Recuerdo la expresión de tu cara Cholita cuando te avisaron que el Tata había muerto. No pediste muchos detalles porque yo estaba presente. Registraste nerviosa tu cartera y me pediste que fuera a buscar a mamá. Seguro para deshacerte de mis ojitos inquisidores y mis manos nerviosas que recogieron los papeles que se habían caído, mientras sacabas dinero de tu bolso.
Quedé a la deriva, preguntándome quién rayos era realmente el Tata y por qué no habían lágrimas en tus ojos cuando te anunciaron la fatalidad. Yo lo había visto una sola vez en mi vida. Sus ojos amarillentos y su piel blanca, curtida por tanto verano a la intemperie, pasado a chicha con harina tostada, achispado todavia por la borrachera de la noche anterior. Su barba roja como el sol de ese invierno, que descongelaba lento todo, afuera de su rancha destartalada, vestigio último de la apoteósica fortuna que alguna vez tuvo su familia. Así me habían contado que era la cosa, pero mucho después del funeral, al que acudiste sin emoción, me contaste la verdadera historia.
El Tata era tu primo hermano. Eso yo ya lo sabía Cholita, pero te encargaste de hacérmelo notar. Primo hermano en la salud y en la enfermedad, como rezaba el curita en los matrimonios, al que fuiste porque ya te llevaba el tren y para no contravenir la decisión de tu tío Alamiro, quien te amenazó con las penas del infierno si no le aceptabas al gallardo mocetón, al mejor de sus hijos, al más capaz, al más borracho y al más mujeriego de todos ellos. El matrimonio anduvo como las reverendas desde el primer día, cuando el novio, con la boca caliente por la humilde mistela de la boda, se mandó a cambiar con sus hermanos, a la casa de putas de la vieja Amelia, detrás de la línea del tren, a quince kilómetros de su casa.
Partimos mal, dijiste con mucha dignidad, pero la palabra ya estaba empeñada, la libreta estaba impresa y no quedaba nada más que hacer que lo que habías hecho desde que tu madre abandonó este mundo; trabajar. Hizo el favor de curar las pestes y nadie la había curado a ella, me decías y se te grabó a fuego el recuerdo de su muerte. El Tata era un bruto que no entendía de esas cosas, sólo le bastaba con que la suegra estaba bien muerta, así no tenía quién le pusiera las peras a cuatro por sus constantes escapadas. Eso tú no me lo dijiste nunca, pero yo lo entiendo ahora, después de que han pasado los años y conozco un poco más a las personas.
Mamá nació un día en que el verano aún no se retiraba de los campos y esa sola emoción llenó tu vida por completo. Eso lo sé Cholita, no hace falta que me lo digas. Se nota en tu mirar, incluso hoy, después de cincuenta años de ese día. Limpias una lágrima porfiada que se escapa de tus ojos cansados y acaricio tus manos suavecitas. Te quiero mucho, atino a decirte, para darte algo de conformidad. Imagino que los recuerdos aciagos inundan ahora tu mente, pero no quieres decir nada. Has sido fuerte como una roca, incansable y determinada. Así has sido Cholita. Si quieres caliento el agua para que nos tomemos un té de manzanilla, digo. Tal vez se te alegra el corazón. Asientes con la cabeza y enjugas tus ojos una vez más.
