Testigo

Las flores del cerezo ya habían caído. Yo leía en el jardín, mientras del gran portón de la casa del vecino se escabullía la silueta de un auto. Un humo gris y espeso salía del escape, inundando toda la calle.

El mirto protegía mi presencia, mucho más que el cerco desvencijado que me separaba de la otra vereda. El padre de mi mejor amiga, aquella a la que le fascinaban las arañas, huía en medio de la tarde, después de ver que su amante había abandonado la casa de citas del vecino.

 

N de la R: Segundo ejercicio del taller en el que participo. El «escritor» se sitúa imaginariamente en una ventana y elige nueve sustantivos de entre todos lo que ve a través de ella. Con esos nueve elementos, compone una historia de no más allá de cien palabras.
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De Puntillas

Recuerdo todavía los antiguos interruptores de la luz y la apariencia tétrica de la escalera. Era vieja, como todo en la casa, pero por alguna razón fascinante, en nuestras mentes de niñas, era todo lo contrario. El pasillo era ancho y el piso de tablas de laurel. Crujía. Crujía como las hojas del otoño, crujía como tan pocas cosas en medio de la humedad de los inviernos de esa época. La escalera estaba justo frente a nuestras miradas y era la voz de mi abuela la que nos detenía de subir. Imaginábamos princesas encerradas por malvados y dementes, imaginábamos tesoros, antiguas maletas cargadas de reliquias de un pasado de fantasía, imaginábamos tantas cosas que nos delataba el sonido de los peldaños y nuestras risas nerviosas, en cada intentona.

Esa noche, no habían más decisiones que tomar. Tu traje y tus zapatos de suela, atuendo apropiado para la ocasión de la que habías escapado, eran el único escollo que nos separaba de mi cama, en el altillo. Eso y la escalera.  Te dije bajito que contaras. El cuarto escalón rechinaba a la izquierda, el séptimo había que salvarlo sin pisar, el décimotercer crujía a la derecha, no lo olvides, susurré mientras me besabas, apretujándome contra el pasillo. Quita tus zapatos, te pedí mientras me descalzaba y caminaba a oscuras por el espacio que nos separaba de la escalera. ¿Duermes arriba? me preguntas, todavía achispado por las copas y te callo sumergiendo mi lengua entre tus labios, succionando tu saliva y escuchando tu corazón, en el silencio de esta noche oscura, pero asombrosa, alucinante, apasionada.

Camina por este lado, susurro, pero no llegas a oirme. Vienen a mis memorias los recuerdos de mi niñez, raudas en el triciclo, tratando de alcanzar los interruptores de la pared y bajando la palanca del transformador, ya fuera de circulación. ¿Qué dijiste?, me interrumpes y chocamos justo al determe frente a la escalera. Recuerda, digo,  el cuarto, el séptimo y el décimotercer, cuenta, que mis padres duermen del otro lado del pasillo.

Crujió, crujió, crujió, como las hojas del otoño, con la reverberación del eco suspendido en mi respiración, crujió la maldita escalera desde el inicio hasta llegar al final y no sabía si reírme a todo pulmón o ponerme a llorar de desesperación y de hambre de no poder tenerte, por el maldito sonido de la casa vieja, haciendo sentidas conjeturas por este visitante inesperado y por esta falta de respeto a la vetustez de sus rincones, a esta hora de la noche.

Ya estamos aquí, me dices afiebrado y tus zapatos caen de golpe al suelo. Nos petrificamos. Ligeros vahos exhalan tímidos por nuestra nariz, mientras somos todo oídos. La casa está en calma, se escucha sólo un perro a lo lejos y el zumbido del cable del alumbrado, como una abeja laboriosa. Respiramos con dificultad, pero esta calentura es más porfiada que todas las fiebres del planeta y me desnudo con rapidez para envolverme entre tus brazos, para oler tu cuello y mirarme en el mapa de la tierra a la que le tienes devoción. Se acomoda la escalera, el pasillo, la casa entera mientras los resortes desvencijados de mi cama tratan de contener la pasión que nos perturba, que nos quita el aliento y nos hace transpirar cuando afuera se escucha claramente cómo avanza la escarcha.

Caen de improviso los tablones de madera que soportan la cama y allí el gran caserón genera un eco atroz, grave, reproducido y amplificado miles de veces por cada eco, en cada habitación, en el silencio de esta noche. Pensamos con rapidez y no hay escapatoria. Bajar la escalera en este momento sería un suicidio. Me vuelven mis fantasías de niña y me veo encerrada en esta prisión, sin posibilidad de escape y para colmo con un príncipe desnudo y culpable que no aliviana para nada las cosas. Como ratas, como viles ratas nos acurrucamos en la esquina de la cama y apagamos la luz. Escuchamos, conteniendo el aliento y sólo la escalera bufa interrumpida en su sueño, acomodándose nuevamente en su digna posición, mientras la casona toda cruje por los embates del frío.

