Tuvo mucho tiempo para pensarlo. Casi demasiado. Registró sus bolsillos en un gesto involuntario y recordó. Las últimas monedas las había depositado en las manitos de Emilio y aún le partía el corazón su carita confundida. Es necesario este dolor, es necesaria esta partida, se repitió en el trayecto hasta el puerto. Se quedó el día entero mirando los barcos. Logró una comida caliente, ayudando a la tripulación de una vieja barcaza a deshacerse de su carga. Vió como el día iba avanzando. Escuchó historias. Repitió frases. Memorizó descripciones. Guardó en su mente cada instante de este día. Hasta que la bruma se dejó caer.
Nunca había recordado sus sueños. Pensaba no poder recordarlos nunca. No esperaba nada de este viaje. Un sentimiento de profunda desazón le invadió. Se rindió sin haber empezado. La carita de Emilio vino nuevamente a su cabeza. Avanzó por la orilla. Se metió en el agua. Nadó algunos metros. La bahía estaba cubierta de neblina. Los barcos se mecían en fantasmales imagenes, flameando sus velas, azotando sus cabos. Buscó con cuidado el mascarón. Le costaba el braceo. Anhelaba un cigarrillo. La carita de Emilio se le repetía en cada reflejo, en cada gota de agua que golpeaba su cara.
Allí estaba el barco y el hombre le ayudó a subir. Le advirtió que no podía hacer ningún movimiento. Que no podía decir nada. Que era su pobre pellejo el que estaba en juego. No habría clemencia si lo descubrían. No lo conocía, le dijo. Le dijo también que habían ratas enormes y si tenía suerte, podría comer alguna vez. Que se olvidara de hablar, que se olvidara de que era un ser humano. Que se olvidara de todo.
La bruma espesó. La bahía apenas se divisaba desde lo alto de la colina. Esteban Santa María había sellado su destino. Se acomodó como pudo en el escaso hueco entre los barriles con agua y las vigas de suplemento. Iban a pasar cuarenta días con sus noches. Noches que iban a ser días. Días que iban a ser noches. Apretó las tripas y el corazón. Zarpaban al despuntar el alba. Estaba preparado.
Querida Chrieseli: Sólo decirte que este espléndido relato me ha gustado sobremanera… Ah, y de paso desearte que disfrutes al máximo las fiestas patrias, pero siempre con moderación. 🙂
Un fuerte abrazo.
Querido Luis: muchas gracias siempre por tus amables palabras. Estuviste en la regata del Bicentenario? Ya me contarás. Un gran abrazo.
Desde luego que sabes crear «atmósferas». Estupendo relato.
Zambullida: qué alegría verte por estos lados y de vuelta en tu blog. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo
El deseo constante del hombre de «hacerse a la mar» como una aventura perpetua que se persigue. Esteban Santa María es el Ulises que todos llevamos dentro. Un texto que nos deja con el deseo de saber más de la travesía. saludos
Minicarver: Me ha gustado tu metáfora, comparar a mi querido Esteban con Ulises. Este personaje guarda miles de historias. De su mano se desencadenarán situaciones que traspasarán incluso las barreras del tiempo.
Mil gracias siempre por tus amables comentarios.
Como Micromios, pienso que los relatos que escribes con el mar tienen un aura especial y te quedan perfectos. Ya veremos como se forja el destino de ese polizón…
Saludos!
MX: siga los tags mi querido amigo, que el destino ya está escrito en estas páginas. Esteban Santa María tiene una carga dramática mucho mayor a la locura intrínsica de su decisión. Verás.
Un abrazo y gracias por leerme
Solo decirte que estoy encantada que mi fotografía te haya inspirado un relato tan hondo.
Un abrazo,
Querida Anne: y yo estoy encantada del efecto que me producen tus instantáneas. Si no te molesta, seguiré «robándote» más.
Un abrazo y mil gracias, siempre.
A diferencia de Claudia, a mí si me abruman un poco. O me desazonan, aunque suene peor, posiblemente la palabra sea más apropiada. Estoy de acuerdo con Micromios e lo bien que te queda el agua, la sal, la niebla, los cascos, las velas y las anclas. Tales para cual. Preciosa historia. Bueno, la historia no es preciosa en realidad, pero tú haces que lo sea, manitos de hada.
M: Eres muy indulgente conmigo. Te agradezco los cumplidos y la visita inesperada y gratificante.
Un abrazote
Este fragmento me recuerda otros. Tus relatos me gustan pero los que escribes sobre el mar me parecen espléndidos Ya a dije que mi abuelo iba en un barco y no puedo evitar recordar como nos afectaban a todos sus largas ausencias por el mar.
la angustia de la incertidumbre mientras se hace uno a la mar y la alegria de la vuelta son indescriptibles a menos que alguien como tu les de vida.
Salut
Micromios: esta historia está ligada con otras, de hecho. Si me haces el favor de seguir los tags te darás cuenta.
La angustia de cruzar el mundo por una posibilidad incierta es de las sensaciones más complejas que creo que existen. Este continente está lleno de personas que albergaron esos sentimientos en muchos minutos de la historia.
Un abrazo y gracias por pasar a visitarme.
es el principio de una novela de aventuras. me encantó. no te animás a seguirlo?
un abrazo,
G: este relato está repartido en varias partes de este blog. Si te animas a descubrirlo, leerlo y me cuentas tus impresiones, sería un honor para mí. Un abrazo y muchas gracias por el apoyo y las visitas.
Siempre que una historia tuya es dramática o dolorosa, encuentro que el hilo de tu relato conserva la calma del detalle. No me siento abrumada por la tragedia, sino que me despierta solidaridad y compasión sin perder belleza («La secreta belleza de lo triste» decía un poeta por acá).
Un fuerte, fuerte abrazo amiga!!
Clau: me dejas perpleja con tu comentario. Es algo que no lo hago a propósito. Tal vez sea que mi naturaleza descansa en la calma del detalle cuando me enfrento a circunstancias difíciles. Es posible. Todos los relatos tienen mucho de uno mismo. Usted, amiga mía, lo sabe de sobra.
Un abrazo y mil gracias por pasar 😉
¡Y no es chiste! eso pasa. Hay cascarones flotantes en aguas internacionales en que los «operarios» son esclavizados, y si se hunden, nadie supo quienes ni sus circunstancias.
Saludos
Ale: siempre me sorprenden tus visitas. Tienes razón en tu observación, aunque te aclaro que no es el caso, en esta historia, pero el que viaja de polizón se arriesga a desaparecer de la faz de la tierra sin pena ni gloria.
Muchas gracias por tu visita. Saludos
Cuanto dramatismo en esta huida hacia un destino incierto escondido en una bodega desconocida. Relatas muy bien los temores que se apoderan de este pobre hombre obligado a esconderse por las circunstancias. Y la foto bellisima. Un saludo
Concha: creo que partir a la aventura, independiente de las circunstancias, a un destino incierto, es de las cosas más valientes y más locas que un ser humano puede hacer. El temor y la autoconformidad creo que son esenciales, para no perder la chaveta en la travesía.
Hermosa fotografía, gentileza de nuestra querida Anne. Tienen esa capacidad sus instantáneas. Me inspiran. Esta no es la primera.
Un abrazo y mil gracias por pasar