Soy Cantinera

No voy a decir tu nombre, porque en el fragor de la batalla ese detalle siempre dio lo mismo. Voy a contar tu historia y tus pesares, mi viudita, para que el recuerdo no se lo lleve el viento de la pampa, ese que levantaba las arenas, se metía en los ojos y no dejaba ver el pabellón patrio. Ese viento no se llevará lejos tu recuerdo, mi viudita. No se lo llevará.

Te metiste en el regimiento, escondiendo tu condición. El cabello cortado al rape, los senos apretados entre vendas, que usarías luego para curar. Poca plática, mucha resistencia. Empuñando la balloneta, partiste con el 3ero y cambiaste los verdores del campo, los olores del puerto por la pampa seca, el viento y las privaciones de esta guerra. Hubieron algunas más que decidieron seguir el mismo camino. Todas se desempeñaron en la trastienda, lavanderas, enfermeras, cocineras y soldados. Los generales decidieron darles un nombre de respeto y reconocer su condición. Ahí te cambiaste la guerrera, pero seguiste cargando el mismo fusil.

Marchabas con el 3ero, avanzando, avanzando. Pisagua, Dolores, Arica. Sufriendo lo insufrible, nombrando lo innombrable.  Prisionera. Forzada. Degradada. Liberada. No fue bastante mi viudita y seguiste. Chorrillos, Miraflores, Lima. Entraste victoriosa. Cocinaste empanadas en las alturas de la sierra. Curaste piernas y brazos mutilados en el desorden y la mugre de los hospitales de campaña. No habían galones de premio para esos soldados. Sólo tu presencia, mi viudita, con tacitas de agua para aplacar la sequedad de los labios y la fiebre quebrantadora de las grandes infecciones. No habían galones de premio para esos soldados, sólo tus canciones, sólo tus manos encallecidas acariciando sus frentes. Sólo tus palabras mansas prometiendo una oración, cuando ya se han ido. Sólo tú, mi viudita.

Se terminó el zafarrancho como siempre se terminan todas las guerras. Bajaste con el 3ero de vuelta a la patria querida y luego de los desfiles de rigor, vino el olvido del pueblo, que te olvidó a ti también. Una pensión de pocos pesos apenas honraba todos tus afanes. Las cicatrices que quedaron en tu carne, te empezaron a pasar la cuenta. Me enterraste a mí, sin ceremonia y sin dolor. Como yo hubiera querido. Me velaste apenas una noche y estuvo bien. Me sepultaste con la insignia del 3ero y estuvo bien. Te quedaste aquí mi viudita, hilando en la rueca, lavando ajeno, tratando de vivir. 

El pabellón se alzaba alto por los grandes edificios. Ya nadie recordaba la guerra, los caídos, los mutilados, los enfermos. Ya nadie recordaba a las que, como tú, habían dado luz de esperanza a las tropas, una jarra con agua, una venda limpia, una caricia piadosa entre la pólvora y la tierra roja del desierto. El pabellón estaba muy alto ahora, mi viudita. Tan alto que ya no podías enarbolarlo orgullosa, como en las afueras de Dolores.  Ya no.

Es crudo este invierno. Silba el viento, como cuando subimos el morro. Pero entonces había sol o era como si lo hubiese. Se escuchaban los gritos, se veían los ojos aguardentosos y negros, llenos con la pólvora de los fusiles. Tú ibas detrás mi viudita, con la balloneta en alto, la cantimplora llena, la guerrera bien abotonada, digna, valiente. Siempre valiente.

Escucho el ruido seco que viene de tu pecho. No eres la primera que termina de esta forma. Tal vez tanta arena de ese desierto maldito lijó los pulmones de todos y con los años, ya no te queda nada. Nada pude darte, sólo trabajos y recuerdos. Aquí te espero mi viudita, susurro ahora en tu oído bueno. La señorita de hospital te abre la camisa y escucha. ¿Qué hace usted señora? pregunta sin prisa. Aprietas entre tus manos los galones que prendió en tu uniforme el general Baquedano, una mañana de mayo, tanto tiempo atrás. Escuchas el silbido del viento, te estremeces con el frío que se cuela por la puerta abierta del hospital, esa por donde entran los pobres. La miras fijo, levantas el pecho y le dices con el orgullo del deber cumplido: soy cantinera y a mucha honra.