Te despido la mañana siguiente, cuando los ruidos no son tan graves, no existe el eco y pareciera que a la escalera le gustase ser invadida por pasos apurados y manos sudorosas que aprietan el pasamanos con premura. Nos besamos, te observo en tu partida y me queda una sola mezcolanza, la carrera loca de mi niñez, apretando los interruptores, las risas contenidas y el corazón latiendo a mil por hora, todo eso junto y amalgamado. Me dirijo a mi habitación. Cuento los peldaños nuevamente, esta vez, sólo por jugar.

N de la R: Fotografía gentileza de http://luxurbex.blogspot.com

¿Por qué ahora?

Me preguntas con tus ojos intrigados, mientras la segunda botella de alcohol recorre nuestras venas, entibiando nuestros cuerpos, afiebrando mi mente y congelándote en mi corazón, de esta manera hermosa en que brilla tu mirada, ebria y esquiva.

¿Por qué ahora? me repites y no sé qué contestar. Sólo quiero tu proximidad en las puertas de mi inconsciencia, en los albores de mi cuerpo y que te quedes ahí, muy quieto. ¿Por qué ahora? Porque quiero, porque puedo y porque estamos aquí.

La mañana siguiente no hay reproches ni miradas acusadoras. No hay largos desayunos ni paseos  tomados de la mano, ni frases ajenas con «te quieros» cursis y gastados. No hay responsables, ni culpables, ni tiempos ni mañanas. Sólo las risas contenidas,  besos apurados y la alegría de ser.

Eso es lo que he visto y ese es el porqué.

Abrazos

Abrázame fuerte, no te sueltes de mí, dice él entre divertido y serio. Aquí estoy, apriétame fuerte, antes que lo último de mí se vaya.

Escucho tu corazón, siento tu aroma en mi nariz y eres parte de mi ser, piensa ella mientras aprieta su espalda contra su pecho. 

Abrázame fuerte, dice él de nuevo, no me sueltes que esto es lo que queda, esto y nada más.

Ella le verá alejarse después de este abrazo, ser nuevamente el sorprendente, locuaz e interesante que siempre ha sido, quedarse con su olor perdido en sus sentidos y dejarle ir. Queda el abrazo grabado en su memoria. Recorre el panorama, huele el río y sentirá que está aquí, pero de alguna forma insólita y verdadera lo que queda es sólo el abrazo, eso y nada más.

Nunca fuimos

Ella se acomoda en el sofá y disfruta del penetrante sabor de su trago. Se miran como siempre y ríen de la vida pasada, sin poder parar. Se pierden en historias infinitas, como infinitas han sido sus vidas, desde el día que se conocieron. Divergen, sin embargo en cuándo fue ese primer día. Ella insiste en cuando se conocieron en el río, pero francamente él no tiene memoria de ese tiempo. Él insiste que fue aquella noche de copas, cuando, producto de la efervescencia y la fiebre que les recorría por entero, se fueron juntos, recorriendo el pueblo en mitad de la noche hasta encontrar un lugar donde amarse. Hacía frío, recuerda él. Estabas borracho, acota ella. Ambos ríen y es como si de pronto, se hubieran trasladado a ese momento.

¿Seguimos siendo los mismos? consulta ella intrigada. Este sentimiento pegajoso y dulce hace presa de sí, una vez más, en una regularidad que se niega a abandonarle. Nunca hemos sido mejores que ahora, aboga él, presintiendo la avalancha de preguntas y cuestionamientos en los que siempre acaban por tocar este tema. Él sólo quisiera tocarla, como aquella vez, descubrir su piel a la tenue luz y entibiar sus manos entre sus concavidades, como entonces. Se miran y ya saben qué es lo siguiente.

Entre abrazos perdidos, oliéndose como siempre, recreando la hermandad única que les caracteriza, él formulará la razón y motivo fundamental de su existir. Nunca fuimos nada más que esto. Nunca insistimos en nada ni demandamos nada. Sólo somos. Y aquí estamos. Este espacio es sólo nuestro, en un tiempo finito determinado por nosotros. Eso somos, nunca fuimos ni más ni menos que ahora.

Se abrazan nuevamente. Un escalofrío recorre sus espaldas. Se besan como lo han hecho desde aquella noche de invierno, donde, venciendo la escarcha, se amaron. Encontraron el calor que esperaban y ha permanecido siempre ahí. Ríen como entonces, se miran como entonces y por un minuto mágico no hay más que sólo ellos.

