Dejo caer esta lluvia blanca y fina sobre la mezcla untosa. Junto todo con delicadeza, mientras mis oídos se colman de tonadas y risas. Mis recuerdos me evaden lentamente a un tiempo anterior donde todo era mullido y suave. Te extraño.
Hundo mis manos en la mezcla y siento su tibieza. Es oleosa y suave, es perfumada de memorias y de sabias tradiciones. Amaso con fuerza, juntando los pequeños pedazos en una sola bola blanca y respiro nuevamente los olores de mi infancia. La calidez y el olor de la madera. Las cáscaras de naranja puestas al borde del cañón de la cocina. Busco la antigua botella pisquera que ha servido, desde que tengo memoria, para este menester y con paciencia y con el recuerdo de los años, corto y estiro delgados discos de masa blanca. Te recuerdo.
Se va llenando el paño de cocina, poco a poco, con las formas triangulares ya llenas. Se prepara el aceite al otro lado de la cocina, en la gran olla negra. Miro de pronto y te veo sentada en la esquina de la mesa, cavilando en tus propios pensamientos, hilvanando eternas costuras, observando en silencio la obra de nuestro empeño, representado en esta tradición familiar. Miro mis manos y por segundos que pasan sin prisa, veo las tuyas dibujadas en las mías. Te extraño.