Testigo

Las flores del cerezo ya habían caído. Yo leía en el jardín, mientras del gran portón de la casa del vecino se escabullía la silueta de un auto. Un humo gris y espeso salía del escape, inundando toda la calle.

El mirto protegía mi presencia, mucho más que el cerco desvencijado que me separaba de la otra vereda. El padre de mi mejor amiga, aquella a la que le fascinaban las arañas, huía en medio de la tarde, después de ver que su amante había abandonado la casa de citas del vecino.

 

N de la R: Segundo ejercicio del taller en el que participo. El «escritor» se sitúa imaginariamente en una ventana y elige nueve sustantivos de entre todos lo que ve a través de ella. Con esos nueve elementos, compone una historia de no más allá de cien palabras.
Anuncio publicitario

No Recuerdo

Haber estado tan cerca de ti en un tiempo anterior. No recuerdo haber sentido tu olor y haber besado tu espalda, en un tiempo anterior. Recuerdo sí tus ojos color esmeralda y el perro ovejero que cuidaba tus pasos y paseaba contigo en las tardes, después del almuerzo.

No me acuerdo de nada más que de tus ojos y sin embargo, tengo tu semblante pegado en mis sueños, tengo tu aroma desembarcado en mi nariz y tus manos tomando posesión imaginaria de mis concavidades. Tengo tus caricias dibujadas en mi espalda y mis besos tatuados en la tuya. Tengo memorias que no son mías y quisiera entrar en tus recuerdos, ver tus fantasías, retozar en tus pensamientos y descubrirte, otra vez. Una vez. Alguna vez. Muchas veces.

 

De Viaje

Fue entonces que se decidió. Dobló y arrojó histriónicamente los documentos al otro lado de la cama. Tomó los zapatos de deporte, el polar, los pantalones de escalar, las calcetas de algodón y un par de calzones por si hacían falta y los metió en el bolso. Cerró el laptop con ternura y también le empacó, cobijado por su propia funda color vainilla. Estaba segura. Muy, muy segura.

Revisó el ticket otra vez. Acarició la línea punteada de la tarjeta de embarque. Eran una falta de imaginación esos boletos electrónicos, pensó enseguida. Se acomodó con el libro sobre su falda y comenzó a calentar la cucharilla en el mechero. Iba a ser un largo viaje.

boarding pass

Tus Manos

Dejo caer esta lluvia blanca y fina sobre la mezcla untosa. Junto todo con delicadeza, mientras mis oídos se colman de tonadas y risas. Mis recuerdos me evaden lentamente a un tiempo anterior donde todo era mullido y suave. Te extraño.

Hundo mis manos en la mezcla y siento su tibieza. Es oleosa y suave, es perfumada de memorias y de sabias tradiciones. Amaso con fuerza, juntando los pequeños pedazos en una sola bola blanca y respiro nuevamente los olores de mi infancia. La calidez y el olor de la madera. Las cáscaras de naranja puestas al borde del cañón de la cocina. Busco la antigua botella pisquera que ha servido, desde que tengo memoria, para este menester y con paciencia y con el recuerdo de los años, corto y estiro delgados discos de masa blanca. Te recuerdo.

Se va llenando el paño de cocina, poco a poco, con las formas triangulares ya llenas. Se prepara el aceite al otro lado de la cocina, en la gran olla negra. Miro de pronto y te veo sentada en la esquina de la mesa, cavilando en tus propios pensamientos, hilvanando eternas costuras, observando en silencio la obra de nuestro empeño, representado en esta tradición familiar. Miro mis manos y por segundos que pasan sin prisa, veo las tuyas dibujadas en las mías.  Te extraño.

manos

La Bufanda

Me miro al espejo en un ejercicio que casi nunca ejecuto y acomodo la bufanda que queda holgando mi cuello. Observo con atención mi semblante y veo las ojeras primeras, producto de la hora de la tarde, el cansancio y el dolor que me ha provocado la vida estas semanas. Miro con atención y reconozco tu imagen en la mía, siento tus manos en mis manos y tu olor a carbón de leña, jabón de tocador, lavanda y sol.

