Esas Visitas

Le dije a la Nina tantas veces que no quería saber nada de nadie. Ahora me trae a estas niñitas, que apenas se limpian los mocos solas y me dice, atontada como ha sido siempre, que son mis nietas. ¡¡La jodienda grande, carajo!!. Todavía me pesa la resaca de estas dos noches. Todavía me pesan los doscientos pesos que perdí brisqueando. Me he vuelto torpe, me he vuelto previsible, me miran un poquito y ya saben que estoy blufeando.  Y ahora estas cabritas que me observan con esos ojitos que sólo tienen las criaturas pequeñas, los mismos de los terneros, los mismos de los corderos, si hasta los pollos tienen ese mirar. Están cagadas de frío y no tengo ni té para darles. Esta india de mierda es una floja y me roba, más encima. ¡¡¡Ana!!! Tráete una jarra con leche, le grito bien fuerte a ver si se espabila, pero, como de costumbre, me hace el favor de mandarse a cambiar y no volver hasta cuando a ella le da la gana. India de mierda. Todo es tu culpa Cholita. Todo es tu culpa.

Mi viejo nos enseñó a no tener miedo, a no tener cariño por nah ni por nadie. El cariño es de maricones, decía. Eso de andarse frotando con otros, a los abrazos y a los besos es una pura lesera. Puros maricas hacen eso. Los hombres de esta familia son duros, ¡mierda!, gritaba curado como cuba. A los once años probé mi primera chicha y por mi madre que me gustó.  Se metían en mi nariz como burbujas y un gustito picante me llenaba el paladar.   A los quince, me hice hombre. Mi padre nos llevó a mí, a Martín y a Altidoro donde la Amelia. La única casa de putas que había. Olía a traspiración y a tragos vinagres, me acuerdo. Yo estaba más nervioso, pero la chinita que me hizo el favor de enseñarme maromas en la cama, se dejó no más. Así me acostumbré a las hembras, así esperaba que fueras tú Cholita, pero me saliste distinta. Todo es tu culpa.

No me acuerdo del color de los ojos de mi hija, Cholita. Se parecía a ti yo creo. ¿O no? Mi padre la consentía y yo la veía tan poco. Era como si no fuera nah mío, igual como estas niñitas, que se me suben a la falda y me dicen Tata. Les pregunto leseras para no aburrirlas ni aburrirme yo. Me duelen hasta los ojos con la caña brutal que me vengo agarrando hace dos noches. Ahora mi vida es eso nada más, trago y brisca. Brisca y trago. Todas las noches. Siempre lo mismo. No he hecho nada más de provecho desde que me abandonaste Cholita. Me hiciste saber que ya no querías estar conmigo. Que la libreta de matrimonio me la metiera en el mismo culo, creí yo que me decías, porque nunca te gustó decir lisuras. Eso pensé yo y me largué a tomar. Desde entonces no he parado, Cholita. No ha sido una buena vida, te lo puedo asegurar. Todo es por tu culpa.

Estas niñitas me cuentan que tú haces vestidos. Siempre fuiste tan curiosa, como era tu mamá, Así contaban las viejas. Hablaban con envidia de ella y en el camino te fueron aminorando. Lo que más me gustaba de ti Cholita eran tus ojos. ¡La jodienda que tenías lindos ojos!. Sanitos, puros, como los de los corderos, como los de los terneros. Como estas cabritas que me hablan y me escriben en pedacitos de papel con una letra bien redondita, te quiero Tata. Me traen recuerdos que no quiero, me dicen cosas que no entiendo y lo único que me da es una pena tan grande, que quisiera llorar ahora mismo, pero llorar es de maricones y de putas borrachas. ¡¡¡¡Ana!!!! ¿Dónde mierda se mete esta india?

Llévatelas Nina, llévatelas de la mano a las dos. Están bonitas las niñitas y me dijeron que hay más. Tanto hijo que anda dando vuelta y tú y yo tuvimos una sola, Cholita. Tus ojos se te llenaban de amor cuando la veías con su pelito crespo revoloteando, sentada arriba de mi caballo. Esos recuerdos me atormentan, esas imágenes se me aparecen en mis sueños, incluso cuando estoy más borracho que nadie. Te veo Cholita, marchando esa tarde de otoño, con tu maleta de madera y a la niña de la mano, como veo a la Nina ahora llevarse a estas visitas inesperadas, que me han traído tanto por qué seguir tomando. No puedo con los recuerdos. Soy un cobarde, como dice el Negro Díaz, pero él es un indio de mierda y yo todavía soy su patrón. Aunque no me quede mucho. Aunque me lo haya jugado todo. ¿Qué importa ya? Estás lejos Cholita. Te fuiste y me dejaste aquí.  Esta vida era esto y nada más. ¿Para qué buscarle la quinta pata al gato? Te fuiste no más, como se van ahora las niñitas. Que se vayan los recuerdos. Estos amargores calientes y porfiados. Es todo tu culpa, Cholita. Tu pura culpa.

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El Tata

Recuerdo la expresión de tu cara Cholita cuando te avisaron que el Tata había muerto. No pediste muchos detalles porque yo estaba presente. Registraste nerviosa tu cartera y me pediste que fuera a buscar a mamá. Seguro para deshacerte de mis ojitos inquisidores y mis manos nerviosas que recogieron los papeles que se habían caído, mientras sacabas dinero de tu bolso.