Siento que no te conozco

Regresa, él regresa. No se han visto en al menos cinco años. Hablan de lo mismo que siempre han hablado; sin embargo, no se conectan, hay gravedad en los comentarios, un desacople molesto y continuo. Quería verte porque eres mi razón, piensa ella antes de iniciar el diálogo por tercera vez. Quiero escucharte, porque eres mi aire, pero te enrareces y acabas en el suelo, al final de mis imágenes favoritas, como si no fueras nadie.

¿Tanto ha sucedido? ¿Tan disímil ha sido nuestro evolucionar? ¿O te has vuelto demasiado predecible como lo pensé en un principio? ¿Es esta mi luz? ¿eres tú el que me solía sorprender y mantener el arrobo en mi ser por más tiempo que el que duraba tu olor en mi cuerpo?

Ha pasado mucho tiempo, dice él por toda respuesta a la maraña de preguntas que brotan, complicándole a ella más de lo que quisiera. Pierde el hilo de la conversación, se confunde en las palabras, bosteza, se desconcentra. Trata de mirar por dónde se ha ido la fantasía y de dónde ha llegado este ser, que sin duda es parecido, sin embargo, ya no es el mismo.

Se sorprende, nuevamente, mirando por la ventana. Descubre la cortina raída. ¿Desde cuándo estuvo así? La casa cayendo de vieja, fría, imperfecta, sin embargo con su aroma y sus libros regados por doquier. Hace un nuevo esfuerzo, un nuevo intento, pero nada. Nada de nada.

La Despedida

No hay necesidad de explicaciones, ni de largos discursos. Él parte a la capital a buscar a la mujer a la que le ha escrito la gastada servilleta con el decidor te amo. No hay nada más para ella en ese corazón. Ambos lo saben.

Un sentimiento amargo, uno que nunca antes había sentido, le embarga. Todos los recuerdos, todo lo que alguna vez vivieron se junta en una sola masa dolorosa, que le hace pensar en lo perecederos que son por sí mismos y lo fuertes que se tornan cuando la voluntad se empeña en traerlos de vuelta una y otra vez.

Ha sido su voluntad y nada otro lo que le ha hecho mantener este sentimiento corrosivo y dulce en su corazón todo este tiempo. Ha sido eso y nada más, se repite. Trata de lograr una perspectiva más entera de la imagen de ellos alejándose para siempre. No lo logra. Algo en su interior le golpea, le dice que no será la última vez. Que para siempre es mucho tiempo y que nunca más también es mucho tiempo.

-No digas nada y sólo abrázame- dice ella conmovida. Abrázame y déjame respirarte por esta última vez, dice sólo para sí.

-Estaremos en contacto- dice él. Quisiera decir tantas cosas, pero su naturaleza siempre le hace hablar cuando no es necesario, no siente la despedida, sólo espera el viaje, el cambio, el movimiento, la intención.

Infinitas cosas les sucederán a ambos en los próximos seis años de sus vidas. La existencia misma fluirá entre ellos, como un río escondido. Estarán separados, viviendo sus propias realidades en un camino que han decidido hacer cada uno por su lado. Se enviarán saludos de navidad y felicitaciones de cumpleaños. Mandarán breves notas, tratando de indagar por la existencia del otro y seguirán empujando este carro mágico que otros llaman VIDA.

El futuro no está escrito, mencionó él una vez, dentro de sus muchas frases notables. El futuro no está escrito repite ella para sí. Y guarda los recuerdos en el bolsillo. Desaparece la amargura, se abre la perspectiva y se queda sólo la alegría de esperar para su mejor amigo lo mejor.

Yo te Amo

Se encuentran como siempre. Hay desorden en la habitación. Ella intuye algo raro cerca y hablan como de costumbre, de todos aquellos temas que frente a otros serían inapropiados, ridículos o superfluos. Hablan como siempre lo han hecho, desde el fondo de sus corazones, desde la tibieza de sus pensamientos, pero esta vez, sin la sinceridad de sus almas.

Él va a buscar un café a la cocina y ella revuelve descuidada un lote de papeles, indagando por alguno de los geniales artículos que él suele escribir para el periódico local. Sin embargo, no encuentra un artículo, encuentra sólo una frase, perdida entre la maraña de hojas, encuentra un yo te amo, escrito con lápiz trasnochado, en una servilleta. Un yo te amo, que no es para ella, que lleva un nombre que no es el suyo. Da un paso atrás, no sólo en la habitación, sino en su vida entera. Nuevamente, la sensación de la hecatombe se planta en sus sentidos, inunda su ser entero, con el amargo sabor de la desdicha. Yo te amo, sonríe y repite con sorna, y se va, antes que él regrese con el café.

