
Se juntan en el mall de la ciudad. Un monstruoso edificio gigante y lujoso, lleno de las mejores tiendas por departamentos y todo aquello superfluo e innecesario que por obra y gracia del marketing y la economía de mercado se transforma en indispensable. Siempre lleno, siempre bullicioso, como un ser inmenso, sonoro y concurrido, repleto de sabores, olores, voces, caras, poses, vestimentas, tan diverso como diversa es la ciudad. La contemplación de su fauna es la vista de la vida contemporánea. Se parecen, se replican, se mimetizan y este inmueble podría estar en cualquier lado, esta gente podría ser de cualquier parte.
Se citan para una conversación que no puede esperar más. Un anhelo guardado en el corazón de una de ellas, que amenaza con romper su compostura y ser el cambio inexorable que soñó meses antes y que vió reflejado en las cartas del tarot, en las que poco creía , pero que ahora le parecen tan vívidas.
Avanzan por las tiendas, sin entrar de lleno en materia. Compran un par de cosas aquí y allá, mientras la del secreto va juntando aplomo para dirigirse a su amiga, con una verdad aplastante para ella y que le ha quitado el sueño, la respiración y la cordura.
Debe empezar por el principio y aunque se conocen desde siempre, es preciso poner las piezas en su sitio, para que todo tenga un sentido.
¿Recuerdas cuando nos hicimos amigas realmente? Estábamos en el colegio y me fuiste a ver para dejarme las tareas. Mi padre me había pateado en el suelo esa vez, como otras tantas y me sentía morir, de vergüenza, de dolor, de impotencia y de muchas cosas, pero sobre todo, frente a ti, sentí pena de mí misma y juré que eso nunca volvería a suceder. Fuiste tan gentil conmigo, tan dulce, tan amena, ni siquiera mencionaste mis hematomas ni hiciste ningún comentario. Sólo me ayudaste con la tarea y justificaste mi ausencia con los otros compañeros. Eso nunca lo he olvidado. En tiempos de crisis en mi vida, siempre recuerdo ese minuto y me siento confortada.
¿Recuerdas cuando me casé? Tú estabas estudiando al otro lado de la cordillera y te diste maña para venir a acompañarme. Cuando me abrazaste, me dijiste que era lo que yo me merecía sobradamente y ambas entendimos por qué. Fue un instante mágico, un minuto maravilloso. Todo era tan hermoso. La ceremonia no pudo haber sido más linda, todos emocionados, yo tratando de controlar mis lágrimas de felicidad. Rolando siempre fue tan gentil, tan caballero, tan calmado y formal. Trabajador como él solo. La bondad hecha persona y tantos otros atributos resumidos en la palabra bueno. Mi familia empezó a crecer y me felicitaste desde lejos porque mi sueño de ser madre se había cumplido. Mis hermosos bebés son todo en mi vida. No podría concebir mi existencia sin ellos. Son simplemente maravillosos.
Mientras Rolando estuvo en el campo, y los niños fueron pequeños, todo era ideal. No podría haber deseado nada mejor ni más completo que esos años. Incluso olvidé la brutalidad de mi padre y me sumergí completa en esta vida sana, familiar, única. Teníamos medios, veníamos a la ciudad de tanto en tanto, salíamos con los niños. Nos divertíamos, ¿sabes? Era lindo, era tan lindo…
No sé en qué minuto mi vida dejó de ser tan maravillosa. Es como si hubiera despertado una mañana y todo hubiera dejado de tener valor. Los niños eran más grandes, las responsabilidades eran las mismas, el trabajo en el hogar seguía siendo el mismo. Las amistades que frecuentábamos se fueron volviendo aburridas también. Los mismos temas, los mismos discursos, los mismos problemas, los mismos chistes. La vida avanzaba lacónica y plana. No me daba cuenta entonces, pero algo me faltaba, algo echaba de menos. Ibamos a todos lados con Rolando, como siempre. Los niños en el colegio, lo pasaban regio. Las reuniones con los amigos se seguían multiplicando de la misma forma y seguía el mismo tedio, la misma abulia, por debajo, como la broma, carcomiendo la madera de un velero.
