Dobla con cuidado el documento y empaca las cosas, una a una. Se le atasca el cierre de la maleta. Trastabilla y cada prenda es un dolor, pero debe hacerlo. Corazones dibujados en la mesa, después de cenar. Corazones latiendo acompasados en las noches de invierno. Un horizonte y un para siempre. Un corazón que con el tuyo se pierde. Así era y así había quedado en su mente. Los agravios, la enfermedad, las preguntas sin respuesta, las tardes en soledad. Todo se había perdido de sus recuerdos. Sólo un horizonte y un para siempre quedaban presentes. Había logrado destrabar el cierre.
El día avanza al compás de la melodía, que se parece extrañamente al latido de su corazón. Corazones que paran y dan. Eso habían sido. Habían parado y dado, dado hasta que ya no hubo nada más que dar. Quiero, más que nada sé que quiero, más allá te quiero y siento que no viviría otra vida sin ti. Sin embargo, esta vida urge vivirla. Está ahí, de pié, con una montaña de recuerdos que no sabe dónde poner. En cada lugar estaban juntos. Ahora hay sólo espacio y melancolía, sólo dolor y rabia. Sólo un intenso ¿por qué?
Recorre las cajas del clóset nuevamente, los zapatos nuevos, las blusas todavía con su olor. Las fotografías, el recuerdo, las peleas, ahora sin sentido, los cosméticos, los perfumes. Su vida entera guardada con cuidado en ese armario, mientras él va lentamente eliminando los vestigios de la suya. Siento que no viviría otra vida sin ti, ¿ves?
Cierra la puerta, mientras la canción sigue latiendo en su cabeza. Hay corazones y corazones y cada cual latirá sus pasiones.