Claramente estás conmigo, en mis gestos, en la onda de mi pelo sobre la frente y en los ademanes apurados a la hora de partir. Te extraño infinitamente. Te extraño hoy más que nunca y miro el reloj. Son las diecisiete con treinta minutos.

Una llamada telefónica, media hora después, me explicará porqué acomodaste mi bufanda y te despediste de esa forma tan sútil y suave.

bufanda

Si Sueño

Si sueño contigo, se me viene el mundo encima. Si sueño contigo, mi alma se desvanece en pequeñas partículas insípidas que no vuelven a pegarse juntas nunca más. Si sueño contigo, mi corazón se rompe lentamente, como una piedra de granito golpeada por el mar. Si sueño contigo, se vienen esperanzas que no quiero, recuerdos que no espero y lágrimas que no puedo mantener.

Si sueño contigo, el dolor me lleva por delante, me ataca en síndromes recurrentes que no dejo de pensar. Me caldean mi cerebro y me cortan la razón. No hay palabras de aliento ni vida, sólo sueños indeseables, sólo imágenes sin fuerza ni destino, sólo recuerdos sin vida.

sueño

Amanecer

Detrás de la montaña, la suave luz va abriendo su propio espacio entre la niebla y las estrellas. Empuja con fuerza, sin embargo, el pesado velo negro que cubre el cielo. Los colores de la aurora van saliendo uno a uno hasta formar la paleta colorida de rojos, naranjas y amarillos. Las nubes se acomodan obedientes y el viento las despeina un poco, para romper su simetría.

El aire se siente nuevo, primigenio, animoso. Trae recuerdos y esperanzas. Trae el nuevo día.

amanecer

Miradas

Entonces, reconocí la mirada de la fotografía, aquella que por tantos años no había podido definir en mi mente, aquella que me perseguía por las noches, oculta en mis sueños. Ahora ya sabía quién era. Mi corazón dió un salto y la sonrisa iluminó mi cara. Estaba todo claro.

En paz finalmente con mi conciencia, con mis recuerdos y con esa voz esquiva que me perseguía, pude seguir durmiendo. De pronto, los ladridos en la calle me sacaron de mi descanso, levanté la cabeza y traté de aguzar mi oído. Unos borrachos discutían acaloradamente, mientras la lluvia caía. Presté atención. Miré por la ventana y entre la bruma, pude ver su cara.

ventanal

 

En el Tiempo

untitle

Llama a la mamá, dijo sin prisa, presintiendo que la respuesta iba a ser críptica y plana. Eran tan distintos los días ahora. Cada uno era tan diferente a los que recordaba de su niñez. Salía tímido el sol por el horizonte y aunque no había ninguna memoria de amaneceres, sin duda que los días eran distintos entonces.

El peso de las estaciones se marcaba en su semblante. Las pecas habían aumentado por tantos veranos  acuñados en su piel. Ahora, el invierno se venía lentamente, con sus cargas de noches eternas y sus grises sin pausa. Todo se precipitaba a un ritmo ajeno a nada más. Llama a la mamá, insistió, y la respuesta fue escueta y cortante. Habían perdido el nexo, la complicidad, los sueños. Sólo la vida pasaba por enfrente y les daba caminos para seguir, las distancias les separaban inapelablemente. Esta era la etapa más ingrata del crecer, cuando los viejos se marchaban para siempre, cuando sólo quedaban los olores atrapados de la infancia, los paisajes retenidos en la memoria, ya no estaba la vetusta casa familiar para acoger sus miedos ni sus súplicas, sólo la vida, sólo la vida.

Negación

No podía respirar el mismo aire. Los gritos histéricos y desconcertantes llenaban el espacio y llegaban hasta lo más recóndito de su alma. No podía, no podía soportarlo. Se vistió con el abrigo color canela y se calzó sus zapatos de deporte. Abrió la puerta mientras los aullidos seguían llenando la habitación y avanzó a paso vivo por el camino. Trastabilló. La luz de la luna no estaba por ningún lado. Corrían sus pies por la gravilla suelta del sendero, mientras retumbaban en sus oídos los susurros del viento y sus palabras.