Así estaba yo cuando me llegó la invitación de la reunión de la promoción. Hacía mucho que quería verlos a ustedes, pero no se había dado la oportunidad. Tú sabes, las obligaciones del día a día, hacen difíciles estas cosas. Pero tal vez sea más voluntad que nada. Y es aquí donde empieza mi gran dilema, amiga mía. Es en esta reunión donde mi vida ha dejado de tener el sentido que tenía y quiero cambiarlo todo, porque no quiero envejecer sin haber amado con locura, como cuando imaginábamos ser las protagonistas de las novelas de amor. No quiero que mi cuerpo se marchite sin conocer la pasión enceguecedora y fulminante. Sin sentir mariposas en el estómago y tener esa estúpida sonrisa en el rostro después de haber experimentado el orgasmo más completo, visceral y primitivo que haya sentido en mi vida. Una explosión. Un huracán de vida nueva. Como un viento que se levanta del mar.
No sé si te diste cuenta en la reunión, pero Claudio y yo no nos separamos. ¿Recuerdas sus lentes gigantescos y su pelo tan aplastado?. Ahora está mucho más buenmozo e interesante, no puedes negarlo. Tan culto y refinado que se volvió. Siempre fue muy estudioso y ceremonial, pero ahora está más suelto, más hombre, más experimentado. De niños, en el colegio, Claudio fue mi compañero, mi mejor amigo. Era tan suave y gentil, jamás supo nada de las golpizas que me daba mi padre, pero creo que de alguna forma siempre lo adivinó. Hablábamos tanto. Era tan confiable, angelical. Hasta sus besos, tan tiernos y limpios. Eramos niños en ese entonces y él decidió irse lejos para optar a mejores estudios. Y lo logró, míralo, gerente de la empresa más grande del país. ¿Quién lo diría?
Ohhh, amiga mía, ¡nos hemos besado durante la comida!. No sabes la sorpresa que me ha dado. Fue un beso de ensueño, partió tan suave y tan puro, como aquellos que nos dábamos de niños, de pronto se convirtió en un volcán de pasión, una pasión que no conocía. Jadeantes nos despegamos. ¡¡Es que no lo puedo creer!! Recuerdo ese beso y se me pone la carne de gallina. No hago más que pensar en eso. Tengo la cabeza llena de pajaritos y mi corazón a mil por hora. No sé qué hacer, no sé que hago al lado de Rolando, cuando sólo quiero besar nuevamente a Claudio. Este Claudio tan nuevo, interesante, seductor, cercano, confiable, sutil.
Por favor, no me juzgues de casco liviano. No quiero una aventura, no soy mujer para eso, sólo quisiera volver a vivir. Siento que mi matrimonio está marchito. Rolando, con este nuevo puesto, se ha vuelto tan inalcanzable. De veras, para poco en la ciudad y cuando llega está tan ajeno y ausente. Hasta los niños le han reclamado. Sigue siendo un padre excelente, sigue siendo encantador, pero nosotros… Nosotros ya no funcionamos como antes.
Claudio siempre fue mi confidente. Con él siempre pude contar. Con Rolando no existió jamás esta comunicación. Era demasiado bueno para mancillarlo con pensamientos torpes. Hacía todo por mí y por los niños…
¿Te das cuenta? Ya estoy comparando, como si mi vida estuviera ya decidida. Me estoy volviendo loca y no sé qué puedo hacer. El beso de Claudio me ha dado una energía que creía extinta, una fuerza en mi ser que creía que se había ido. ¿Estoy pidiendo mucho? ¿Estoy negando un matrimonio ejemplar por una locura de adolescente? Dime por favor, qué puedo hacer. No soy de divorcios ni de grandes luchas, ni de dramas o relaciones angustiantes. Tú sabes bien que he sufrido ya bastante. No quiero un ápice de dolor para mis hijos. Eso me detiene.
¿A dónde voy? ¿Quién soy? Incluso eso me cuestiono y no tengo las respuestas. Tal vez tú puedas decirme. Tú nunca me has juzgado. No lo hagas ahora por favor. Ayúdame. Dime que todo se resolverá y que de una manera mágica podré fundir estos dos hombres en uno solo. Me estoy volviendo loca, te insisto. Veo pajaritos en todas partes, estoy desatenta, descoordinada. Sólo pienso en Claudio. Sólo pienso en él.