No hace mucho, juntando los recuerdos y las dudas, los chismes y los acontecimientos, caí en cuenta que el Tata no se había muerto porque el Señor lo había querido acoger en su reino, sino que lo despacharon unos coterráneos que le dieron más de la cuenta. El día que te contaron la noticia, la tía Juana llevaba un escapulario de la Vírgen de Pompeya. Te pidió plata para comprar la urna, porque el Tata no tenía un veinte en sus bolsillos, vaciados completamente antes de que le cosieran las puñaladas y le desinflaran los chichones. Lo botó el caballo, le dijiste a mamá, pero si algo tenía el Tata a su haber, era la fidelidad de su manco. Por años en la familia, los caballos habían sido más importantes que las propias mujeres. Se podía morir un hijo, pero no un corcel. Eso sí que no. Era motivo de desgracia, de atrinque duro a los mozos de las cuadras y de llanto contenido en las borracheras, cuando la lengua se tornaba floja y las manos menos diestras en arrojar los naipes a la mesa. Eso no me lo dijiste nunca, Cholita. Eso lo contaba mamá, cuando añoraba sus tardes de verano, cabalgando su yegua favorita. La más mansita para la niña, decía su abuelo Alamiro. Sí, el mismo que te obligó a casarte con el Tata. Todo lo tengo en mi memoria, como si yo misma lo hubiera vivido.
Te pregunto si sabes que al Tata lo asesinaron y asientes. Ya lo sabías de antes y nunca quisiste decir nada. Te lo confirmó Martín, un día que llegó con un atado de menta y una pierna de cordero. Tú ya sabías todo lo que él te contó. La querida del Tata, la india, como la llamó Martín, causó desgracias desde que entró a la casa por la puerta de adelante. Nunca debiste irte Cholita, dijo con pena. Mi hermano estaría vivo todavía. Negaste con la cabeza el recuerdo y la posibilidad y ahora me miras fijamente al decir: nunca te cases con un hombre flojo, es la peor desgracia.
Fue el Tata una desgracia, me pregunto y analizo lentamente cada recuerdo, cada frase, cada inflexión de tu voz. ¿Quieres otra taza de manzanilla, Cholita? te digo para no enfrentarme con la verdad. A veces es mejor pasarla por alto, hacer como lo hiciste tú, evadirte, cansarte trabajando, no pensar en nada y llegar así al final del día. Dormir en noches sin sueños. Eso nada más es lo que queda, cuando los recuerdos se hacen patentes y molestosos. Aferrarte a los buenos y masticar lentamente los otros. Lo sé, porque los tengo en mi memoria, como si yo misma los hubiera vivido.
Yo sabia de matrimonios que habian partido mal, pero este se pasó, peor que el que yo tuve alguna vez, pero el relato muy bueno, como de costumbre.-
Weaber: un abrazo siempre y siempre gracias por tus visitas.
Me vuelves a impresionar con este relato de una tierra lejana. Cuanta fuerza alcanza esta narradorra tuya, que bien identificas su lenguaje, que bien nos presenta un crimen como tantos otros sin castigo. Sentimientos y dolor en el fondo del alma. Un saludo
Concha: la vida está hecha de estos dos extremos. Sentimientos y dolor. Una simbiosis que empieza donde termina la otra. Situaciones como la que narro no son ajenas y no son aisladas en muchas partes de este continente. Una historia común, un pasado que nos une. Un lenguaje con matices locales que sitúa al lector en el escenario y afortunadamente, para mí, logra su cometido.
Un gran abrazo y mil gracias por pasar.
Entre Faulkner y Onneti (No miré si los escribí bien) Ambos crearon mundos y aparte, ambos acentuaron sus cualidades a través de los personajes que surgían en sus cuentos, personajes que sin saberlo ellos te decoraban el escenario con la época, quienes con los detalles más nimios te decían tanto de todo.
Tu necesitas recibir una postal de Macondo. Será eso posiblemente.
Un abrazote y muchos besotes.
Eduard: con tus increíbles capacidades como ilustrador, podría venir de tu puerta aquella postal.
Tantos personajes, que como bien lo enuncias, con sólo su presencia dan cuenta de un tiempo y lo dan cuenta con lujo y detalle.
Otro abrazote y mil gracias siempre.
Me gustan tus historias de mujeres. Suelen ser fuertes y sufridas, como la misma tierra que las amamanta. Se te da de lujo retratarlas consiguiendo que se hagan tan reales como la vida misma.
Su fuerza es la de todas aquellas que quedaron en el anonimato.
Un cariñoso besote, Chrieseli.