Avanzó varios metros y el ruido del motor del vehículo hizo correr su corazón a mil por hora. No quería ser vista por nadie, no podía ser encontrada, el espacio descubierto en esta noche entre el miedo y la soledad era único. Se rehusaba a hablar con nadie y menos olvidar. Volvió a escuchar el ruido del vehículo y se ocultó entre la vegetación. No quería, no quería soportarlo. Se hundió entre el pasto y permaneció ahí por horas, mientras el miedo se iba yendo, por el camino que dejaban sus lágrimas.

noche

Ser

tormenta

Hago una tormenta en un mar de posibilidades y aún no sé adónde voy a llegar con mi existencia, aún no sé dónde convergen mis apreciaciones ni hacia dónde va mi destino. ¿Lo tengo? ¿Quiero tenerlo?

Me despierto en un sobresalto que me vacía el alma y deja mi corazón pegado a mi garganta. Miro a todos lados y sólo veo la ventana y las delicadas hojas del árbol que me protegen desde que tengo memoria, aquella misma memoria que quisiera borrar de un soplido y poder empezar a llenar de nuevo, día a día, al amparo de la experiencia que me precio de tener.

Escucho con atención los latidos de la ciudad y los míos y no logran sincronía. Estoy, existo, soy, pero de una forma diferente, al amparo de la experiencia que me precio de tener.

Hago una tormenta en un mar de posibilidades y aún no sé adónde voy a llegar con mi existencia.

Evadido

snowboard

Quiere escapar. Es la premisa que viene a su cabeza. Quiere escapar. Sentado, disfrutando la vista, no hay sosiego. Evadirse y bajar corriendo esta montaña imaginaria, como en el invierno, cuando se desliza desatado por la pendiente. Quiere escapar. Como un conejito asustado, atrapado en su propia estupidez, contempla sin mirar el panorama y la vista del reloj de arena sobre la mesa le perturba. Las noticias traen historias de otras realidadades. Entran por sus oídos y salen rápidamente sin afincarse en su cabeza. Sólo escucha su propio corazón saltando, tratando de traspasar su pecho, en busca de lo hermoso, lo sublime, lo abyecto y lo perverso que está afuera de este lugar.

Mira a su alrededor y planea una ruta. Planea una evasión dramática y silente, pero cae en cuenta que está solo. Quiere salir, pero no sabe adónde, quiere escapar pero no encuentra cómo. Sencillamente, abre la puerta de la habitación y respira aliviado. Este solo ejercicio le devuelve el sosiego. No hay rutina, no hay tedio. Es esta realidad la que quiere. Es la energía mágica que fluye de su ser la que necesita, aquella que le infla sus venas, que le hace pensar a mil por hora y que, de buenas a primeras, le hace reaccionar tan locamente. Quiere escapar, porque el sopor de los hechos le aplasta. Quiere deslizarse por la pendiente de la vida a toda velocidad y ser el dueño de su tiempo, pero a la vez estar a la deriva.

Regresa aliviado a las noticias. Cierra la puerta suavemente. Ahora se concentra. Ahora sabe dónde está.

Amnesia

No consigo recordar qué es un hada, afirma con dificultad, relegando sus pensamientos al otro lado de su mente. Mira a su alrededor, sin ver, sin darse cuenta de ningún detalle y escucha su propia voz repitiendo la frase.

En un esfuerzo absurdo, abre sus ojos de nuevo, pero la respuesta es la misma. El blanco opaco de la habitación le inunda suave y se tranquiliza por instantes que van y vuelven como un carrusel animado y silente, que le confunde. La luz entra a raudales. Sigue sin encontrar consuelo, sigue sin dar con una mísera clave, un camino, una pista que le indique dónde quedó todo. El aroma del aire es diáfano y delicado, profundo y sereno. No hay caso, no consigue hilar nada. Todo a su alrededor es ajeno, todo a su alrededor es nuevo. De pronto cae en cuenta que todo, además, duele. Se acerca el médico y le entrega el resultado.