N de la R: La historia apenas recuerda a las mujeres que formaron parte del ejército chileno en la Guerra del Pacífico. Muchas de ellas vivieron y terminaron sus días en la indigencia y el completo olvido de la nueva nación, que se formó después de este conflicto. Mi homenaje muy sentido a valientes como: Candelaria Pérez, Filomena Valenzuela, Irene Morales, Carmen Vilches, María Quiteria Ramirez, Leonor Solar, Rosa Ramírez y Susana Montenegro. No las olvidemos nunca.
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22 comentarios en “Soy Cantinera

  1. HERMOSA LECCIÓN DE HEROÍSMO.Una vez más las mujeres no dan lecciones de vida, aún después de que la muerte, de un negro lenguetazo ,las arroje fuera de la vida.Ellas,lucharon ,murieron ,fueron violadas ,asesinadas,torturadas, quemadas y descuartizadas ,como lo hicieron las indiadas cholo-serranas en la Concepción, y aún pasearon sus bebés ensartados en sus lanzas,con risas y bailes. En Tarapacá, Susana Montenegro, fue violada por cientos de cholos, y luego, la atravesaron con un sable, que se lo introdujeron por la vagina y salió por el pecho.Luego, la tropa de cholos ,remató a los heridos chilenos, y l los amontonaron en la casa que era la enfermería, muchos aún vivos, y los quemaron.Cuando llegaron los chilenos, mientras los cholos huían por la sierra,los muros estaban llenos de cenizas humanas ,hasta la mitad de la altura de los muros.A partir de allí ,la guerra fue a muerte. Vimos que estos indios y cholos serranos, bolivianos y peruanos ,eran los mismos de la guerra de Arauco , se les aplicó las normas de esa guerra, sea EL REPASE OBLIGATORIO A HERIDOS ,PRISIONEROS Y RENDIDOS.y ASÍ SE HIZO TODO EL CONFLICTO, HASTA HOY.

  2. Te felicito por lo escrito. Te aviso que he tomado tu texto para traspasarlo en un libro que escribo acerca de la Guerra del Pacífico, en el cual, y en una de sus partes, hago mención a la mujer y su rol durante la guerra.
    Expresaste de excelente forma el viaje de ida y regreso de la mujer que seguía a su hombre o que quería ayudar a los soldados, entregándoles ese apoyo y cariño tan esquivo en momentos de tanta acción, en que no se sabe si quedarás vivo para contar lo sucedido.
    Gracias por este viaje al pasado y recuerdos de la guerra.

    • Manuel: muchas gracias por la visita. Me gustaría que una vez que terminaras tu texto me hicieras llegar una copia. Por favor, recuerda mencionar la fuente, tal como indica mi licencia.
      Llegué por casualidad a la biografía de Irene Morales y de ahi fueron apareciendo las historias del resto. De algunas hay más documentación, otras se pierden irremediablemente.
      Este texto es un popurri de todas ellas. Me alegra que te haya gustado tanto como para considerarlo en tu libro.
      Gracias a ti

    • Zambullida: muchas gracias por tu visita y comentario. Me alegra que te haya parecido interesante este tópico, sobre las mujeres valientes que participaron en la guerra del Pacífico.
      Un abrazo y gracias nuevamente.

  3. Por todas las guerras de este mundo, las mujeres de coraje, que entregaron sus vidas a la par de los hombres han sido ignoradas en los reconocimientos…bienvenida tu historia que se une a todas las que tratan de hacer justicia rescatandolas del olvido. Rescatándolas en este caso con tu propio sello en las palabras. Un fuerte, abrazo amiga!!