Hoy me Enfermas

Es la quinta vez que se visitan. Parece rutinario y cansador. Lento se acostumbra ella a sus manías y lento parece que él se aleja. Como una premonición, ella le siente cada vez más distante, más extraño, más confuso. Parece que todo se diluye al calor de la proximidad y la fantástica luz de sus recuerdos parece cegarla maquiavélicamente. ¿Dónde estás? ¿Mi vida, mi amor, mi sueño hecho realidad?. Tu sonrisa amplia y tus palabras sonoras se vuelven lacónicas y estúpidas a la vista de lo cotidiano.

Parece que tanto amor le enferma, parece un pajarillo atrapado en un espacio cubierto de espejos, lucha por marcharse. Tal vez sea que es ella la que le enferma. Tal vez sea, piensa ella, por primera vez en este tiempo, que no están hechos el uno para el otro y que ese ser maravilloso e ideal existe sólo en su corazón, creado por la lejanía de los hechos y la pasión enfermiza de un verano.

Le mira bajo esta premisa y el discurso parece gastado, la palabra se escucha manoseada, la pasión es insatisfactoria y sólo queda el profundo análisis, y sin palabras, concluir, no, hoy tú realmente me enfermas. 

Atrapando el Aire

Existe este sentimiento pegajoso y molesto que brota de su corazón cuando ella menos lo espera. Ahora conoce como él piensa, a dónde va y  quien es. Ha logrado atrapar el aire que se escapaba de entre sus dedos en la cálida atmósfera del verano. Está todo tan claro ahora, casi demasiado.

No hay sorpresas ya, y ella resiente de ese grave error, que le parece imperdonable y básico. Dónde él ha estado es la tierra del dolor y la frustración, de los recuerdos contenidos y las explicaciones forzadas y pragmáticas que no son suficientes. Ella siente su espíritu y le llama en silencio. Tranquiliza su propio corazón escucharle hablar y sentir. Ella también viene de vuelta, pero se confiesa más entera, la experiencia la asume con otra mentalidad.  Son tan distintos, pero tan similares.

Él es energía, palabra, hechos, ideas. Ella es sentimientos, espacios, quietud. La pasión se ha repetido en el tiempo con regularidad. Se acostumbran a ella, como se acostumbran a la naturaleza de sus cuerpos. Dejarán de verse por un tiempo prolongado y aún así, al verse, acercarse y sólo olerse, estarán nuevamente conectados.

Eres mi hermano y mi amigo, dice ella en la despedida. Eres mi amante y mi mejor compañera, reconoce él silencioso y complicado. Así se verán más adelante. En una mezcla de roles sin sentido para nadie, sólo para ellos.

-Envenenarás mi mente y mi corazón- dice ella, haciendo dramático el adiós -cada vez que te recuerde, será la misma bocanada de aire tibio del verano que nos conocimos…

-Ven acá – dice él decidido – Esto es lo que queda de mí, aprovecha ahora -afirma pegándola a su sexo. Ríen divertidos. Comparten la noche como siempre. Se alejarán silenciosos al amanecer, al aire suave de la madrugada, donde todo es puro y fresco, sus olores confundidos, como la vida.

La Canción

Se acercan lentamente en un abrazo esperado por ambos. Ruedan despacio por la alfombra mientras la cadencia de la canción que más les representa suena de fondo, suavemente:

«I gave you all the love I got
I gave you more than I could give
I gave you love
I gave you all that I have inside
And you took my love
You took my love
Didn’t I tell you
What I believe
Did somebody say that
A love like that won’t last
Didn’t I give you
All that I’ve got to give baby

I keep crying
I keep trying for you
There’s nothing like you and I baby

This is no ordinary love
No ordinary Love
This is no ordinary love
No ordinary Love

When you came my way
You brightened every day
With your sweet smile

Didn’t I tell you
What I believe
Did somebody say that
A love like that won’t last
Didn’t I give you
All that I’ve got to give baby

This is no ordinary love
No ordinary Love
This is no ordinary love
No ordinary Love

Keep trying for you
Keep crying for you
Keep flying for you
Keep flying I’m falling»

No hay más que agregar. Todo lo demás lo inicia un beso, al arrullo de la música que se extingue.

Amanecen abrazados, se besan furtivos y delicados. Ella abandona la habitación.

