sin mi gola de seda. Aquí, a esta celda maldita. Apuntándote mis pensamientos en este trozo inmundo de papel, mientras escucho al tamboril redoblar tras mi sentencia. Te veré allí, hermosa mía. Colgarás luego mi retrato en tu salón, porque allí está todo lo que soy. Allí está la verdad. La única verdad.
Que bien me trasmite tu texto las sensaciones de un pobre condenado, la fiebre de la pasión, el olor a salmuera, las especias , la sangre y un plato de pescado. Muy bello. Un saludo
Concha: me alegra que te haya hecho viajar a través de las sensaciones de este hombre condenado a muerte, que aún al final de sus días, recuerda a aquella que le ha hecho perder el juicio.
Muchas gracias por pasar y un saludo para ti tambien. Nos leemos.
Querida chrieseli: Me reafirmo en la opinión que he manifestado aquí en varias ocasiones: tu universo literario es muy rico y singular. Casi siempre logras crear una ambigua relación entre los personajes y el mundo que los rodea. No es el único, desde luego, pero sí un aspecto de tu escritura que me interesa mucho.
Un fuerte abrazo.
Querido Luis: y otro para ti. La macicez de tus comentarios, la concienzuda lectura de mis textos y la gentileza en cada una de las palabras que escojes para definirlos, hacen que sean siempre motivo de profundo orgullo y alegría.
Muchos saludos y miles de gracias
Unas caderas, una voz y el mar; pueden hacer perder la cabeza al más osado aventurero. Estupendo relato lleno de aventuras que debemos completar con otras lecturas y con nuestra imaginación. saludos
Minicarver: Hay un refrán por acá que dice que «un par de buenas piernas tiran más que una yunta de bueyes» 🙂
Muchas gracias por tu comentario. Te invito a leer las precuelas a ver si te fascinas más con la historia de don Joaquín.
Un abrazo y gracias de nuevo.
Si que parece que necesita más. Me da la sensación de que no lo dejaste así sin una continuación.
¡Bravo chrieseli, esperando me dejas!
Piper: Trataremos de que la espera no sea tan larga. Con estos días de lluvia, algunos personajes se enfilan a sus campamentos de invierno y no me visitan hasta que escampa.
Nos leemos. Un abrazote y gracias por el apoyo y entusiasmo 😉
Qué bonito!!!! y no me canso de decirlo! ahí me anoto en cola para los próximos días las precuelas de este texto que me trajo imágenes medievales, de las de los más grandes directores eh! ( parte de imágenes de La Misión, por ej.) y como MX, me quedo con ganas de más, así que cruzaré los dedos, y llamaré con el pensamiento a tus personajes para que te cuenten al oído algo más, así podés pintarlo en tus palabras que embellecen la realidad. Un gran abrazo amiga!
Clau: siempre agradezco y me fascino con tu entusiasmo.
Muchas gracias por aquellas imágenes alucinantes de la Misión, una obra de arte en sí misma.
Como tú ya lo sabes mi querida amiga, que haya o no continuación, no depende enteramente de mí. Así que a concentrarse y a ver si te logras juntar con don Joaquín o con Aurelia. Ellos saben cómo ubicarme.
Un abrazo y miles de gracias por pasar.
Me gustó mucho y te cuento que me quedé con ganas de seguir leyendo, creo que no sería mala idea que a esta historia le pongas algunas fichas encima y la continúes. Le veo mucho potencial (desde la historia misma y de cómo la estás escribiendo), me recordó algunos folletines y algunos relatos de Pérez Reverte. Saludos!
MX: Wow. Vamos a tratar de que don Joaquín Ruiz de Santa Cruz tenga a bien darnos más señas de su vida.
Si te parece, y como le comentaba a Fanou, lee los anteriores, en esta misma bitácora, Gemelos, El Fraile, Su Nombre y Conquista.
No estarás hablando de Pérez Reverte el «padre» del Capitán Alatriste??? Andaaaaaá. Eso sería mucho honor.
Un abrazo y miles de gracias por tu apoyo y comentario 🙂
Fabuloso. No sé por qué me da la impresión de que muchos de tus relatos están relacionados, como cosidos con hilos invisibles. Ese cura del barco ¿es posible que ya lo escuchase hablar antes?
Fanou: qué gusto y qué honor tenerte por aquí. Tal como te has dado cuenta, muchos de mis relatos tienen antecedentes en esta misma bitácora. Lamento no entregarlos ordenadamente, pero no depende enteramente de mí. Y sí, este cura está presente antes.
Lee, en esta misma bitácora, si te parece Gemelos, El Fraile, Su Nombre y Conquista.
Un abrazo y gracias por pasar.
buenisimo, ya no tengo palabras (:
un abrazo.
Sombrerera: un agrado tenerte por aquí. Siempre hay palabras, al menos a este lado del espejo. Estoy segura que a tu lado también. He visto cosas muy hermosas por allá 🙂
Un abrazo para ti también y nos leemos.
Me ha gustado la manera de presentar el texto y la narración, que me ha llevado a otros tiempos. Estupenda mezcla de hoy y siempre, pues la pasión es eterna.
Salut
Micromios: Así es. Muchos tópicos que vienen a mis escritos son universales. Todo depende que quién me los cuente, para ubicarlos en el tiempo. Cada época tiene un sabor distinto, un lenguaje diferente, un aroma único.
Gracias por pasar. Un abrazo
Excelente relato, muy imaginativo, nunca habia pensado que el olor a pescado pudiese ser asociado a una mujer y hacerla parecer sensual e inovidable, esto de por si es fascinante.
Lucy: qué bella sorpresa ver tu comentario. Me encanta que te haya gustado esta entrada, que tiene algunas precuelas por ahi. Estos personajes son tan veleidosos, que muchas veces me cuentan demasiado y luego callan por tiempos que no puedo determinar. Aurelia olía al mar en una ciudad enclavada entre la sierra y la selva. Y sí, era fascinante, por eso don Joaquín perdió la chaveta (y la vida)
Un abrazo y miles de gracias por pasar.
Un estupendo retrato de mujer. Una mujer asociada al recuerdo de un plato de pescado, un amor truncado por un olor a pescado. Me ha encantado tus letras, como siempre, y la originalidad del relato.
Un abrazo muy fuerte,
Querida Anne: siempre tan aplicada, eres la primera en comentar. Te extrañamos todos nosotros (yo y mis personajes). Te agradezco el minuto que nos dispensas en medio de tus vacaciones en la mítica Normandía. Espero, como te comenté en otro medio, tus fotografías, para llenarme de inspiración con ellas.
Un abrazo y miles de gracias por pasar.