Quedé a la deriva, preguntándome quién rayos era realmente el Tata y por qué no habían lágrimas en tus ojos cuando te anunciaron la fatalidad. Yo lo había visto una sola vez en mi vida. Sus ojos amarillentos y su piel blanca, curtida por tanto verano a la intemperie, pasado a chicha con harina tostada, achispado todavia por la borrachera de la noche anterior. Su barba roja como el sol de ese invierno, que descongelaba lento todo, afuera de su rancha destartalada, vestigio último de la apoteósica fortuna que alguna vez tuvo su familia. Así me habían contado que era la cosa, pero mucho después del funeral, al que acudiste sin emoción, me contaste la verdadera historia.

El Tata era tu primo hermano. Eso yo ya lo sabía Cholita, pero te encargaste de hacérmelo notar. Primo hermano en la salud y en la enfermedad, como rezaba el curita en los matrimonios, al que fuiste porque ya te llevaba el tren y para no contravenir la decisión de tu tío Alamiro, quien te amenazó con las penas del infierno si no le aceptabas al gallardo mocetón, al mejor de sus hijos, al más capaz, al más borracho y al más mujeriego de todos ellos. El matrimonio anduvo como las reverendas desde el primer día, cuando el novio, con la boca caliente por la humilde mistela de la boda, se mandó a cambiar con sus hermanos, a la casa de putas de la vieja Amelia, detrás de la línea del tren, a quince kilómetros de su casa.

Partimos mal, dijiste con mucha dignidad, pero la palabra ya estaba empeñada, la libreta estaba impresa y no quedaba nada más que hacer que lo que habías hecho desde que tu madre abandonó este mundo; trabajar. Hizo el favor de curar las pestes y nadie la había curado a ella, me decías y se te grabó a fuego el recuerdo de su muerte. El Tata era un bruto que no entendía de esas cosas, sólo le bastaba con que la suegra estaba bien muerta, así no tenía quién le pusiera las peras a cuatro por sus constantes escapadas. Eso tú no me lo dijiste nunca, pero yo lo entiendo ahora, después de que han pasado los años y conozco un poco más a las personas.

Mamá nació un día en que el verano aún no se retiraba de los campos y esa sola emoción llenó tu vida por completo. Eso lo sé Cholita, no hace falta que me lo digas. Se nota en tu mirar, incluso hoy, después de cincuenta años de ese día. Limpias una lágrima porfiada que se escapa de tus ojos cansados y acaricio tus manos suavecitas. Te quiero mucho, atino a decirte, para darte algo de conformidad. Imagino que los recuerdos aciagos inundan ahora tu mente, pero no quieres decir nada. Has sido fuerte como una roca, incansable y determinada. Así has sido Cholita. Si quieres caliento el agua para que nos tomemos un té de manzanilla, digo. Tal vez se te alegra el corazón. Asientes con la cabeza y enjugas tus ojos una vez más.

No hace mucho, juntando los recuerdos y las dudas, los chismes y los acontecimientos, caí en cuenta que el Tata no se había muerto porque el Señor lo había querido acoger en su reino, sino que lo despacharon unos coterráneos que le dieron más de la cuenta. El día que te contaron la noticia, la tía Juana llevaba un escapulario de la Vírgen de Pompeya. Te pidió plata para comprar la urna, porque el Tata no tenía un veinte en sus bolsillos, vaciados completamente antes de que le cosieran las puñaladas y le desinflaran los chichones. Lo botó el caballo, le dijiste a mamá, pero si algo tenía el Tata a su haber, era la fidelidad de su manco. Por años en la familia, los caballos habían sido más importantes que las propias mujeres. Se podía morir un hijo, pero no un corcel. Eso sí que no. Era motivo de desgracia, de atrinque duro a los mozos de las cuadras y de llanto contenido en las borracheras, cuando la lengua se tornaba floja y las manos menos diestras en arrojar los naipes a la mesa. Eso no me lo dijiste nunca, Cholita. Eso lo contaba mamá, cuando añoraba sus tardes de verano, cabalgando su yegua favorita. La más mansita para la niña, decía su abuelo Alamiro. Sí, el mismo que te obligó a casarte con el Tata. Todo lo tengo en mi memoria, como si yo misma lo hubiera vivido.

Te pregunto si sabes que al Tata lo asesinaron y asientes. Ya lo sabías de antes y nunca quisiste decir nada. Te lo confirmó Martín, un día que llegó con un atado de menta y una pierna de cordero. Tú ya sabías todo lo que él te contó. La querida del Tata, la india, como la llamó Martín, causó desgracias desde que entró a la casa por la puerta de adelante. Nunca debiste irte Cholita, dijo con pena. Mi hermano estaría vivo todavía.  Negaste con la cabeza el recuerdo y la posibilidad y ahora me miras fijamente al decir: nunca te cases con un hombre flojo, es la peor desgracia.

Fue el Tata una desgracia, me pregunto y analizo lentamente cada recuerdo, cada frase, cada inflexión de tu voz. ¿Quieres otra taza de manzanilla, Cholita? te digo para no enfrentarme con la verdad. A veces es mejor pasarla por alto, hacer como lo hiciste tú, evadirte, cansarte trabajando, no pensar en nada y llegar así al final del día. Dormir en noches sin sueños. Eso nada más es lo que queda, cuando los recuerdos se hacen patentes y molestosos. Aferrarte a los buenos y masticar lentamente los otros. Lo sé, porque los tengo en mi memoria, como si yo misma los hubiera vivido.

Fotografía gentileza de Nicholas Woolworth http://www.facebook.com/home.php?#!/pages/The-Art-of-Nicholas-River-Woolworth/396176770902?ref=ts