Conversaciones

Es la primera que se sientan a conversar como dos personas normales, sin que la pasión los domine de buenas a primeras. Es increíble todo el tiempo que ha pasado y sin embargo, ella sigue sintiendo cosquillas en su estómago cada vez que está cerca de él. Esta no es la ocasión para hablar de romance ni aventura. Un trágico suceso los convoca y explica la importancia de su encuentro; un amigo común se ha suicidado y ellos han quedado, como todos los demás que  conocían al occiso, estupefactos, choqueados, con un profundo sentimiento de la sinrazón de la vida y lo trágica de esta decisión.

Se hace rotundamente inexplicable y circulan diversas versiones, que es típico  en sucesos como estos. Cómo pudieron ser tan ciegos y cómo pudo ser tan absurda la decisión es la pregunta recurrente. Intercambian opiniones, él se molesta por la liviandad que ella le asigna al tema, porque creen distinto. Él siempre se ha empeñado en luchar, en no abatirse y esta decisión que ha tomado su amigo, le parece tan increíble. Ella es más pragmática y opina que mientras no se junten todas las piezas, que será bastante improbable en un futuro; nadie sabrá exactamente el por qué. Así discuten dialogadamente y concluyen innumerables cosas, ese día y los venideros, que acercan sus almas, más que otra cosa.

Es así que ella descubre que en minutos de sin razón, como este día en particular, su presencia será el mejor catalizador. Él nunca lo ha mencionado, sin duda nunca lo dirá. Pero existe un punto de referencia, una causa y un efecto. Muchos llaman amistad a este nexo. Ellos no saben cómo llamarlo todavía, probablemente no lo nombren nunca.

En un futuro próximo él dirá que la esencia del amor está basada en la palabra Amistad, ella pensará entonces qué afortunados somos de llamarnos de esa forma. Sin embargo, no estará segura si es bastante o muy poco, así como hoy no está segura si la decisión trágica del amigo fue acertada en su esencia o un arranque irracional producto de una situación insostenible. Así concluye, que la fuerza del espíritu muchas veces no es suficiente, así como en este momento no le es suficiente ser amiga.

Yo también te quiero

Se miran nuevamente, como el primer día y se hablan despreocupados y secretos. Nadie más alcanza en este espacio reservado para ellos. Se miran. Él expone teorías graciosas y profundas acerca de la vida, ella responde con sarcasmo, a veces, con atención las más, con risas que ambos comparten.

Ella discute que él no escucha, que no maneja más tiempo que su tiempo. Él se disculpa e inicia un largo discurso, que es cortado antes de empezar por un comentario que se hará oportuno y constante a lo largo de sus vidas. Ella dice – no quiero explicaciones, no soy tu madre.

Ríen ambos y él insiste en la explicación. Ella corta sus palabras con un beso y se abrazan en la oscuridad del living. Ella quisiera un mundo entero de rutas abiertas, grandes posibilidades de soñar juntos o de al menos preservar este momento por un rato más largo. Él lascivo y visceral, acaricia sus caderas, aprieta su espalda y ella retrocede incomprendida.

¿Qué pasa? Pregunta él, con expresión de abandono. Tengo sueño dice ella, debo volver. Quédate aquí, lo has hecho antes, sugiere risueño. Ella se levanta, hace un comentario, una mueca de ofensa, que parece una charada y se marcha.

Antes de cerrar la puerta, en la última chance antes de la despedida, él insiste en su oferta; ella volverá a insistir en la urgencia de dormir. Él acepta que esta vez ha perdido, sin embargo, no puede evitar el comentario: Yo también te quiero…

Juegos

Escuchan por tercera vez la seguidilla de canciones, saben que lo que han decidido no cambiará jamás el curso de sus vidas, que existen otras vidas que deberán o simplemente decidirán vivir. Salen separados. Un beso furtivo y ya está.

La escena se repetirá varias veces ese verano, el calor y la locura de la estación ayudará a asentar este amor que exuda rabioso y permanente, que se palpa en el sudor de sus espaldas, que les hará vivir juntos y desear no haberse conocido, que les hará tener un destino en común que al cabo de los años les convertirá en amantes, amigos y hermanos. Todo junto en una sola amalgama que otros llaman vida. Compartirán un sino equivalente y por lo mismo absurdo, se amarán en cada oportunidad, porque se conocen, porque lo saben y porque pueden, con rabia, con pasión, con resignación, con olvido y con el corazón. No importará quién esté de por medio, sólo esta fuerza irrefrenable les unirá miles de veces a lo largo de sus vidas, pero ellos no lo saben en este punto. Lo sabrán más tarde o tal vez ni siquiera se den cuenta…

La celebración del carnaval ha comenzado. No han acordado nada, pero irremediablemente llegarán al mismo punto de reunión. El lugar está abarrotado, miles de brazos expectantes se alzan al compás de las canciones, Muchos se besan furtivos en las esquinas y se abandonarán al terminar la noche.

