El Cachorro de Hombre

Apagó de un soplido, resignado pero firme, los dos cirios que velaban el ataúd de sus padres. Había sido una tragedia, decían todos y no se cansaban de acariciar sus cabellos y de besar sus mejillas. El pequeño estaba conmovido, pero una mezcla espesa y gruesa le taponaba los pensamientos, le impedía llorar y le daba a sus acciones un dejo automático y distante. Todos le miraban. Incluso sus dos hermanas, con los ojos arrasados por las lágrimas. Ellas se habían negado a comer, se habían negado a moverse de las sillas ubicadas al frente de los cajones de madera apenas cepillada, que contenían los cuerpos sin vida y se mantenían como cautivas en un sueño recurrente, que no las dejaba volver a este mundo. Los asistentes al sepelio depositaban ofrendas de dinero en sus faldas, como si fueran míticas imágenes consagradas al sufrir, ofrendas que ellas dejaban caer al suelo, exánimes sus manos, con una conciencia de conformidad tan abismante que parecían espectros, condenadas a una existencia de dolor.

Todos se habían dado cuenta de ello y sentían una profunda pena. Los pañuelos eran insuficientes para enjugar tantas lágrimas y aunque las visitas se había ido retirando con cuidado y con respeto, la casa entera era un total despelote, sólo el pequeño había tomado conciencia de la inmeditez de la vida y deambulaba prendiendo luces, armando camas, cortando panes, poniendo leños en la lumbre, cerrando las cortinas, estrechando manos piadosas que le daban un sentido pésame y recogiendo con suma discresión las monedas y los billetes que caían de las manos sin fuerza de sus hermanas. Algo le martillaba por dentro, algo que fue capaz de romper esa costra dura en la que se había convertido su corazón y que le gritaba, le estremecía, le abofeteaba con furia en una sola consigna: hay que seguir viviendo. Esto no se termina aquí. Esto era apenas el comienzo.

Escuchó esa sentencia por días, después de que todo se hubo decantado y el dinero se hubo terminado. Después que sus hermanas se recobraron del sopor y empezaron a probar una libertad que nunca antes había saboreado. Desaparecían de la casa, volvían días después y no les preocupaba en lo más mínimo el estado general del que alguna vez habían llamado hogar. Él era el único que trataba de mantener todo como estaba, pero sus suaves y tiernas espaldas eran demasiado pequeñas para una empresa como esta.

Todo se fue perdiendo, los cubiertos, los platos de porcelana, la ollas y los sartenes, los muebles del gran comedor, todo fue desapareciendo como si estuviera siendo succionado por una fuerza misteriosa que se los tragaba en los momentos en que nadie estaba en la casa. El chico estaba perplejo, desorientado, se sentía parte de un naufragio que había acontecido sin previo aviso, ajustando las jarcias de un barco que se hundía irremediablemente. Estaba solo, acosado por el miedo, la soledad y el frío. Sus hermanas… brillaban por su ausencia.

La maestra se dio cuenta de sus faltas y trató de hacer algo al respecto. Averiguó con sus compañeros dónde vivía y fue a verle. El bultito sentado frente a la lumbre apagada, le conmovió más de lo que hubiera esperado. Se arrodilló junto a él, le secó las lágrimas saladas, limpió su carita sucia y le tomó de la mano, lo invitaba esa noche a su hogar, a un plato de sopa caliente, a una bañera con agua limpia y a una cama, para honrar los recuerdos de lo que alguna vez el chico consideró como hogar y que se empecinaba en mantener a flote, aún en esas condiciones.

Al día siguiente le acompañó al Ayuntamiento. Intentó explicar su historia al alcalde, pero el chico abogó por sí mismo. Quería estudiar, dijo con la voz de un titán, quería ser un hombre de bien, tener una familia, un trabajo decente y un lugar donde llegar, a estirar sus piernas cansadas, después de la jornada laboral. En sus hermanas ya no podía confiar ni contar. Habían decidido vivir sus vidas de una manera absurda de acuerdo a su párvulo entendimiento. Él quería cuidarlas a ellas, eran parte de su familia.  Ellas no querían ser cuidadas por nadie, sentenció.

