Magnolias

En primavera, el gran árbol de magnolia me deleita con su aroma y por eso dejo los postigos abiertos, mientras camino. Me recuerdan un estado superior, un tiempo donde no había tiempo, sólo tus ojos y los míos, sólo nuestros abrazos.

He mandado a cambiar la alfombra del pasillo, las cortinas y el papel decomural, pero aún así, estás presente en todo. Te veo desde lejos y no puedo aletargar mi corazón que viaja desbocado, amenaza con salirse de mi pecho y dejarme aquí botada, sin vida, porque no es vida la que llevo. No hay llanto que limpie mi tristeza, no hay sermón que cure mis recuerdos. No hay pecados, no hay perdones. Sólo tú. Sólo tú y el aroma de las magnolias colándose por mi ventana.

Camino por el balcón. Intento leer. Escucho tu voz al otro lado de la calle. Miro con permanente atención tus movimientos. Guardo las manzanas más hermosas e imaginariamente las llevo ante ti, en mi regazo. Me miras y por un instante, estamos juntos, como aquella tarde de invierno, como bajo ese aguacero. El aroma de las magnolias transporta tu mirada. Tus ojos azules como el mar. Ese mar insondable y perpetuo que está en mis memorias. Ese azul que me hundió en la pasión, que me emborrachó de amor. El aroma de las magnolias transporta tu mirada.

Camino despacio por el balcón. Despacio y sin hacer ruido. El árbol de magnolias cubre mis lágrimas. Oculta el sol de mi desdicha y en las noches de luna me deja ver tu silueta en la calle, mientras me miras.

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No Recuerdo

Haber estado tan cerca de ti en un tiempo anterior. No recuerdo haber sentido tu olor y haber besado tu espalda, en un tiempo anterior. Recuerdo sí tus ojos color esmeralda y el perro ovejero que cuidaba tus pasos y paseaba contigo en las tardes, después del almuerzo.

No me acuerdo de nada más que de tus ojos y sin embargo, tengo tu semblante pegado en mis sueños, tengo tu aroma desembarcado en mi nariz y tus manos tomando posesión imaginaria de mis concavidades. Tengo tus caricias dibujadas en mi espalda y mis besos tatuados en la tuya. Tengo memorias que no son mías y quisiera entrar en tus recuerdos, ver tus fantasías, retozar en tus pensamientos y descubrirte, otra vez. Una vez. Alguna vez. Muchas veces.

 

Noche de Verano

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La noche se había tornado insoportable. El calor del verano entraba por todos los rincones de la casa. Había sido un día extenuante. Todo sucedía de la misma forma una y otra vez. La luz de la luna hacía brillar cada superficie e iluminaba cada habitación. Las ranas croaban desatadas y nerviosas y los pájaros nocturnos aleteaban en eternas rondas por el espacio.

No había un rincón en su habitación en que el aire no fuera asfixiante y denso. Se dio muchas vueltas apartando las sábanas, abriendo la ventana. El lejano rumor de la ciudad le alcanzaba por momentos, en ráfagas que hubiera jurado que eran el viento. Habían intentado invadirla por segunda vez. El humo de la pólvora recorría el aire en todas direcciones, haciéndolo más denso e irrespirable. Se escuchaba a lo lejos baterías de cañones. El calor seguía arreciando, como si fuera mediodía.

Se levantó en silencio y sigilosa recorrió los metros desde su habitación hasta el baño. Su camisón vaporoso le acompañaba en una visión fantasmal, mientras en el horizonte se veían relámpagos de fuego. Tenía miedo, como todos los demás, pero no había conseguido dormir. Abrió la puerta con cuidado y se desnudó. La claridad de la noche le hacía ver su silueta sin necesidad de luz. Cogió su cabello en un moño alto y de pié, empezó a llenar la vieja palangana de loza. Tomó una esponja y lentamente dejó correr el agua por su cuerpo. Todo se redujo a este minuto. Los recuerdos, el miedo, el sopor, el estío, los relámpagos y el fuego, todo desapareció en este breve instante y mientras las gotas de agua bajaban por su cuerpo en carreras desatadas, perdiéndose entre el calor de sus miembros y el pulso de su sangre. El calor iba cediendo por segundos y por otros, volvía desde su interior. Seguía recorriendo con cuidado sus carnes desnudas ayudada de la esponja y seguía sintiendo que las gotas le invadían y le refrescaban, alegres. Las ranas seguían croando afuera desatadas, esperando el vital elemento en sus charcas, secas y polutas. La aves nocturnas seguían dando giros eternos por la noche, mientras la luna iluminaba no sólo la habitación, sino sus sentidos por completo.