Ella llega tarde pero entera, con su grupo de amigas ruidosas y desafiantes. Atraviesan el túnel que conduce al salón principal. De pronto flashes de fotografías golpean sus ojos que recién se acostumbran a esta media luz.

Ella lo divisa a lo lejos, ebrio y decidido, rodeado de sus amigos que ríen, beben, se abrazan cariñosos, en una hermandad que extraña y primordial existirá después de este día.

Bailan todos. Juntos. Por separado. Beben todos. De pronto ella siente otro flash molestoso en sus ojos, siguiendo la luz ve que él ha escondido la cámara en su bolsillo. ¡Payaso! Dice ella molestada. Él no reparará del comentario y fingirá no haberla enfocado. Ni siquiera hablan. Ese día no se irán juntos ni se verán. Han empezado a aceptar su destino como tal y no se persiguen.

Ella sale tarde y abruptamente con sus amigas, una pelea ha empezado. Alcanzan a ver nítidamente como las sillas vuelan por las cabezas de los danzantes. Es él y sus amigos, a puñetazos con quién sabe quién. Ríe fastidiada y se marcha.

Años más tarde descubrirá las fotografías en la habitación de él y se dará cuenta de muchas cosas que hasta ahora ha pasado por alto.

Certezas

Amanecen abrazados en la playa, con el sol golpeando fuerte sus cabezas y los pájaros cantando alegres hace rato. Lento se dirigen a la casa donde él se hospeda.

Luego de una ducha y un escuálido desayuno, se dirigen a la cama, frescos y sonrientes. Se miran, se tocan, se abrazan, se aman nuevamente y luego una vez más.

Él decide traer una jarra con agua fresca en caso de necesidad. Ella ríe divertida la ocurrencia y se pasean desnudos por la habitación, con el sol entrando a raudales por la ventana. Es medio día.

La música acompaña el momento y no hay preguntas ni frases comprometedoras. Sólo la fresca proximidad de sus cuerpos y su conversación certera y animada. Nada más existe, nada más existirá nunca más.

Ella lo entiende tan simple y llanamente, como si hubiera sido un secreto a voces, por mucho tiempo guardado en su cabeza. Todo lo anterior, el sufrir, el cuestionar, el dolor, todo aquello desaparece a la evidente presencia de esta conclusión. Cuando él empieza a contar lo que ha sucedido en este tiempo de ausencia, ella cierra sus labios con un beso. Realmente no importa ya.

Acaricia la cadena con el mapa de la tierra que él juró defender y piensa que no hay necesidad de sentir celos de una quimera, representada tan sencillamente. No hay necesidad de hilar más fino esta historia, porque lo que el tiempo les tenga reservado, será siempre de la misma forma. Porque ambos lo han permitido, porque también existe medida en este amor que se profesan, porque ambos han aprendido en este día soleado de verano que no hay nada más allá de este momento. Que siempre estarán juntos como están en este minuto de sus vidas, y que no importa nada más. Permanecerán juntos largo tiempo, este día y los venideros, porque así lo han decidido, porque no hay amor más grande que la libertad de poder amarse, sin preguntas, sin mañana, sin ayer y sin quizás. Así lo escriben con besos y voces entrecortadas esa tarde de verano. Pronto se dan cuenta que el agua de la jarra se ha ido. Ríen y él, amable y servicial, trae más.

Sin Palabras

Han pasado los días y las semanas. Todo parece haberse acomodado de una forma novedosa y que no molesta, que pareciera que siempre estuvo allí. De amor nadie muere ha repetido ella hasta el cansancio y ha logrado creer en la premisa.

El verano, macho, tórrido y volátil se asienta en el pueblo una mañana, sin que a nadie haya pedido permiso. Todo está olvidado, todo está pasando, todo volverá a suceder.

Se acicalan las jóvenes amigas. Esa noche, la fiesta empieza temprano. El calor de la tarde las ha llenado de energía. Avanzan decididas, con olor a agua dulce, bronceador, arena y sol. El pequeño camping donde se apiñan demasiadas carpas huele a tragos trasnochados, floripondios, mate, humo y marihuana. Todos están ahí, en un crisol de ideas, modas, poses y peinados, con un mismo objetivo, vivir una vez, a todo pulmón.

Se dirigen las amigas, preparadas para lo que venga, con unas pocas monedas en el bolsillo y menos ropa todavía a la discoteca del momento, en el pequeño pueblo estival.

Ella ríe, por primera vez sinceramente, como hace rato no lo hacía. Ayudan a esa risa contagiosa las tres cervezas consumidas en la playa y las pitadas de marihuana que comparten, escondidas y apuradas.