El chico tomó asiento y respiró contraído. El alcalde y la maestra se quedaron de una pieza. El hombre llamó a su secretaria y al oído le entregó una instrucción. Les pidió que esperaran en la antesala, donde los viejos asientos de cuero color café perfumaban todo el cuarto. Estrechó la mano mínima y flaca del pequeño y enjugó una lágrima. Llegó a su casa para el almuerzo y fue ahi donde me contó esta historia. El pequeño cachorro de hombre, como lo bautizó con emoción, se había ganado su apoyo incondicional.  El ayuntamiento le proveería de una pensión, que se decidió llamar beca, para no ofender el alma valiente de este pequeño y la maestra sería la encargada de proveer casa, comida y abrigo. Lo que quedaba de su vivienda sería adquirida por el pueblo, a un precio justo y razonable, dinero que luego sería depositado en una cuenta a nombre del chico, para que pudiese retirarla cuando fuera mayor de edad.  Estaba emocionado, lo recuerdo bien. Tenía la silueta del niño dibujada en su mente.  Sus palabras, su valor lo conmovían. Ahora, dijo, antes de soltar el llanto, ese niño podrá iniciar su camino en esta vida. Ahora, podrá hacerlo con confianza y sin temor, dijo en tono de discurso. Tiritó su voz en la última palabra y tuve que alcanzarle un paño de cocina. El pequeño Cachorro de Hombre ahora estaba a salvo. Mezcla de emoción y alegría eran esas lágrimas. Yo lo sabía de antemano, pero no dije nada para no arruinar el momento.

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15 comentarios en “El Cachorro de Hombre

  1. Tuvo suerte. Mucha suerte, la misma que otros muchos necesitarían para salir del pozo negro que son sus vidas. Le sonrió la vida y aprovechó esas cosas que suceden de tanto en tanto. Un texto estremecedor contado por una ágil pluma y una voz, abanderada de los olvidados.
    Mis felicitaciones, mi querida amiga.

    • Piper: Eres muy gentil con mis historias. Afortunamente, como tú haces hincapié, le sonrió la vida y aprovechó esas cosas que suceden de tanto en tanto. Más a menudo podría darse el fenómeno. Sería un poco distinto todo.
      Muchas gracias por tu entusiasmo y felicitaciones. Un abrazote

  2. Que relato tan triste y emotivo, triste por presentarnos a este niño vapuleado por la tragedia, emotivo por el despertar que supone la acogida de estas buenas gentes. Un saludo

  3. Al leer esta historia se han mezclado en mí dos sensaciones aparentemente contrapuestas: la del niño que crece de repente y siente la necesidad de «echar p’alante» en la vida a costa de lo que sea, consciente de la realidad que le toca vivir, y la de dos espíritus caritativos que parecen ajenos a la realidad de nuestros días, cuando el egoísmo está ganándole la batalla a los buenos sentimientos.
    Curiosamente, el relato ha configurado en mi mente la imagen de un reloj de arena, que se estrecha en su mitad para dejar caer lentamente en la de abajo las esperanzas.
    Muy bello, enternecedor, casi irreal en una sociedad como la nuestra…, pero posible (como cualquier llamada al optimismo).

    • Albert: tus comentarios se me están haciendo una bonita costumbre. Muchas gracias.
      Esperanza es el segundo nombre de esta patria flaca y contrastante llamada Chile. De ella nos alimentamos, en ella creemos firmemente más que en nada desde los albores de nuestra historia y afortunadamente, como en este relato, algunas veces sí escucha y deja ver su mano ejerciendo cambios en el destino de algunos.
      Me ha fascinado tu comparación con el reloj de arena. Creo que te robaré esa metáfora en alguna historia más adelante.
      Un gran abrazo y gracias de nuevo por tu visita.

  4. Conmovedora historia que te aprieta el corazon y te conmina a seguir paso a paso el hilo triste que se convierte en un final feliz.
    Cada dia avanzas mas.

    • Sombrerera: las gracias son para ti, siempre, por los susurros, por la energía, por la contundencia de tus palabras, por este regalo y por los que vendrán. Un abrazo, con el cariño que te has ganado sobradamente

  5. Emoción que me llega hasta mí ahora, con lágrimas amenazando y una extraña sensación de orgullo ajeno…orgullo de compartir la misma especie que esa clase de criaturas con un coraje a toda prueba, imponiendo dignidad aún en las peores condiciones…y cuánto desearía que abundaran más esas maestras y esos alcaldes…por eso trato siempre de cuidar mucho a los que conozco con esa estirpe. Un abrazo amiga, felicitaciones por otra historia, de esas que te «barren las patas» y te dejan felizmente conmovida y meditabunda…

    • Querida Clau: Basada en hechos reales, esta bella historia llegó a mis oídos un día de invierno, a la luz de la chimenea y acompañada de bocadillos dulces.
      Este cachorro es ahora un hombre hecho y derecho que tuvo la valentía de abogar por su propia superación. Un espíritu valiente, que como tú bien lo enuncias merece toda la pena de ser cuidado. Desarma su coraje y así ¿quién no se conmueve?. Historias como esta deberíamos ver en cada niño abandonado, no esperar que golpeen nuestra puerta, para anunciarnos con «voz de titán» que son personas que merecen una oportunidad. Un grano de arena que mueve a otro. Como la vida.
      Un abrazote querida y miles de gracias siempre por pasar.

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