Siempre se había preciado de ser empático y un agradecido de la vida. De mirar en los ojos de sus hijos y sentirse plenamente feliz. Nada podía empañar ese sentimiento. Cuando pensaba en ello, su rostro se iluminaba con una sonrisa amplia, dulce, completa. La misma que dibujaba Sofía, su hija mayor, en los soles arriba de las casitas de papel del jardín de niños. Era el invierno de 1993.
El General Romeo Dellaire apareció en televisión con su uniforme color caki, contando la cantidad de brazos por un lado y de cadáveres por el otro que habían dejado las tropas de los Interahamwe. Por primera vez, una matanza tan atroz era mostrada al mundo de la manera suscinta y aséptica de la televisión por cable. Algo dentro de Rafael se removió. Algo que aún hoy no podía explicar con claridad. Ni siquiera a ella era capaz de decirle qué había sido.
Buscó con frenesí sus apuntes de la universidad y su título. Liquidó en un dos por tres el depósito a plazo que tenia reservado para las próximas vacaciones en Miami y compró un pasaje a Africa. Su padre lo miró perplejo cuando fue a despedirse y terminó de entender que no conocía a su hijo. Aún pensaba que era el niñito temeroso que recogía todos los sábados para ir al parque de diversiones. Los momentos compartidos a medias, por media familia. La separación de sus padres siempre afectó a Rafael más de lo que se atrevía a declarar. Eso lo sabía ella después de muchas veces que le escuchó la firme determinación de no separarse, por ningún motivo o circunstancia. De declarar que «no le haría lo mismo a sus hijos». Era siempre la piedra de tope. La causa de sus conflictos. Lo que la empujaba a sumergirse en aquellos Manhattan. Ahora eran los Manhattan, pero siempre había bebido. Mucho.
Rafael llegó a Kigali, con la esperanza tonta de encontrarse con el General Dellaire, pero el conflicto había pasado la cresta de la ola de los medios. Habían otras cosas que atrapaban la atención de los televidentes. Otras cosas más importantes. Más fáciles de explicar, enunciaría él en su primer reportaje. Aquel que le costó dos resmas de papel escribir. Había perdido la práctica, diría más adelante, pero la verdad es que estaba extasiado por el morbo. Intoxicado con los colores y las complejidades del continente. Paralizado de terror por las incursiones armadas que se escuchaban cada noche. Los soldados que quedaban dando vueltas, le aconsejaron con paciencia que abandonara el lugar. Que llamara a su medio de comunicación para que lo evacuaran. No había tal medio. Estuvo escondido en un cuartel, atemorizado, por dos días pero no era del tipo «héroe». Tomó sus cosas y partió.
El resto lo terminó en El Cairo. Siempre había querido ir y la distancia, el cambio de paisaje y de cultura le dieron el ángulo preciso para terminar la historia. No estaba muy seguro a quién se la había escrito y los fax que intercambiaba con su padre no le daban claridad de la razón. Extraña a sus hijos más que nada otro. No sentía el desarraigo absurdo del que hablaban todos los que conocía y que habían estado lejos. Estaba a gusto. Se sentía raramente feliz. El vallet le comentó que no había visto a otro periodista de su país en al menos seis años. Eso le dio la clave y mientras escuchaba en la televisión que el genocidio de Ruanda fue financiado, por lo menos en parte, con el dinero sacado de programas de ayuda internacionales, decidió darle un giro a su historia. Modificó lo necesario y se la envió a su hermano. Los cheques por los derechos no tardaron en ser depositados en su cuenta. Llamó a su esposa. Habló con sus hijos. Llamó a su padre. Pagó el hotel, compró souvenirs; algo que se le haría una costumbre, empacó y regresó. Nunca vería un machete de la misma manera. Nunca sentiría nada de la misma manera. Ya no era el mundo de la misma manera. Se lo comentó a ella tiempo después, cuando la conoció y sintió que sus piernas le temblaban. Cuando la miró con deseo y vio replicada esa mirada en los suyos. Lo mismo. Como si se conocieran desde antes.
La vida de un hombre cambia en un instante, luego busca sus pasos en lugares remotos. Quizás están más cerca de lo que piensa. Veamos a donde nos llevan.
Es temprano aún para decirlo, pero me pareció un salto brusco; el personaje, sin embargo, es atractivo y nos lleva. Saludos
Minicarver: La vida en general cambia en un abrir y cerrar de ojos. Soy una convencida de ello. Tal vez por eso tomé de la mano a este personaje y le he dado la misión de probarlo con su propia vida. Eres muy observador. Está más cerca de lo que cree…
Gracias por tu atenta lectura. Te ruego todo el feedback que me puedas dar.
Un abrazo
Sigue la historia, contándonos en cada vericueto un poco más de las pasiones sin explicación que mueven a estos personajes, ricos, complejos y reales! Gracias por la historia! UN ABRAZO ENORME
Clau: que gusto de verte. Sí. Sigue, espero tengas la paciencia de seguirme. Me dejas pensando con tu frase: «las pasiones sin explicación». Voy a darle una vuelta. Me provoca ciertas cosas (buenas en todo caso, inspiradoras)
Las gracias a ti siempre, por tu compañía y tu apoyo constante. Un abrazo de vuelta 🙂
Una historia que comienza con una cruel noticia y que me pregunto si continua. Me gustaria saber más de este Rafael. Saludos…
Concha: si, continúa. Estoy en lo que llaman «la presentación de los personajes» Me emociona que quieras saber más. Como le decía a Anne, te ruego toda la retroalimentación que puedas darme.
Un abrazo y gracias por pasar.
Querida chrieseli, Rafael me parece un personaje complejo que se busca en la pasión, en situaciones límites que no asume del todo…o nada, al fin un buen personaje con mucho fuelle. Hay algo raro en él, no sé…nos dejas con muchos interrogantes.
Un abrazo,
Querida Anne: me gusta tu análisis siempre tan concienzudo. De verdad que te agradezco la lectura que haces de mis escritos. Indagas en el texto, más allá de las palabras. Es emocionante para mí.
Las interrogantes espero irlas despejando sin caer en la apatía ni en un exceso de misterio. Te pido toda la retroalimentación que puedas darme.
Un abrazo para ti y las gracias nuevamente