Curiosamente, hoy es mi cumpleaños. Nunca he sido de grandes celebraciones y sin embargo, un trío de amigos valientes han venido a acompañarme. Mientras preparo algunas cosas para recibirlos, me acordé de este placer- terapia que se llama escribir. Tengo un colibrí curioso en la ventana y eso me parece un buen augurio, así que aquí voy.
En el pasado, escribir me ayudó a entender, mientras lo iba “verbalizando” procesos de dolor y pérdida. Hoy, en esta situación que estamos viviendo, espero la misma magia. Por ahí se vuelven a aparecen los que me contaban sus historias, para volver a escribirlas y darles voz a sus recuerdos. Quién sabe…
En situaciones límite es cuando uno ve la real naturaleza de los seres humanos. He repetido esta frase desde el inicio, tanto que la siento mía, tan mía que la defiendo y me da pena comprobar su veracidad.
Es increíble el poder que tiene el miedo, es increíble más bien el poder que NOSOTROS le otorgamos al miedo. Tal vez no tenga nada que ver con poder y si con una respuesta natural a lo desconocido. Necesitamos esa “alerta” o más bien, algunas personas lo necesitan.
Leí por ahí que Margaret Meade sostenía que la clave de la civilización y su desarrollo se había basado en la capacidad de la especie por ayudar. Ser capaces de cuidar a nuestros enfermos, a nuestros hijos, era el símbolo de nuestra HUMANIDAD. A veces creo se nos pierde ese símbolo, porque la precariedad de nuestras vidas nos hace vivir en constante miedo, en constante alerta. Tememos no tener tiempo, no tener los recursos, no estar a la altura, no poder ser más, y corremos incansables detrás de los conejos que la sociedad y los miles de “tengo que” nos pone a cazar.
Cuando las cosas cambian, como están cambiando hoy con esta emergencia sanitaria y como han cambiado en el pasado, con otras emergencias de distinto tipo, se nos pierde el conejo y nos paramos en seco preguntándonos cómo será todo de ahora en adelante. La incertidumbre nos paraliza, tal vez porque la naturaleza de lo cierto nos define. Todos esos “tengo que” son parte o se convierten en parte de nuestra naturaleza. Tengo que ser profesional, tengo que ser buena mamá, tengo que estar feliz, etc, etc
Es complicado sacudirse esos conceptos y entender que no son necesarios, que lo importante es (como dice el comercial) lo que va por dentro. El crecimiento es distinto en las personas, como las personas lo somos unas de las otras. Lo difícil muchas veces, es hacer lo que el corazón te dice. Escuchar lo bueno, lo valiente, lo inesperado de cada uno de nosotros es lo difícil. Aceptar esa diversidad ha sido motivo de ensayos de gente infinitamente más versada que yo.
YO? Siento que es posible ser mucho más humano, que la diversidad de nuestro pensamiento y nuestras acciones nos define como individuos y no como un colectivo de especie. Nos hace fuertes, tal vez tener el respaldo de la masa, pero son las ovejas negras, los disidentes, los libre- pensadores, los que se atreven, quienes han empujado a la humanidad un paso más adelante.
Sostengo con porfía que en estas situaciones es donde tenemos que estar preparados para sostenernos (valga la redundancia) entre nosotros, confiando y creyendo que podemos estar bien. Este país maravilloso en el que estamos tiene en su ADN la respuesta a esta crisis sanitaria o a cualquier otra. Hemos sido remecidos por los elementos más de una vez. Tenemos que ser capaces de encontrarnos con ese ADN y hacer lo que nos sale mejor: ser solidarios. Irnos de vuelta al huasito o huasita que todos llevamos dentro, a los niños que todos llevamos dentro y apoyar a los que tienen menos, tanto de medios económicos como de esperanza.
En el colegio donde cursé la Media, decían las monjitas que uno tiene que ser luz. Por años me pareció una frase vacía, hasta que me di cuenta de que se puede y cuesta tan poco. El esfuerzo por ser “luz” hace bien para el alma.
El miedo nos empuja, nos hace rebelarnos, nos saca por un rato de la inercia de la apatía, pero no debiese gobernarnos, no debiese apagar nuestra luz. Cuando era niña, aprendí que la oscuridad no era tal y que incluso en las noches más oscuras del invierno, si uno mira con atención, se ven pequeñas trazas de luz. Suena lindo ahora que lo escribo. ¿Será por eso que me cargan las cortinas?
Echaba de menos escribir y hoy tengo tiempo y ganas de hacerlo. Tenía miedo, pero a medida que avanzan los párrafos, lo voy disfrutando. Tal vez así sea todo, a medida que avanzas, vas perdiendo el miedo.