  4. La anécdota tiene un recurso literario de grandes vuelos, me parece a mi. Narras con la voz del hombre que espera a su mujer, a su compañera, la cantinera. Desde esa voz sabemos lo que significó la vida de esa mujer. Excelente. En México eran las soldaderas. saludos

    • Minicarver: La anécdota, creo, es la madre de la historia. El hombre que le agradece a su compañera el esfuerzo de la guerra y el esfuerzo de la vida y trata de liberarla, desde el más allá, para terminar con el sufrir.
      Muchas hay como esta cantinera, en la historia de nuestra américa. Después de leer el artículo que me inspiró este homenaje, llegué por los azares de internet a las soldaderas mexicanas. Bravas hijas de la revolución, que viajaban en los trenes con sus municiones en bandolera, sus trenzas negras y sus faldones de colores. Creo que indepedendiente de la política que hay detrás de cada guerra, en el frente de batalla se lucha por el que está al lado tuyo, por la camadería de la tropa, por el sueño que se acuna en las noches de fogatas, compartiendo el «rancho», se lucha por permanecer otro día vivo.
      Un abrazo y gracias por pasar.

  5. hermoso, tere. esa forma tan tuya de contar es perfecta para rescatar del olvido a estas mujeres bravas y estoicas que se merecieron mas de lo que la vida les termino dando.
    me hiciste emocionar.
    un abrazo,

    • G: te agradezco tus palabras. Soy una convencida que no pueden quedar en el olvido. Independiente de las causas y consecuencias de esta guerra, el hecho que hayan partido al desierto, que hayan asumido la carga atroz de estar en la trastienda de una tropa, lavando y remendando uniformes, cocinando en precarias condiciones, atendiendo enfermos, cargando agua y dando de beber a los soldados, empuñando corvos y ballonetas. Uff todo aquello para terminar en la indigencia, en el olvido más absoluto. Si vive Dios, no podemos olvidarlas.
      Un bello regalo que me das, cuando dices que te has emocionado. Mil gracias por eso.
      Un abrazo

    • Querida Anne: asi somos por este lado. Somos digo, aunque no sé si hubiera podido seguir al ejército de Chile, cambiando mis ríos y lagos, mi bosque siempre verde por la sierra andina, seca, dura, primigenia, a la siga de una bandera. Quien sabe.
      Un abrazo y mil gracias por pasar.

  6. Hoy doble satisfacción, a la maestría de tu forma de narrar se une, y personalmente me emociona y conmueve, el tema que desarrollas. Un merecido homenaje a esas mujeres que lo dieron todo y finalmente, quedaron en el olvido. Hasta ahota que, con tus palabras, nos las das a conocer y las reivindicas.

    Un abrazo y gracias por este artículo.

    • Ernesto: muchas gracias por tus palabras, sobretodo cuando me cuentas que te has emocionado con esta historia. Por ahi he comentado antes que ese es el premio mayor para esta contadora de historia. Lograr traspasar la emoción a los amables que se hacen el tiempo de leerme.
      Un abrazo y las gracias a ti por tu comentario.

  7. Estupenda reivindicación, sentida y estupendamente narrada. En todas partes hay mujeres que lucharon con igual o más valentía que los hombres y que no tienen el reconocimiento que se merecen. Vaya este relato en compensación.
    Salut

    • Micromios: qué bonita sorpresa tu visita. Tienes razón, en todas partes, en todos los conflictos y en todas las eras hay mujeres que lucharon con tanta o más valentía que los hombres. Estas valientes se merecen todo mi respeto. Como le contaba a Concha, pasaron lo indecible y terminaron en el más completo olvido.
      Muchas gracias por tus gentiles palabras. Un abrazo

  8. Que sentido relato de esta cantinera sobre otra compañera. Esas mujeres que lucharon con fuerza cuando la tierra las necesitaba y que luego se olvidaron por los que la habitaba. Hermoso modo de recordar su coraje. Un saludo

    • Concha: muchas gracias por tu visita. Eres la primera 🙂
      Me conmovió profundamente un artículo que encontré navegando en internet respecto a Irene Morales. Descubrí que no pocas mujeres acompañaron al ejército y lucharon codo a codo con los soldados. Muchas fueron tomadas prisioneras, torturadas incluso y las que regresaron a Chile, murieron en muy precarias condiciones. Esta historia es un popurri de la historia de todas ellas.
      Fenómeno similar ocurrió con las mujeres de los revolucionarios de Zapata y Pancho Villa en México. Imagino que valientes hembras también hubo en la guerra civil española. Ya Hemingway las retrata magistralmente en la figura de Carmen, en «Por quién doblan las campanas».
      Un abrazo y gracias nuevamente.

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