La palangana conservaba el frío del agua por minutos largos y exquisitos, mientras la esponja seguía absorbiendo y dejando caer, a lo largo de sus extremidades, la incomparable textura del líquido vital.

Los cañones escupían pólvora, humo y miedo. Las carreras silenciosas de las gotas de agua siguiendo los recovecos de su espalda, le ayudaban a evadir el horror que se cernía en el horizonte. Era todo tan incierto. Sólo su figura existía con seguridad, sólo el agua le devuelvía la cordura, le tranquilizaba y le daba esperanza. Croaban las ranas, graznaban las aves nocturnas, los relámpagos de pavor se dibujaban en el horizonte, la luna iluminaba todo. 

Existes en mis Sueños

cascada

En la insomne superficie de la luna existes, en la ignominiosa faz de esta tierra existes. En una broma, en una canción, en un vacío, en un todo encerrado por la vida misma, existes.

Te veo más allá de mi propio horizonte, te siento más allá de mis sensaciones y te huelo más allá del mar.

Cae la cascada en una columna movible, blanca, ruidosa, aplastante, continua. Crece la naturaleza incólume entremedio de sus gotas, convertidas en torbellino, en chapuzón, en fuerza descomunal y amenazante. Se elevan tímidas las formaciones de musgos y líquenes, escalando la cañada, ganándole la partida a las piedras desnudas que se despojan de todo para dejar pasar el agua. Existes aquí también.

Y en el húmedo recoveco de la pequeña laguna, profunda y prístina, existes. Dejo pasar tus formaciones, abro mis sentidos a tu imagen y me baño en tu humedad. Entramos en un mismo todo, convertidos en la conclusión del horizonte. Avanzas como el río, cristalino y poderoso, refrescas mis pensamientos, batallas con la roca, con el mineral duro, primigenio, gris pero alerta, con vida conferida por el agua, que avanza, rompe, talla y suaviza en el camino. Existes en mis sueños, como este río infinito que se abre paso, como esta cascada que penetra en la laguna, existes en mis torrentes y mis días, en mis lunas y mis tierras, en mis aguas y mis rocas. Existes en mi realidad y puedo olerte, tocarte y beberte.

Te veo más allá de mi horizonte, te siento más allá de mis sensaciones y te huelo más allá de mi propio mar.

Los Saru

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Los Saru se acomodan en la gran tina, escapando del frío del exterior. Se acarician sensuales y breves, buscando provocar el menor disturbio del agua, que fluye interminable de la fuente, adornada con la gran boca de bronce que asemeja un ostión dorado.

Se llena la tina lento, el agua ruidosa y clara acapara sus sentidos, se acicalan entre sí y se abrazan tiernamente cubriendo lo que queda de sus cuerpos bajo el agua.

El vapor inunda el lugar, el agua sigue fluyendo, la acústica del espacio invita a relajarse. Se estrechan de nuevo pausados en una experiencia sensitiva y nueva, cada minuto que permanecen en la tina. Se mantienen horas, perfectamente relajados. Han esperado este momento por días y el instante es eterno, grácil y delicado. Se prolonga en sus mentes, en sus cuerpos, como se prolonga el agua cubriendo sus latidos y sus voces. Se acercan nuevamente. Se acarician renovados, en un éxtasis secreto y silencioso. El agua les cubre, ahora, completamente. Caen los pequeños pétalos blancos y rosados en la tina y se completa la suavidad del elemento con el perfume tierno de las flores. Los Saru se vuelven a acicalar e incluso de masajes se llenan, palpan sus cuerpos nuevamente y descubren las zonas más sensibles. El agua es el catalizador perfecto. Avanzan las horas.

Calmados, abandonan la tina mucho tiempo más tarde, callados, perfectamente en armonía con el resto de las cosas. Tendrán la energía suficiente para seguir descubriéndose, lento, pausado, breve, como es la experiencia arrolladora, pero suave de la tina.