Piper: y a mí me han fascinado las tuyas. Tenemos ese don las mujeres, modestia aparte, de la versatilidad. Tanta y tan variada que faltaría pintura y tinta en este mundo para retratarnos de cuerpo entero a todas y cada una de nosotras.
Un abrazote y miles de gracias siempre por pasar.
La dignidad de la mujer. Ese es el principal mensaje de este gran relato. Ya necesitaba volver a leer tus textos después de mi ausencia por vacaciones. Y la reentrada no puede ser mejor. Gracias.
Un abrazo.
Ernesto: siempre una bella sorpresa tu comentario. Muy bienvenido de vuelta. Estás en tu casa. Las gracias te las doy yo a ti por tus amables palabras.
Un abrazote y que se repita la visita 🙂
Por cierto; el Tata merece un relato no crees?
Minicarver: no es una mala idea. Vamos a ver qué me dice.
Un abrazo 😉
Excelente retrato del silencio de una mujer, que ante lo inevitable de su destino, escoge la dignidad como bandera de su vida. Poco a poco otra mujer descubre para nosotros el verdadero carácter de Cholita y la madera de que está hecha. Mujer de campo, de fuerte carácter y gran corazón. Como siempre un gran manejo de la descripción y de una prosa muy singular y propia, que nos muestra un habla popular campirana. saludos
Minicarver: me alegra que te haya gustado. Veo, por la amplitud de tu comentario, que lo leíste atenta y concienzudamente. Te agradezco enormemente ese esfuerzo y las amables palabras.
Un abrazo y miles de gracias
El lenguaje se convierte en tus relatos en el mejor aliado de una serie de sentimientos encontrados que tú, estimada chrieseli, logras transmitir siempre al lector.
Un fuerte abrazo.
Querido Luis: y tú siempre logras darme tantos ánimos, logras darme tanta fe y conferir tanto honor a mis escritos, que sólo me queda decirte MILES DE GRACIAS.
Un abrazo de vuelta
Que tristeza en el silencio de Cholita y en sus palabras tan secantes y su reaccion hacia la noticia era muy merecida.
Muy interesante, un abrazo como de costumbre.
Sombrerera: así es el silencio de la vida, de los lugares a los que ya no vale la pena explorar, a las situaciones que no valen la pena de cambiar. Destruye más la palabra dicha que aquella rumiada con calma en la quietud de los años.
Un abrazo también para ti 😉
Lo más triste de todo es que Cholita sabía lo que le esperaba y no pudo huir de su destino, solo sobrellevarlo dignamente, y sobrellevar una vida así con dignidad, es toda una hazaña. Chieseli, realmente bordas estos retratos de mujeres, llevan tu sello.
Un abrazo,
Anne: realmente te extrañaba en mi bitácora. Siempre tus comentarios son tan concienzudos. Eres muy aplicada y te lo agradezco en el corazón. Ves exactamente aquella arista escondida en la esquina del relato que le da peso a toda la historia y honor al personaje.
Un abrazo para ti también y muchas gracias
Sólo se me venía una frase a la cabeza mientras leía tu relato:…»Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio».
Triste historia, muy, muy de las raíces de estas tierras de mujeres sobrevivientes. Felicitaciones y un abrazote.
PD: qué prolífica de historias que andás!! (eso me entusiasma!)
Clau: me ha gustado tu refrán, por lo suscinto y lo potente de su afirmación. Así es, una historia triste que a fuerza de tanto masticarla, se fue tragando hasta transformarse en sólo un mal recuerdo.
Un gran abrazo y miles de gracias siempre por tu entusiasmo :). Dale, que si yo puedo….
Interesante relato, nos envuelve poco a poco en el drama oculto de toda una vida, pero que la mirada y ademanes de Cholita lo gritan en silencio, y por supuesto el Tata merecia eso y mucho mas. . ..Muy bien descrito.
Lucy: tus visitas se me están haciendo familiares y muy queridas. Muchas gracias por eso y por tus amables palabras.
Un abrazo