Entran a la disco. La música ensordecedora, las luces, el humo de cigarrillo y todos sus amigos apostados en distintos lados del local, llenando los espacios, como pequeños primates estableciendo territorio.

Bailan desenfrenadas, felices, ebrias, alucinadas. Comparten más droga y más alcohol. Voy cruzando el río, sabes que te quiero… suena la canción y cantan a todo pulmón, en un paroxismo de euforia que efectivamente sólo se vive una vez.

Ella entra al baño rapidito, se acomoda el breve top y regresa a la pista. Al salir, y justo frente a ella, con su sonrisa ancha, su voz sonora y su cadena con el mapa de la tierra que juró defender, ¡frente a ella!, nuevamente la figura nítida de él, completa, palpable, ideal. Su suéter acompaña su bronceado. Ella no puede hablar, no sabe qué decir. Él la toma por la cintura y le planta un beso sonoro en su mejilla, preguntando burlón, ¿qué haces aquí tan desnudita?

Vine con mis amigas, dice ella por toda defensa y argumento. Él se acerca nuevamente y le ordena, déjate de leseras de amigas y bailemos.

Los parlantes de la disco justo detrás de sus cabezas y de pronto, la canción más en boga de ese verano, suena atronadora a sus espaldas:   No sabes cómo te deseo, no sabes cómo te he soñado….

Se abrazan y se funden en un beso.

El humo cubre su salida, los besos evitan las preguntas…

Ausencia

Por un tiempo sin tiempo, que parecen décadas, que parecen siglos, ella ha rumiado la noticia que su Amiga le ha dejado caer, como un pesado lastre en sus sentidos. Sin saber qué hacer, ni cómo reaccionar, enfrenta lentamente cada palabra, tratando de darle un significado distinto al que realmente tiene, como buscando una explicación que no existe, una vuelta escondida en esta extraña cinta en la que se ha convertido su vida.

¿Cómo hacer para escapar de los recuerdos? ¿Cómo hacer para compaginar todo este sentimiento, esta mezcla pegajosa y cargante que le brota por todas partes, que busca una salida, sin poder hallarla. Sólo es ella, ahora frente al espejo, tratando de poder digerir esta verdad, que no peca pero incomoda, como dicen sus amistades.

¿Qué hacer?

Intenta alejarse de todo recuerdo, de toda filiación o de siquiera una cierta asociación con él y con lo que significa. Trata.

El tiempo pasará, y este sentimiento extraño y difícil de explicar se irá transformando en una mezcla espesa y difusa, un pequeño cocimiento que además de su infinito y frágil amor, contiene desdén, contiene furia y contiene esperanza.

El tiempo pasará y con ese tiempo, las estaciones. Todo se aproximará, decantado,  a una verdad más pausada y breve, menos dramática, más aterrizada.

Ella aún tiene sus libros y sabe que algún día él volverá, aunque sea a buscarlos. Ahí se verán las caras.

Ella no sabe que será más pronto de lo que espera.

Confesiones

Ayy amiga, me siento tan inútil hoy – dice ella, dejándose caer pesadamente en el sofá de la casa de su Amiga del alma. Siempre se han apoyado, animado y reconfortado en todas las situaciones que la vida les ha hecho enfrentar.

Esta conversación había estado pendiente mucho tiempo y aunque ella ha sentido que es necesario un cambio y que muchas veces lo ha visto frente a frente, cubierto por la rabia de los hechos, no puede evitar sentirse débil y desvalida.

Ella siempre evitó tocar el tema y sabía que él no era santo de la devoción de su Amiga. Aunque la Amiga desconocía en gran parte la verdad y aunque ella se había empeñado en bajar el perfil de la situación, ahora ya no podía más. Esta dicotomía asfixiante realmente le alteraba en grado sumo y sentía la necesidad de comunicarse. De él no habían habido noticias en meses y aunque parecía que toda la historia de la Causa estaba decantada por el momento, siempre estaba presente, en sus pensamientos, como un ente amorfo que los separa.

La casa de su Amiga era acogedora y agradable y era una excelente escucha y su mejor amiga. Ella respiró profundo y empezó:

Siento que estoy en mitad de un mar embravecido, en un botecito de segunda, sin tener nada más que hacer que sólo resistir. Odio esta sensación, odio que exista este ser fascinante y yo no pueda ni siquiera rasguñar su gruesa coraza y sacar para mí un pedazo de su corazón. Tal vez no soy lo suficientemente buena, tal vez no soy lo suficientemente interesante o qué sé yo.

En este punto, su Amiga le hace una mueca de silencio y se esmera en explicar que no es así como las relaciones funcionan, que si ella ha sentido que existe el amor entre ellos, es porque está ahí. Que no depende de ella completamente y que, por lo demás, esperar que alguien sea perfecto y le haga feliz de todas las maneras posibles, es una licencia que uno se da, pero que no necesariamente la vida le permite.

Así va su Amiga desarmando todas la teorías que ella tiene, hasta topar única y exclusivamente con la distancia física que los separa y con la manía enfermiza de ella de facilitar las cosas en un grado más allá de toda comprensión.

Finalmente, concluye decidida, si el hombre le ama, luchará, y se dará cuenta que es en esta vida donde nos jugamos nuestras cartas y hacemos lo que nos corresponde.

Toda la retórica de su Amiga es tan bien intencionada, que ella no se atreve a develar que es por él que sufre, que es a él a quien ama y que aunque su Amiga tiene razón, a una parte de ella, nada le importa con tal de amarle.

Porque se conocen desde siempre y ya muy entrada la noche, su Amiga finalmente logra entender que el problema de ella tiene nombre y apellido y ,sin mediar ninguna consecuencia con lo que va a decir, arroja esta verdad en su cara: él está comprometido, vive con alguien en una ciudad cerca de ahí y fue esa mujer quien le salvó de haber terminado en la cárcel, por sus actividades subversivas con el grupo fundamentalista. Que son todos una manga de terroristas de mala muerte, revoltosos y enrabiados, luchando por una tierra que ni siquiera los reconoce como sus hijos…

Todo lo que ella sentía ,de pronto, estalla en su corazón. Sólo los pedazos quedan alojados en su pecho.

El Libro

Ella ha leído veinte mil veces sus libros, sólo para encontrarse con su aroma atrapado entre las páginas. Cómo ha querido abrazarle, cómo ha querido que todo sea como ese verano cuando se conocieron. Pero el tiempo inexorablemente avanza.  Él se ha ido.

Lo último que supo era que estaba cerca de un gran bosque de pinos y que no había nada más. Toda la retórica de la Causa se había mantenido pero algo, un dejo de su voz, parecía indicar que ya no había el mismo entusiasmo.

Ella pasa a la página siguiente, y aunque se sabe el final de memoria, sueña que comparte sus impresiones con él, que se abrazan tiernamente…

Pero ¡qué tonta! jamás ha habido ternura, jamás ha habido un sueño en común, ¡qué tonta! se recrimina nuevamente, en la soledad de su habitación. Arroja el libro lejos y se queda masticando su dolor, su desesperanza y su despecho.

No importará ahora si él viene o no, si la Causa avanza, se estanca o muere. Ya nada le importará. Por arte de magia, una nueva actitud ha surgido, todo será muy distinto de ahora en adelante…

Sin Promesas

Le miro y no puedo creer lo que está pasando, repite ella en silencio, como una oración, como un quejido. Todo ha sido tan confuso y sorprendente, no hay palabras, no las hay.

Él espera que ella pueda entender que más allá de todo, está esta causa que lo arrastra, que lo lidera, que lo subyuga a un destino que no le pertenece. Sabe que el lugar es remoto, que la gente es distinta, pero sin embargo y muy profundamente, siente, cree, afirma, es su causa.

He de dejar todo de lado, vida mía, canta él, al arrullo de la radio. Qué irónico es todo. Qué sincera y a la vez bestial es esta verdad que estaba debajo de este hombre fascinante, divertido, ideal.

Tu sonrisa es todo para mí, dice ella de pronto, rompiendo el pacto de no amarse. Ehhhh! corrige él, ten cuidado. Yo no puedo amarte, yo no puedo amar a nadie. Yo no puedo tener más vida que esta vida que ya elegí…

¿Por cuánto tiempo esta vida te ha elegido?  No te das cuenta que los héroes están todos bajo tierra! Cómo puedes ser tan inteligente y a la vez tan imbécil!!  ……. Cómo poder gritarle todo esto en su cara, mientras él afina, seguro del silencio de la audiencia,  el discurso sobre la Causa y los porqué. ¿A quién quiere engañar?, cuando esto es meramente por un sentido de pertenencia que jamás ha tenido, porque siendo quién es, siempre ha sido repudiado.

Cómo poder pinchar este globo molestoso y abrazarle lentamente y decir, yo soy tu causa…

Nos veremos pronto, dice él, estaremos en contacto. Te dejo mis libros, cuídalos, léelos. Sé que los disfrutarás.

-No más que tu CD de Alan Parson’s Project.

-NO, ese sí que no, por ningún motivo!!, sonríe